Una explicación (III)

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–¡Soy la comerciante más influyente de la ciudad! ¡Tengo contactos con todos los altos cargos! ¡Incluso soy amiga de la Reina de Sangre!– gritó arrogante.

Sonrió orgullosa al ver que su interlocutora cambiaba su expresión, creyendo que la había intimidado. No sabía que estaba hablando con la verdadera Reina de Sangre.

–Así que amiga de la Reina de Sangre... ¿Y me lo voy a creer porque tú lo digas?– hizo ver que dudaba Gjaki, intentando contenerse.

Su tono gélido tuvo un recibimiento desigual. La comandante-rino se convenció más de que era realmente la verdadera, así como el veterano que se lo había revelado.

–La ha hecho enfadar– cuchicheó Eldi.

–Esto no va a acabar bien para esa engreída– susurró la posadera, quien la había visto enfadada tiempo atrás.

–Esto se pone interesante– se divertía Goldmi.

Fanhla, por su parte, lo interpretó como que estaba asustada, a la defensiva. Así que decidió dar el golpe de gracia, sacando un escudo de armas.

–¡Mira este emblema! ¡La propia Reina de Sangre me lo entregó por nuestra amistad! ¿¡Por qué crees que todos los comerciantes del Reino de Sangre me reciben con los brazos abiertos!? ¡Tú, una simple vampiresa sin linaje, más te vale arrodillarte y pedir perdón! ¡Si se entera de que su sobrino favorito ha sido maltratado, no tendrás dónde esconderte!– siguió alardeando.

–Emblema... Sobrino favorito... Así que aprovechándose de mi nombre para hacer negocios...– masculló la vampiresa, sus labios temblando con rabia contenida.

Sólo los que estaban más cerca pudieron oírla. Miraban la situación con expectación, sólo esperando que su amiga no perdiera los nervios y atacara.

De hecho, ambos comandantes y algunos soldados estaban alerta. El aura de aquella vampiresa se había vuelto peligrosa.

Fue entonces cuando una conmoción en la entrada les llamó a todos la atención. Los soldados se apartaron para dejar pasar con profundo respeto a un hombre-buey de pelo canoso. A pesar de su edad, su musculatura y sus más de dos metros de altura le daban un aspecto imponente.

–Rinak, ¿qué está pasando aquí? ¿Por qué me has llamado?– preguntó la situación mientras escudriñaba alrededor –¿Gjaki? ¿¡Eres realmente tú!?

Se sorprendió profundamente al verla. Su voz era una mezcla de sorpresa, respeto y alegría.

–¡Dilo! ¿¡Por qué has tardado tanto!?– lo recibió ella con una enorme sonrisa.

–Ja, ja. ¿Desde cuándo tienes el pelo rojo? ¡Te queda mejor el otro! ¡Me alegra verte de nuevo!– exclamó él.

Sin dudar, se acercó a ella para abrazarla. Ella no lo esquivó, a pesar de que podría haber quebrado los huesos de una persona normal. De hecho, le devolvió el abrazo a su viejo amigo con fuerza. Evidentemente, ella no era una persona normal.

–Je, je. Quería disimular un poco, pero ya no es necesario– explicó ella cuando se soltaron.

Su pelo cambió entonces mágicamente de color, tomando un distintivo color plateado. ¿Quién era una vampiresa de pelo plateado, llamada Gjaki y vieja amiga de su general? La identidad de la Reina de Sangre había sido puesta en indiscutible evidencia ante todos los presentes. Sus rostros asombrados pasaron poco a poco a un profundo respeto, incluso adoración.

Aunque no todos. La mercader y su hermano estaban pálidos, en especial ésta. Había estado fanfarroneando de su supuesta amistad con la Reina de Sangre ante la mismísima Reina. Cuando Gjaki la miró, se desmayó.

–No me digas que has montado este numerito para hacerme venir, ja, ja. ¿Rikala, tú también estás en esto?– las acusó el general, dándole una fuerte palmada amistosa en la espalda a Gjaki. Incluso ella se sintió brevemente dolorida. Hasta Autorregenerar entró brevemente en funcionamiento.

–Bueno, no exactamente– rio Gjaki, sin sentirse culpable en absoluto

–No ha sido idea mía, y no es culpa de Gjaki. Han cogido a Talto. No te queríamos meter en esto, pero...– la defendió la posadera.

Dilonhor era un viejo amigo, pero no habían querido depender de él para solucionar sus problemas. Ahora, se arrepentía. De haberlo hecho, no hubieran llegado a ese extremo.

Al escuchar la familiaridad con la que el general hablaba con la posadera, al comandante se le hizo un nudo en el estómago. De haberlo sabido, nunca hubiera aceptado retener al posadero. Se había metido en un buen lío

–¿Qué ha pasado con Talto?– preguntó Dilo, exhibiendo un aura amenazadora.

–Verás...– empezó a explicar Rikala.

A medida que lo hacía, el hombre-buey se indignaba más y más. Un par de miradas hostiles hacia el comandante Fonhvor habían provocado que éste palideciera. Mientras, la comandante Rinak y mucho de los soldados contemplaban la escena con interés, asombro, veneración e indignación.

Lo único que calmó un poco al general fue que el alférez de Rinak trajera al posadero al cabo de un rato. Estaba indemne, solo algo confundido por todo lo que había pasado. Cuando se encontró con su posada rodeada por los soldados, se asustó. Cuando se encontró con Gjaki y el general, no daba crédito a sus ojos.



–Yo me ocuparé del resto– aseguró Dilo –, pero quiero algo como compensación por todo lo que has montado.

–Es culpa tuya por no mantener a tus hombres a raya– le reprochó ella –. Pero dime, ¿qué es lo que quieres?.

–No te falta razón. Odio la política y no se me da bien la gestión. Ahora te entiendo...– suspiró él, antes de hacer su petición –. A mis nietos les encantaría conocerte.

–Oh, ¿nietos? ¡Tengo curiosidad! ¿Vives en la misma vieja casa destartalada? Me podría pasar mañana– sugirió ella.

–Claro. Aunque mi mujer y mis hijos me obligaron a arreglarla, ja, ja. ¡Te estaremos esperando! ¿Vienes a comer?– ofreció.

–¡Sólo si cocina tu mujer! ¡Es imposible que tú hayas mejorado!– rio ella.

–Ja, ja. ¡Cómo me conoces! ¡Vosotros también estáis invitados!– extendió la invitación.

Había estado encantado de conocer a los compañeros de la vampiresa. Por suerte para ellos, habían subido bastante de nivel, tenían hechizo de curación, y el general se había contenido un poco.

No dudaron en aceptar, con curiosidad, esperando escuchar historias de su amiga.

Estuvieron un rato más en la posada antes de volver a la mansión, y Goldmi a su casa. La posadera había habilitado una habitación para que pudiera poner un Portal.

Además, Eldi había prometió traer algunas muestras, y Goldmi a su familia.

Respecto a los secuestrados, no fueros desatados hasta que llegaron a la prisión, mientras que cierto comandante fue arrestado. Aquello alegró a Rinak, pues no le gustaba. Aunque también aumentó temporalmente su carga de trabajo. No obstante, estaba satisfecha. Había obtenido un autógrafo de la Reina de Sangre.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora