Repercusiones (I)

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–¡Gjaki! ¿Qué te trae por aquí a estas horas?– recibió la duquesa Kilthana a la recién llegada.

–Quería preguntarte algo. ¿Te suenan los mercaderes de la casa de Fornh?

–¡Claro! Son el principal grupo que se encarga de las rutas comerciales con la Ciudad de la Luz. De alguna forma, han conseguido casi la exclusiva de esas rutas, pagan sus impuestos, y no hacen más trapicheos de lo habitual. He visto a la matriarca en alguna fiesta. Igual de codiciosa que los otros mercaderes– explicó la vampiresa de pelo negro.

–Creo que sé como han conseguido hacerse con las rutas– murmuró la vampiresa de pelo plateado.

–¿Cómo?– preguntó la duquesa, una tanto extrañada. Podía percibir la irritación en las palabras de su amiga.

–Alega ser mi amiga. Incluso tenía un emblema muy recargado que aseguraba le había dado yo. Y que ardía bastante bien– explicó Gjaki, sonriendo maliciosamente en la última frase.

–Oh... ¿Qué es lo que ha pasado?– se interesó Kilthana, ahora con curiosidad.

Gjaki no tardó mucho en hacerle un resumen de lo ocurrido, ante la indignación de su amiga. Alardear de una amistad falsa con la Reina de Sangre podía ganarse la ira de muchos de los habitantes del reino. Forjar un emblema falso era un delito grave.

–¿Qué quieres hacer? Le podemos prohibir hacer negocios con nuestro reino, incluso incautar sus propiedades aquí– propuso la duquesa, claramente molesta.

–¡Claro que no! ¿Por quién me tomas? ¿Por una tirana vengativa?– se negó Gjaki, aunque su tono era mordaz.

–¿¡Cómo podría pensar algo así!?– respondió su amiga sarcásticamente –Entonces, ¿qué tienes planeado?

–No hace falta hacer nada. Aunque tampoco pasaría nada si la verdad llega a saberse. Que alguien lo explicara como anécdota, e insinuara que la Reina de Sangre está un poco irritada– sugirió traviesamente.

–¿¡Quién eres tú y qué has hecho con mi amiga!?– rio Kilthana, para luego acusarla –¿Desde cuándo eres tan retorcida?

–¡Algo tenía que pegárseme de ti!– le sacó la lengua.

–¡Ahora me has ofendido!– se dio la vuelta, artificialmente enfadada.

––Ja, ja, ja–– rieron las dos.

–Por cierto, no estaría de más que hicieras el diseño de un emblema algún día– le recordó la duquesa cuando más tarde se despidieron.

Gjaki no respondió. Hizo como si no lo hubiera oído, mientras su amiga suspiraba resignada.



Lo cierto era que lo que proponía Gjaki se reducía a simplemente decir la verdad, y su amiga estaba más que dispuesta a llevarlo a cabo. Así que se presentó en la siguiente evento social, algo que hacía de vez en cuando.

No importaba si iban o no los comerciantes que hacían negocios con la casa de Fornh, pues no tardarían en enterarse. Muchos de ellos sintieron escalofríos cuando les llegaron las palabras de la duquesa, en parte porque entendían que no eran casuales, que eran un aviso. Por si fuera poco, fueron inmediatamente verificadas por sus contactos. Incluso algunos ya habían recibido aviso desde la Ciudad de la Luz.

Quizás la única novedad era que la Reina de Sangre estaba irritada y ofendida. Si bien no se solía meter en los asuntos oficiales, su poder e influencia eran absolutos en el reino. Nadie quería estar en su contra, hacer algo que pudiera enojarla, en especial los mercaderes.

No sabían si actuaría contra ellos, pero la sola posibilidad los hacía temblar. En las Guerras de Sangre, no había tenido piedad de sus enemigos.

Además, sabían que se correría la voz. Cualquiera que hiciera negocios con alguien que había irritado a su reina corría el riesgo de atraer la ira popular. En el mejor de los casos, les dejarían de comprar. No querían imaginarse el peor.

Por todo ello, ningún comerciante dudó en cancelar sus acuerdos con la casa de Fornh. Como mucho, algunas transacciones ilegales continuarían por algún tiempo, aunque no demasiado. La presión venía de todos los estratos de la sociedad.

Sin duda, visto amputada de repente su principal fuente de ingresos, el grupo mercante pasaría serios apuros.



–Padre, ¿me ha llamado?– entró una joven vampiresa de pelo rojo claro, quizás rosado.

Él suspiró. En el pasado, su relación con su hija había sido más estrecha, pero se había deteriorado últimamente. La había estado presionando para que se casara con el rico heredero de la casa de Fornh en contra de su voluntad, y eso los había distanciado.

–Tenemos que hablar de tu futuro, de tu matrimonio– empezó él.

–¿¡Otra vez!? ¡Ya sabe mi respuesta! ¡No pienso casarme con esa escoria!– se negó ella y se dio media vuelta, dispuesta a marcharse, irritada y decepcionada con su padre.

–¡Espera! ¡No es eso!– la llamó él.

Ella se detuvo y se giró, suspicaz, escéptica. Miró a su padre a los ojos, sin miedo, retándolo, con algo de hostilidad.

–Lo siento, no debería haber insistido así. No me opondré a que te cases con tu novio, ¿cómo se llamaba?

–Ral...Ralko– tartamudeó ella, incrédula, con los ojos muy abiertos.

–De la posada de la Dama Misteriosa, ¿verdad?– quiso él asegurarse.

–Sí...– respondió ella, cuyos ojos empezaban a humedecerse.

–Bien. Al menos, tráelo un día para que lo conozcamos– pidió él.

–¿De... De verdad?– preguntó ella.

Por una parte, no se lo acaba de creer. Por la otra, se sentía exultante. Todo el peso que había atenazado últimamente su corazón había sido repentinamente fulminado. Las lágrimas que corrían por su rostro eran de felicidad.

–Claro. Nunca mentiría en algo así– dijo él, casi como sintiéndose ofendido.

–¡Gracias papá!– dijo ella, abalanzándose hacia él, abrazándole.

No pudo sino suspirar cuando la vio marchar apresuradamente para ir a ver a su novio. Él también se había quitado un peso de encima, aunque se sentía tremendamente culpable.

Había insistido en que se casara con aquel bueno para nada por el bien de sus negocios, incluso cuando sabía que su hija lo despreciaba. Se había convencido a sí mismo de que también era lo mejor para ella, para su futuro. Incluso se había sentido traicionada por su oposición.

Ahora, había cambiado de idea por los acontecimientos. Además, el novio de su hija, a pesar de no pertenecer a ninguna familia de prestigio, tenía algo mucho más valioso, una conexión directa con la Reina de Sangre.

–Al menos, me ha vuelto a llamar papá– se dijo, sin poderse librar del fuerte sentimiento de culpabilidad.

Sólo esperaba que, cuando su hija se enterara, no le guardara mucho rencor. Sabía que era inteligente, y que tarde o temprano se daría cuenta.

–Será mejor que seas sincero y le pidas perdón– se escuchó una voz tras la puerta, y luego pasos alejarse.

Su mujer hacía semanas que no le hablaba debido a ello. Se dejó caer en la silla y suspiró, totalmente derrotado.

–¿Tan mal padre he sido?– empezó a reconocer.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora