Magna (II)

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–No es ninguna broma– respondió Gjaki con calma.

Precisamente, calma era lo que no había en el semblante de la comerciante. La cerveza Montaña Magna pertenecía a la leyenda al haberse perdido la receta, el conocimiento de su elaboración. Pero el otro pergamino citaba algo mítico. Cualquier enano reverenciaba el nombre de la cerveza Montaña Celestial. Había sido una leyenda incluso cuando podía producirse.

Muchos enanos peregrinarían donde se encontrara sólo para poder olerla, no hablemos de beberla.

–Ahora entiendo... Estos ingredientes... Harán falta años para reunirlos para un solo barril... ¿Es de verdad?– quiso asegurarse.

–La persona que tiene que hacerlo no la ha fabricado nunca, porque no tenía los ingredientes. Claro que tampoco había hecho la Montaña Magna hasta ayer. Puedo decirte que esa persona es una maestra cocinera. Estoy segura de que no tendrá ningún problema– reveló Gjaki.

Tihgla asintió muy seria. Un maestro cocinero sin duda era una buena garantía. Aun así, era un riesgo, pues los ingredientes no eran nada baratos. Sin embargo, valía la pena correrlo. Era como arriesgar una moneda de oro ante la posibilidad de ganar mil. O más.

–Bien, tenemos un trato. Si no lo compras en la subasta, te conseguiremos otro– aseguró.

Por dentro, estaba pensando en recomprarlo al ganador incluso si tenía que pagar diez veces más. Si no fuera por el daño que ocasionaría a la reputación de la entidad incumplir sus propias normas, hubiera ordenado retirarlo de la subasta. Aquel negocio era demasiado importante como para perderlo.

–Perfecto. Puedes mandar los ingredientes a mi mansión cuando los tengas. Por cierto, ¿cómo acabó nuestro otro asunto?– se interesó la vampiresa.

–Te tengo que agradecer por eso. El problema estaba más enraizado de lo que creía. No sólo hemos limpiado esa sucursal, sino que han caído unas pocas más. Estaban haciendo mucho daño a nuestra reputación. Además, tu amiga ha resultado ser mejor de lo que esperaba– explicó Tihgla, sólo sonriendo al final.

–¿Lakniba?

–Sí. No sólo es íntegra, es también perspicaz y muy trabajadora. Sus superiores no le habían dejado brillar. Está aún un poco verde, pero quizás en el futuro podía ser una candidata a sustituirme– reveló.

Gjaki se sorprendió de verdad. Tihgla no solía ser generosa en elogios, ni hablar por hablar. A la vampiresa le costaba creer que aquella tímida recepcionista fuera tan valorada.

–Eso estaría bien. Seguro que me hace descuento– bromeó la vampiresa.

–¡Ni lo sueñes! ¡La enseñaré bien!– bromeó también la comerciante. Estaba de muy buen humor.



–Esto es demasiado... Yo... No sé qué decir...– se mostró Mideltya abrumada.

Tenía en sus manos una enorme espada a dos manos que Eldi había forjado para ella. Parecía un tanto grande para la elfa, de baja estatura. Era un tipo de arma más bien inusual en su pueblo, aunque no excepcional.

Le había sorprendido el inesperado regalo, pero no tanto como comprobar su calidad. No podía dejar de acariciar los elegantes dibujos que la recorrían en toda su extensión. Los grabados que recordaban a las hojas de un árbol en la empuñadura. Las gemas que se incrustaban en ésta, capaces de acumular el maná de viento, al que ella tenía afinidad.

Miró a Eldi con inmensa gratitud. Aquella arma había sido hecha exclusivamente para ella. Para su afinidad. Para su nivel. En sus manos, parecía bailar de alegría, como si hubiera encontrado a la persona a la que estaba destinada.

–Considéralo un regalo adelantado de boda– se burló Lidia.

–¡Máma!

–¡Lidia!

–Ja, ja. Estáis muy monos cuando os avergonzáis. ¿Qué tal el tuyo?– le preguntó a su hijo.

–Eres horrible...– se quejó, antes de responder a la pregunta –. Es como un sueño hecho realidad. Gracias Eldi... abuelo. No podría encontrar nada mejor, ni cuando suba de nivel.

–Te equivocas en eso, subirán de nivel con vosotros. Están diseñadas para poder ser mejoradas. Cuando veáis que se os quedan un poco cortas, decídmelo y les daré unos retoques– explicó Eldi.

–¿¡Eso es posible!?– se sorprendió la elfa.

–Sí, lo puede hacer cualquier maestro herrero. Claro que tienes que encontrar a alguno dispuesto a que te haga una arma a medida, quiera ir mejorándola, y tenga los materiales a mano– explicó Lidia, sin mencionar el precio que costaría. Su padre se lo había explicado todo.

–Gracias, muchas gracias. No sé cómo...– se sintió otra vez abrumada Mideltya.

–Tranquila, no me cuesta nada. Es lo mínimo que puedo hacer por vosotros– aseguró Eldi.

–Entonces, ¿qué hay de mi cota de mallas? Seguro que no te cuesta nada– pidió Lidia sin ningún miramiento.

–¿Otra vez con eso? ¿Sabes lo que cuesta hacer una cota de mallas? ¿Cada uno de los eslabones?– protestó Eldi.

–¿No la harás?– casi lloró el alta humana.

–No te va a servir de nada poner esa cara de pena– la acusó su padre.

Ella le sacó la lengua, jugando. Ambos sabían que el otro estaba sobreactuando. De hecho, Eldi no pudo evitar sonreír, y sacó dos objetos del inventario, que lanzó a su hija.

–Dale la otra a Líodon– le pidió Eldi.

–¡Gracias papá! ¡Eres el mejor!– lo abrazó y besó en la mejilla.

Él le devolvió el abrazo, preguntándose por un momento si no los estaba consintiendo demasiado. Aunque sólo fue un pensamiento fugaz. Aquella cota de mallas de oricalco podía salvarles la vida. Además, después de haberlos dejado solos durante tanto tiempo, tampoco pasada nada si los consentía un poco.

Junto a las cotas de mallas, les había hecho algunas dagas y arcos. Si bien la arquería no era su fuerte, ambos hermanos había entrenado lo suficiente para tener considerable destreza.

La abrumada elfa y su prometido recibieron sendas armaduras, que podían llevar como ropa normal, y cuyo poder defensivo no era en absoluto despreciable. Además, eran ligeras y cómodas.

Por desgracia, no eran capaces de cambiarlas de color y forma, y Eldi no sabía como enseñarles a hacerlo. Gjaki, la que más tiempo llevaba allí, tampoco lo sabía, aún habiéndolo investigado. Le había incluso preguntado al Oráculo, y aún recordaba irritada la no-respuesta que había recibido.

No obstante, Eldi podía cambiarlos por ellos cuando se encontraran. O arreglarlas si sufrían cualquier desperfecto, en el yunque de la aldea de iniciación. Sin duda, no encontrarían nada mejor ni por todo el oro del mundo.

–Están preparados– informó Lidia, de repente seria.

–Nosotros también vamos– aseguró Ted, con Mideltya asintiendo.

Lidia los miró y asintió. Aunque odiaba ponerlos en peligro, esa era una conversación que ya habían tenido en el pasado, y que había perdido miserablemente.

Eldi abrió un Portal, y los cuatro desaparecieron en éste.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora