Vecinos imperiales (II)

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–Eldi Hnefa, vaya, es un honor y una sorpresa– saludó el emperador con solemnidad.

Estaba visiblemente sorprendido. No esperaba conocer a quien había sido la comidilla de toda la corte. Una sola persona que tenía en jaque a la nobleza de un país, y con derechos legítimos. Puede que no fueran ni siquiera vecinos, pero ciertos rumores se transmitían con rapidez.

–No esperaba ser tan famoso– se sintió un tanto abrumado –. Es un honor conocer a los emperadores...

–Dejaros de ceremonias. Por hoy, ella es mi amiga Kroquia, y él su marido. No hay emperadores por aquí– lo interrumpió Gjaki.

–Siempre igual– se quejó el emperador.

–No hay nada que se pueda hacer, es así– lo compadeció Eldi.

Si bien no lo había sufrido en persona, conocía la actitud de su amiga. En la Ciudad de la Luz, por ejemplo, había cambiado completamente al encontrarse con sus amigos, sin importarle si eran generales o posaderos. Los trataba simplemente como amigos, y no permitía que la trataran como Reina de Sangre. Muy distinto era con sus enemigos.

–Al fin alguien con sentido común– suspiró el emperador, estrechándole la mano.

–Dejaros de tonterías. A ver, Eldi, explícanos lo de las gemas. ¿Por qué ese armero de pacotilla le decía a Krinia que consiguiera esa?– exigió la vampiresa, medio en broma.

El alto humano se encogió de hombros y se volvió hacia Krinia y Gjaki.

–Supongo que porque había hecho algo antes con esa gema. Cualquiera puede contener maná. Si no has utilizado la adecuada, incluso podría parecer una buena elección. Pero la diferencia es enorme. La gema que necesitarías es la aktina. Para que veas la diferencia. Estas dos lanzas contienen una versión inferior de esas gemas. Prueba a insertar maná– sacó dos lanzas del inventario.

El emperador no pudo sino abrir los ojos, impresionado. La manufactura de ambas era exquisita. A simple vista, se veía que eran armas excepcionales.

–Pues yo la veo bien. Circula bien el maná, y lo almacena con eficiencia. Lástima que sea una lanza– valoró Krinia tras utilizar la de viento como un báculo.

–A ver si me dices lo mismo después de probar la otra– le acercó la eléctrica con una sonrisa.

No hubo necesidad de esperar la respuesta de la maga. Su expresión fue más que suficiente para mostrar su sorpresa y excitación. Miró a Eldi con más reverencia que unos instantes atrás.

–Es increíble. No podía imaginar que... ¿Me dejas probar la otra otra vez?

–Claro.

La maga cogió la lanza de viento. Esta vez circuló el maná con más suavidad. Con delicadeza. Sintiendo los cambios. Suspiró.

–Realmente es otro mundo. Qué equivocada estaba. Tengo que conseguir la gema de aktina, y a alguien que me pueda hacer un báculo con ella. Ese armero no tenía ni idea– reconoció, aliviada por haberlo sabido a tiempo.

Se sentía un tanto avergonzada. Era una maga experta, y hasta ahora nunca había ni siquiera imaginado tanta diferencia. Claro que era raro el artesano que no había llegado a la maestría que fuera capaz de hacer armas con atributos concretos.

–Si la consigues, te puedo hacer un báculo. No me costaría nada– ofreció Eldi.

–Acepta la oferta antes de que se arrepienta. Él es el que ha hecho todas esas armas– la instó Gjaki.

Los reptilianos lo miraron con sorpresa. A pesar del conocimiento que había demostrado, no esperaban que fuera un maestro armero.

–Yo... Muchas gracias. Te pagaré lo que quieras– ofreció sin pensar.

–Eres amiga de Gjaki. No te puedo cobrar– aseguró él.

–¡No puedo permitir eso!– exclamó Krinia.

–Primero consigue la gema, luego ya discutiréis. A ver, vamos a repartirnos los artículos– terció la vampiresa.



Mientras, Goldmi estaba haciendo comida para todos. Incluso algunos platos a petición del príncipe, aunque éste tuvo que conseguir el permiso de sus padres.

De hecho, el príncipe había dejado de serlo por un rato. Tímido al principio, había sido arrastrado por las gemelas, y ahora estaba jugando con ellas y los niños vampiros.

Rara vez tenía la oportunidad de interactuar con otros niños con libertad, a excepción de unos pocos amigos, muy pocos.

La interacción con otros niños nobles tenía muchas lecturas políticas, y podría tener repercusiones en el futuro. Por algo era el heredero al trono. Así que dichas interacciones se hacían con mucho cuidado y vigiladas. Rara vez, podían simplemente ser niños jugando.

Ahora, sin embargo, aquellos niños no tenían ninguna problemática. Unas eran las hijas de Goldmi, una elfa visitante, muy alejada de la corte reptiliana. Los otros eran niños vampiros, también alejados de los problemas de la corte, y bajo la protección de la mismísima Reina de Sangre.

Su madre no podía sino sonreír al ver a su hijo simplemente jugando como un niño más. Y su padre intentaba no sonreír también, aunque a veces se le escapaba.

De hecho, Kroluo estaba encantado ante la posibilidad de poder pujar. De perseguir y ser perseguido por los otros niños. De aprender un extraño juego de cartas.

–Si queréis, podéis traerlo cuando queráis a la mansión– ofreció la vampiresa.

–No sé si sería conveniente. Quizás...– dudó el emperador.

–¡Claro! Será bueno para él alejarse de vez en cuando de la corte. Así puede ver que no es el único mundo, y puede ser un niño. Gracias Gjaki– interrumpió la emperatriz.

Él la miró, queriendo llevarle la contraria, pero sabiendo que tenía razón. Dudaba, aunque sentía ahora mismo cierta envidia de su hijo. Él rara vez había sido simplemente un niño.

Quizás, lo que más le había atraído de Kroquia había sido su frescura. A pesar de ser noble, tenía contacto con el pueblo a través de sus amigos, de sus aventuras. Quizás no era la única, pero sí la única a través de la cual había podido vivir otra vida. La única que lo había entendido, que había comprendido su soledad, y le había ayudado a superarla.

La había conocido apenas a los diez años, y habían mantenido su amistad primero y relación después prácticamente en secreto. Sobre todo, de sus hermanos.

Le daba miedo pensar que sin ella podría haberse convertido en algo parecido a su hermano mayor. En un ser egoísta y déspota, dispuesto a matar a su propia familia de ser necesario. Que incluso quería someter a Kroquia, razón por la cual lo había odiado.

Amaba a su mujer, y estaba profundamente agradecido a Gjaki. Sin la vampiresa, la actual emperatriz hubiera muerto. Y, seguramente, él también.

–Ya veremos– no se acabó de rendir, sin querer reconocer que le parecía bien.

–Señores y señoras, es un honor para mí presidir...– se oyó la voz de quien había salido al escenario.

La subasta iba a empezar.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora