Reencuentro (I)

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Los aldeanos miraban a Eldi con cierta expectación mientras éste estaba supervisando a los dos niños. La mayoría de ellos sospechaban de su verdadera identidad tras haberse enterado de lo acontecido en la residencia de los condes. Se decía que Eldi Hnefa había hecho justicia allí, y la aparición y partida del misterioso maestro de peletería que había salvado a los niños coincidía demasiado bien.

Por otra parte, los dos hermanos había logrado algo que incluso Eldi no esperaba. Aunque habían subido algunos niveles desde la última vez, su reserva de maná seguía siendo baja. Así que habían ideado un original e ingenuo método, que no obstante daban buenos resultados.

–Te toca, Ten– se apartó la niña tras completar una parte de la bota.

–Voy, Tin– se apresuró él a relevarla.

Habían aprendido a hacer las recetas a la vez, colaborando, en lugar de crear productos independientes. Quizás no era más eficiente, pero de esa forma podían completar una pieza complicada sin quedar completamente agotados por la falta de maná. Además, les era más divertido.

–Nunca se me había ocurrido. Podría ser útil enseñarlo en la mansión– murmuró Eldi para sí.

La bota que estaban creando era de un nivel para el que hasta ahora no tenían recetas. El gasto de maná era más alto, así que aquel método les permitía llevarlo a cabo. Aunque para la coraza de cuero necesitarían levear un poco más con la ayuda de los cazadores.

También era posible dejar el trabajo a medias y continuar más tarde, pero entonces había un desperdicio de maná. Se necesitaba una cantidad importante para volver a activar la plataforma y dejarla dispuesta para continuar. Si bien eso permitía acabar piezas más allá del propio límite de maná, también representaba un gasto poco eficiente de maná.

–Han traído esto para usted– se acercó un aldeano, entregándole una nota.

La abrió para leer su contenido: "Estamos a 300 metros de la entrada. Sigue por el camino principal. L & L."

Una enorme sonrisa apareció en sus labios. Estaba deseando volver a ver a Lidia. Estaba deseando ver por primera vez a Líodon desde que había vuelto. Averiguar que aspecto tenía como adulto. En qué se había convertido.

–Me tengo que ir, ya han llegado– les dijo a sus aprendices.

Ya les había informado de que estaba esperando a alguien. Aun así, ellos lo miraron reluctantes, no queriendo dejarlo ir.

–¿Tan pronto?– se quejó Ten, mirándolo con ojos suplicantes.

–¿Volverás?– pidió su hermana.

–Claro. Espero tardar menos esta vez– les aseguró, mientras los despeinaba ligeramente con sus manos.

No fue suficiente. Tuvo que abrazarlos, y volverles a asegurar que volvería, antes de que lo dejaran marchar. Con los ojos llorosos, ambos niños agitaron las manos, despidiéndose hasta que la silueta de su maestro se perdió en un recodo del camino.



Dos figuras estaban de pie, en medio del camino que llevaba a la aldea. Eran un hombre y una mujer de pelo negro y ojos dorados. Por una vez, no estaban disfrazados. No querían estarlo en aquel momento.

Con nerviosismo, observaban acercarse a otra figura, cuya forma era cada vez más nítida. Estaban ansiosos por abrazarlo, por hablar con él, o al menos ella lo estaba.

Él se sentía más nervioso que su hermana, más inseguro. Ella ya se había encontrado con su padre, pero él no. Había soñado con ese momento durante muchos años, aunque no fue hasta unos meses atrás que supo que era posible. Sin embargo, ahora que se acercaba el momento, se sentía sumamente inquieto.

–Y si a mí no me recuerda... Bueno, me dio la espada, pero fue a través de Lidia... Yo... No sé sí... ¿Qué debería decirle...?– pensaba mientras lo veía llegar.

Lidia no pudo aguantar más y corrió hacia su padre, que sonrió al verla llegar, abrazándola. Líodon se acercó también, despacio, dubitativo.

Miraba con envidia e inseguridad a su hermana abrazando a su padre, cuando sus ojos se encontraron con los de Eldi.

–¡Líodon!– lo reconoció él, sonriendo ampliamente.

El joven alto humano dejó de pensar en ese precisamente instante. Ni siquiera se fijó en los ojos humedecidos de su padre, entre otras cosas, porque los veía algo borrosos debido a sus propias lágrimas. Simplemente, corrió hacia delante, empujado por su corazón.

–¡Papá!

Eldi abrió un brazo para recibirlo, pues en el otro estaba Lidia. Líodon simplemente se dejó llevar por sus instintos, abrazando a su padre.

Sus propias emociones lo superaron, siendo incapaz de contenerlas. Lloraba como un niño pequeño, a pesar de que era tan alto como su padre adoptivo.

Lidia también tenía los ojos humedecidos, pero podía controlarse mejor que su hermano. Claro que no había sido así cuando se había reunido con su padre tras salir éste de la mazmorra.

Puso una mano sobre la cabeza de su hermano mellizo, sonriendo. Comprendía perfectamente lo que sentía, y sabía que ni siquiera podría burlarse de él por esto.

Miró a su padre y se sonrieron, los dos claramente emocionados. Se quedaron un rato abrazados, y abrazando a su hermano e hijo, esperando que éste se tranquilizara.

Cabe decir que no eran los únicos emocionados. A través de las plantas, cierta dríada los observaba sin dejar de llorar. El encuentro de sus hijos con su padre le había emocionado, y dichas emociones se habían desbordado hasta tal punto que incluso había afectado a sus hermanas.

No fueran pocas las dríadas que observaron el encuentro, también emocionadas, afectadas por la conexión con Melia. Si bien Eldi no cocinaba como Goldmi, también lo apreciaban. Seguía amando a Melia a pesar del tiempo transcurrido, y no dudaban de que los sentimientos hacia sus hijos eran sinceros.

Melia se había ocupado de ellos, razón por la cual todas ellas los conocían directa o indirectamente. Los habían visto crecer, y sentían tanto cariño por ellos como por cualquier otro descendiente de una dríada, Maldoa incluida. El que no tuvieran su sangre no era importante para unos seres que amaban a todas las plantas y a la mayoría de seres vivos. Las únicas excepciones eran aquellos que se habían ganado su enemistad.

Una ninfa en particular también estaba bastante emocionada. Los observaba a través de su estanque en el bosque de los elfos, con una sonrisa entre amable y afectuosa, aunque con un toque de tristeza. Hacía tiempo que lo había dado por imposible, pero seguía sin poder olvidar, sin poder dejar de sentir. Él no la veía como ella quería que la viera.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora