Una llamada inesperada (I)

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Gjaki suspiró y tomó otro Portal. No quería volver a la mansión, su pelea con Chornakish era aún demasiado reciente.

Lo cierto era que éste estaba tan deprimido como ella, o más. Entendía su sufrimiento. Cuando Tilli murió, la había estado abrazando mientras ella lloraba desconsolada. De hecho, dudaba de su decisión, dudaba de si dejarse morder y estar con ella como un vampiro.

Sin embargo, de hacerlo, ella no podría volver a consumir su sangre, y eso lo asustaba. Quizás, pudiera parecer una tontería, pero su relación había empezado en cierta forma así. Le gustaba sentir como ella le mordía, como ella disfrutaba su sabor, como ella lo besaba después.

Ella había insistido que no era así, que le seguiría queriendo, incluso se había enfadado con él. Sin embargo, él sentía que ya no sería especial si no podía morderle. A la vez, se sentía estúpido por pensar así. Se sentía culpable, pues sabía que la estaba haciendo sufrir. No sabía qué hacer.



Sin conocer los pensamientos de su amado, Gjaki llegó a su destino. Se paseó por los pasillos, sin que ninguno de los guardias o sirvientes se atrevieran a impedírselo. En su lugar, la saludaban con profundo respeto.

–¿Dónde está Kildkro?– le preguntó a una sirvienta.

–La última vez que le he visto, iba ilusionado con su espada de madera a la sala de entrenamiento, mi reina– respondió la sirvienta tras una profunda reverencia.

–¿En serio no podéis llamarme simplemente Gjaki?– se quejó.

–Pero... Majestad...– entró casi en pánico ésta.

–Vale, vale, haced lo que queráis– se marchó la vampiresa de pelo plateado, para alivio de la sirvienta.

Llamar Gjaki a la Reina de Sangre era un atrevimiento al que la sirvienta no osaba, por mucho que la vampiresa se mostrara cercana. Para ella, como para muchos ciudadanos del reino, no sólo era la reina, sino su heroína, su ídolo, casi una diosa.

Gjaki sabía que ya no podía hacer nada al respecto. Era la Reina de Sangre, quisiera o no. Durante las Guerras Gjak, como las llamaban popularmente, su papel había sido demasiado protagonista. No se arrepentía de haberlo hecho, pues muchas vidas se habían salvado gracias a ella. Sin embargo, incluso después de tantos años, el tratamiento la seguía abrumando.

De hecho, se consideraba a la mansión de Gjaki como la capital del reino, por mucho que estrictamente hablando hubiera estado fuera del territorio. Esa era la razón por la que la ciudad cercana a la mansión había crecido tanto.

Suspiró. Prefería no pensar en ello. Quizás, en otra ocasión. Ahora necesitaba relajarse, y Kildkro siempre conseguía sacarle una sonrisa.

Se dirigió hacia la sala de entrenamiento, y se encontró a un joven vampiro de apenas siete años enfrentándose a una vampiresa de menos de treinta.

–¡Hola, Kildkro! ¡Hola, Solhana!– los saludó.

––¡Tía Gjaki!–– se volvieron los dos hacia ella.

Solhana había vuelto hacía unos días, y se había ofrecido voluntaria para jugar con su hermano pequeño, o entrenar, como éste lo llamaba. La joven vampiresa lo adoraba, y los dos adoraban a Gjaki, a la que llamaban tía a pesar de no tener ninguna relación de sangre.

–¿Tienes palitos?– pidió el niño con ojos vidriosos, tras lanzarse sobre Gjaki y abrazarla.

–Para ti siempre– aseguró Gjaki, sacando un delicioso dulce de caramelo hecho por Goldmi –. ¿Quieres uno también?

Solhana sonrió. De niña, también había comido bastantes de aquellos deliciosos dulces, aunque ahora había otras cosas que prefería.

–¿No te quedará alguno de los pastelitos de crema?– pidió.

Gjaki sonrió e hizo aparecer un par. Era incapaz de negarles nada, y ellos lo sabían.

–Los consientes demasiado– la regañó con tono más bien dulce Kilthana, que llegaba desde atrás.

–Es mi derecho como Reina de Sangre– respondió Gjaki con una solemnidad fingida.

–Creía que no te gustaba serlo– rio la condesa.

–Bueno, dado que no puedo escaparme, al menos tiene que tener alguna ventaja– se encogió de hombros la reina.

–¿Te encuentras bien?– le preguntó su amiga.

Se conocían de hacía muchos años como para escapársele que estaba sobreactuando. Eso significaba que ocultaba algo.

–Sí... Bueno... Me he peleado con Chorni...– confesó en voz baja.

No quería que los hijos de Kilthana la oyeran, aunque en estos momentos estaban distraídos. Solhana se había sentado en un sillón, y saboreaba lentamente un pastelito relleno de crema y cubierto de unas frutas élficas. Su hermano chupaba el dulce, sentado sobre su hermana, que lo abrazaba cariñosamente con su brazo libre.

–¿¡Otra vez...!?– se exasperó un poco la condesa –Ven, porque no hablamos más tranquilamente.

Aunque le irritaba un tanto la situación, Kilthana sabía que su amiga sufría bastante por dentro. No podía tener hijos, pues su sangre era demasiado poderosa para quedarse embarazada. Su pareja tenía que tener un linaje comparable, y no era el caso.

Por si fuera poco, estaba el verlo envejecer poco a poco, lo cual era aún más doloroso cuando había perdido ya varios amigos por esa razón.

Quizás, lo que más frustraba a Kilthana era que todo lo que podía hacer era escuchar e intentar consolarla. Le debía todo a su amiga, y deseaba realmente poder ayudarla. En secreto, había hecho algunas investigaciones, con la complicidad de Jiknha, pero no habían encontrado nada útil.

–Oh... Goldmi me llama. Es verde. Iré a ver qué quiere– se extrañó de repente Gjaki.

En el pasado, habían establecido un sistema sencillo de emergencias. Rojo significa que estaban en grave peligro. Amarillo, que viniera cuanto antes, aunque no era de vida o muerte. Verde simplemente significaba que viniera cuando tuviera un momento.

Aliviada por tener algo que hacer, Gjaki decidió ir a ver a su amiga elfa. Además, tenía algunos asuntos pendientes allí.

–Hola, Gjaki... ¿Ya te vas?– apareció Solodkro, que llegó justo para ver como un Portal se materializaba.

–Sí. ¿Algún asunto urgente?– preguntó Gjaki.

–Bueno, sí. Dentro de poco es el desfile en honor de la Reina de Sangre, y estaría bien que fueras, así que...– quiso explicar el conde, pero Gjaki lo interrumpió.

–Ah... Bueno... Ahora tengo un poco de prisa. Ya hablaremos en otro momento– se despidió, sin darle tiempo a replicar.

Desapareció por el Portal, dejando al conde con la palabra en la boca, y a la condesa riéndose por lo bajo.

–No va a ir, ¿verdad?– preguntó a su mujer.

–Ja, ja. No creo. Les tiene alergia.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora