Batalla en el salón del trono (III)

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Cuando se hizo de Noche, Golgo maldijo para sus adentros.

–Eso se avisa– masculló.

Sacó del inventario unas gafas infrarrojas, que le permitirían apuntar en la oscuridad. Sin embargo, para su sorpresa, se encontró de repente unas fuertes zarpas que lo derribaban, y unos colmillos que se apretaban contra su cuello.

–Será mejor que te estés quieto. Ésta no es tu guerra, y Gjaki preferiría que no murieras. Pero si te mueves, no dudará en acabar contigo. Ríndete si quieres vivir– lo amenazó Merlín, mientras preparaba Jaula de Hielo contra Asmodeo.

El francotirador dudó por unos momentos. Conseguir el fragmento era importante para él, pero vivir lo era más. Una vez muerto, daba igual que poseyera o no los fragmentos.

Había una poderosa bestia a punto de atravesarle la yugular. Un gesto, una fluctuación de maná, y estaría acabado. Además, había otro enemigo poderoso cerca, y ambos parecía que podían ver en aquella inesperada oscuridad. Él, por su parte, no había tenido tiempo de ponerse las gafas, que habían caído al suelo.

–Tú ganas, Me Rindo– aceptó, frustrado.

Rindiéndose ante otro visitante, sus habilidades y hechizos eran bloqueados durante media hora, así como su acceso al inventario. Así que quedaba prácticamente indefenso.

Él mismo se puso los grilletes que le lanzó Merlín, y se quedó sentado, esperando que cumpliera su promesa. Estaba seguro de que no lo mataría, pues de querer hacerlo no tenía sentido esperar. Lo que no sabía era qué harían con él.

La lince se alejó, y se dirigió al campo de batalla, tanto para intervenir como para ser los ojos de su hermana. Aún había trabajo que hacer.



Los nobles se quedaron a ciegas. Los que tenía artefactos o habilidades para ver en la oscuridad se apresuraron a usarlos, aunque eran una minoría.

Muy diferente era el caso de los rebeldes. La mayoría no sabían por qué, pero todos habían sido equipados con artefactos para ver en la oscuridad. Ahora lo entendían.

Ello les daba una gran ventaja ante nobles y guardia realista, pues casi todos estaban a ciegas. Inicialmente, eran menos en el bando rebelde, no suficientes para contrarrestar el número de enemigos a pesar de haber atacado por sorpresa. Ahora, tenían una ventaja que debían aprovechar rápidamente.

En la misma situación se encontraba la escolta de Eldi. Éste les había proporcionado artefactos similares, que habían aceptado a pesar de no saber muy bien para qué los iban a necesitar. Ahora, se congratulaban de tenerlos.

Habían estado guardando la espalda de su protegido, aguantando sus escudos físicos y de maná a duras penas debido a la avalancha de soldados realistas, por suerte limitados por la anchura del pasillo por el que salían. Ahora, la escolta de Eldi podían contratacar, arropados por la oscuridad.

Además, en su ayuda habían acudido flechas salidas de la nada, algunas con hechizos como Trampa de Viento en medio de las filas enemigas. El gran número de soldados los hacía un blanco fácil para Goldmi y Elendnas. El resto del campo de batalla resultaba bastante más confuso, y no siempre era fácil saber quién era amigo y quién enemigo.

A pesar de ello, había muchos de esos soldados realistas, y su nivel estaba por encima de 60. Así que podían retrasarlos y entorpecerlos, pero no sería fácil contenerlos indefinidamente. Incluso desde la distancia, algunos de ellos podían permitirse intentar atacar al mago de batalla que flotaba con el libro abierto, pero la débil luz que lo envolvía resultaba impenetrable.



–... respetaréis la libertad de vuestros vasallos...– se oyó decir a Eldi mientras tanto.

A cada palabra, los nobles realistas que estaban enfrentándose a sus enemigos sentían una presión más y más fuerte. Incluso la reina y sus tres hijos, protegidos tras una poderosa barrera, estaban sujetos a dicha presión.

Los dos hijos mayores gritaban de dolor. Ambos habían abusado de su posición más de una vez, e incluso matado a sirvientes a golpes.

El hijo menor quizás no había llegado al asesinato con sus propias manos, pero tampoco era inocente, pues había ordenado a otros. El dolor no era tan intenso, pero tampoco podía decirse que no lo notara, e iba aumentando.

Un caso diferente era la hija menor, que estaba encerrada en su habitación. Daba vueltas nerviosa, frustrada, ansiosa, sin saber qué hacer. Se sentía inútil y sola, pero la presión del libro no la afectaba, y no por la distancia. Desde que había hecho la promesa a los quince años, la había siempre cumplido. Podía decirse que era la única fan de Eldi Hnefa entre la realeza.

La reina no gritaba, pero apretaba fuerte los dientes, mirando al visitante con odio.

–¡Acabad con él de una vez!– gritó, entre furiosa y asustada.

Podía ver como su enemigo estaba protegido por una poderosa barrera, y que aquella lectura estaba haciendo estragos entre los nobles. Como ella, sentían la presión en el maná, en su espíritu, en cada fibra de sus músculos.

Lo peor para ellos era que no se podían permitir gritar o retorcerse de dolor. Estaban en medio de un peligroso enfrentamiento con sus enemigos, un enfrentamiento que estaban perdiendo.

Con la llegada de la Noche, los ataques habían empezado a llegar de todas las direcciones. La presión debida a la exigencia del cumplimiento de sus promesas había empeorado la situación, dificultando su concentración, disminuyendo su capacidad de combate.

Debido a ello, estaban en una posición pasiva, invirtiendo su maná en habilidades defensivas. Era casi imposible combatir con el dolor y en la oscuridad.

Es cierto que algunos de los nobles neutrales, e incluso algunos de los aliados, sufrían también las consecuencias, pero en general era mucho más leve. Les recordaba que no estaban totalmente libres de culpa, pero que no había sido tan grave como para que el castigo fuera demasiado severo.



Mientras, lince, vampiresa y rey gatuno se fueron sumando a la refriega. Ya se habían encargado de los otros dos visitantes, así que tenían las manos, o zarpas, libres. Además, podían ver en la oscuridad.

Dado que su hermana estaba ahora ocupada con otros asuntos, la felina atacó directamente a los oficiales realistas. Aunque más poderosos que los soldados, estaban dispersos, así que le era más fácil intervenir.

A su lado, estaba la vampiresa. Por mucho que tuvieran opiniones diferentes sobre disfraces, se compenetraban muy bien en combate. Tenían una larga experiencia de pelear juntas, tanto en el juego como después.

Merlín, por su parte, dirigió su atención a la acumulación de soldados que querían irrumpir por la entrada principal. Si bien tenía letales ataques individuales, sus hechizos en área eran si cabe más temibles. Sin perder un segundo, empezó a recitar un peligroso encantamiento.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora