Batalla en el salón del trono (IV)

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–¡Deja a mis hijos en paz!– gritó enfurecida la reina.

Estaba agachada, cogiendo a sus hijos mayores en sus brazos a pesar del dolor que ella misma sentía. Sangraban por la nariz y las orejas, y sus rostros estaban cubiertos en lágrimas y dolor. En su vida habían sufrido tanto.

Quizás fue aquel momento la primera vez desde hacía años que vio a los príncipes como hijos, ahora que estaba a punto de perderlos. Incluso se acordó de que tenía otra hija, deseando que al menos ella estuviera bien.

Curiosamente, el sufrimiento de la reina era menor. A diferencia de sus malcriados hijos, rara vez había maltratado a sus sirvientes, y nunca se había ensañado. Aunque tampoco había evitado que sufrieran por otras manos, a pesar de que fuera su obligación proteger a sus súbditos. Claro que esa parte aún no había sido leída.

Eldi miró en la dirección de la reina. A causa de Noche, no podía verla, pero sí sentirla, a ella y a todos los que estaban enlazados con el libro.

Eso no se limitaba al interior del palacio. A varios cientos de kilómetros, algunos nobles se retorcían de dolor. En un primer instante, no habían comprendido la causa, pero de alguna forma el propio poder del libro se lo había hecho entender. Quizás ahora se arrepentían, pero eso no hacía que el daño ocasionado pudiera repararse.

El alto humano no sólo los sentía, sino que intuía la gravedad de sus crímenes. Los de los príncipes eran especialmente despiadados, así que no sentía ninguna lástima por ellos. Y aún le quedaban muchas leyes por leer.

Quizás, podía forzarse a detenerse, pero si lo hacía, intuía que no podría volver a desatar el poder del Libro del Juicio. Podía percibir que era un poder inflexible y severo, pero no desproporcionado. Podía reclamar la vida por quebrantarse los juramentos, pero solo si dicho quebrantamiento era especialmente grave, con vidas de por medio. Muchos lo eran.

Los príncipes no eran los únicos que sangraban. Algunos nobles realistas eran incapaces de sostenerse en pie, e incluso ya no les quedaban fuerzas suficientes para gritar de dolor. Entre ellos, estaba Ricardo, uno de los primeros en caer. Sus manos estaban muy manchadas de sangre.

Otros sí gritaban. Había también los que aún podían luchar, e incluso estaban los que apenas sentían dolor.

Claro que Eldi estaba leyendo sobre el trato directo a los vasallos. Todavía no había dicho nada acerca de impuestos exagerados, o de permitir y alentar que fueran sus subordinados quienes abusaran de su posición.

Viendo a sus compañeros siendo torturados, algunos quisieron huir, aterrados, corriendo hacia una de las puertas de salida. Claro que no era tan fácil. El poder del libro los seguiría alcanzando, y había rebeldes en algunas de aquellas salidas.

Sin duda, el bando de los nobles aliados con la realeza estaba desmoronándose. Algunos yacían en el suelo debido a los ataques enemigos, o al pago exigido por el libro. Otros habían intentado huir. Algunos se habían refugiado tras una de las barreras que protegían a la reina.

El caso de los soldados y oficiales realistas era diferente. Estos no debían responder ante el libro, y su número era exageradamente elevado. Había parecido desproporcionado traer a tantos, pero ahora hubieran querido ser más.



Los mellizos lamentaban su error. Habían atacado desesperados a sus enemigos por la espalda, queriendo proteger a su padre, y deshaciéndose de más de una decena en unos momentos. Ahora, se daban cuenta de que su padre no necesitaba su protección. De haberlo sabido, habrían atacado más selectivamente, y no habrían atraído la atención de tantos enemigos.

Estaban contra una pared, rodeados de un semicírculo de unos veinte oficiales. Dado que atacar a Eldi Hnefa resultaba inútil, se habían vuelto hacia otros objetivos.

La única buena noticia era que parecían un tanto recelosos, no atreviéndose a atacar con todo. Habían visto morir a varios compañeros, cortados por aquellas afiladas espadas.

Algunos rebeldes querían ir en su ayuda, pero no era fácil. Había escaramuzas por todos lados, por lo que era peligroso actuar sin cautela. Los ataques podían venir de cualquier dirección. Sobre todo, ahora que Noche había empezado a disiparse en algunas zonas, gracias a ciertos hechizos de luz o de disipación.

Claro que si eres un Mastín de Sangre al que no le importan las heridas, no es una preocupación tan importante. Tres de ellos se abalanzaron sobre los oficiales, sin miramientos. Si bien Gjaki no esperaba que pudieran vencerlos, era suficiente para crear desconcierto en las filas enemigas.

Al mismo tiempo, cinco Murciélagos atacaron los rostros de sendos enemigos. Su poder de ataque era prácticamente nulo, pero podían resultar muy molestos por unos instantes.

También añadió una docena de ilusiones inspiradas en los nobles que luchaban más allá. Sin duda, eran muchos a controlar, por lo que necesitó hacer uso de Pensamiento Paralelo.

Había un cuarto Mastín de Sangre, que dos oficiales encararon confiados después de ver su modesto poder contra sus compañeros. Sin embargo, dicho mastín era una ilusión que ocultaba un enemigo mucho más peligroso.

De repente, el supuesto mastín se envolvió en llamas, a la vez que Saltó a gran velocidad sobre un desprevenido tercer enemigo, al que Desgarró el pecho y Trituró el cuello.

Los dos que iban a enfrentarla se volvieron hacia la lince, sin sospechar que la estaba siguiendo de cerca una letal vampiresa. Con los ojos fijos en la llameante felina, no se percataron del fulgurante ataque con el látigo. Agarró a uno del cuello y lo envió contra el otro, con la ayuda de Regate.

El inesperado choque de sus cabezas los aturdió. Quedaron momentáneamente indefensos, siendo uno rematado con dos Puñaladas Traseras y Extensión Sanguínea.

La otra fue mordida por la vampiresa, y absorbido su maná y energía mediante Ñam, Maná y Ñam, Energía. Era la más poderosa de los dos, y Gjaki había gastado bastante maná en Noche, algunos ataques por el camino, sus invocaciones y sus ilusiones. Así que reabastecerse era de lo más conveniente.

Trastornada, habiendo perdido maná, energía y sangre, la oficial no sobrevivió mucho tiempo.

Mientras, la lince había lanzado una Bola de Fuego a los siguientes oficiales, que no esperaban tal ataque de "una bestia". Momentáneamente cegados, se vieron obligados a defenderse ante la llameante felina.

Uno cayó al suelo con marcas de garras en su brazo, y con su espada repelida gracias a Piel de Acero. El otro pudo saltar hacia atrás, mirando a la lince y preparándose para contratacar. En ese preciso momento, varias cuchillas de luz lo atravesaron.

Los mellizos había aprovechado la distracción para contratacar, uniendo sus espadas para lanzar de nuevo el ataque. Les quedaba uno más antes de agotar el maná de las espadas.

Al mismo tiempo, se lanzaron contra los enemigos frente a la lince. De ese modo, los obligarían a defenderse por dos flancos a la vez.

Cabe decir que algunos enemigos quisieron atacar a los mellizos desde la distancia, pero con unas barreras fue suficiente para defenderse. Los ataques habían sido apresurados, ya que mastines e ilusiones habían perturbado la formación circular y desconcertado a los oficiales realistas.

Los hijos de Eldi llegaron poco después de que la felina lanzara dos nuevas Bolas de Fuego y saltara hacia sus enemigos. Eran los dos últimos en ese lado, y se encontraron con el ataque simultáneo de tres enemigos expertos. Aún resistieron desesperadamente casi un minuto, antes de encontrar su final entre poderosas mandíbulas y afiladas espadas.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora