Asalto a la cueva (I)

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El asesino observaba a lo lejos al grupo con interés. Uno de ellos usaba lanza y martillo. Si también le veía usar un hacha, entonces avisaría al resto. Si bien no estaría 100% seguro de que fuera él, valía la pena el riesgo de capturarlo e interrogarlo.

Es cierto que su aspecto no coincidía con el de su objetivo, pero no eran tan extraños los artefactos para cambiar de apariencia. Los asesinos lo sabían bien.

Le preocupaba lo que había observado desde la distancia. El grupo, aunque reducido, tenía una capacidad de combate elevada. De hecho, no creía que ese fuera el límite de sus habilidades.

–Si es él, tendremos que venir bastantes, mejor si los pillamos por sorpresa. ¿Hmmm? ¿Alguien más los sigue?– murmuró para sí.

Los había estado siguiendo desde la distancia, pero nunca recorriendo el mismo camino que ellos. Era una precaución que siempre seguían los asesinos, para evitar posibles trampas. Algunos de sus objetivos eran extremadamente cautelosos y las creaban tras ellos.

Sin embargo, el otro grupo no tomaba tales precauciones, los seguía directamente. Por ello, habían sido localizados rápidamente por las Alarmas de la elfa, y luego la azor no había tenido muchas dificultades para encontrarlos.

Lo que el asesino no sabía era que él también había sido parcialmente descubierto. La azor bajaba a menudo a tierra apenas un momento. A través de ella, su hermana colocaba Alarmas en otros puntos, para localizar a posibles seres de la mazmorra que los acecharan. Los leones escarlata podían ser peligrosos si atacaban por sorpresa.

Siguió observando a su objetivo y al grupo que los seguía, sin intervenir. Si tal y como creía aquel grupo de ocho atacaba al grupo de tres, estaba seguro de que podría averiguar algo más.

No le importaba mucho si los mataban. Sabía que declarando su pertenencia al gremio de asesinos, aquellos delincuentes de baja monta no pondrían ningún impedimento en que se hiciera con el cadáver. De hecho, seguramente estarían aterrados por su presencia.

Si era su objetivo, le habrían hecho todo el trabajo. Si no, le habrían ayudado a no tener que perder más tiempo. Si los delincuentes perdían, estaba seguro de que descubriría algo durante el enfrentamiento. Fuera cual fuera el resultado, lo mejor era no intervenir.

Así que, con cierto desdén hacia el grupo de asaltantes, se dispuso a disfrutar del espectáculo.



–Los muy jodidos van bien preparados. Esa barrera es de las caras. Je, je, son una buena presa– se vanaglorió una de las lamias.

Si no fuera porque los estaban siguiendo, seguramente no los habrían descubierto. Habían llegado a una zona rocosa, por lo que su rastro era difícil de seguir. Además, sus presas habían entrado en una cueva, donde un artefacto disimulaba y protegía la entrada. Ahora, parecía simplemente otra pared de piedra, sin rastro de la entrada original.

Aquel tipo de artefactos eran habituales entre los aventureros que se adentraban allí, aunque generalmente no eran tan refinados. Incluso a esa distancia y sabiendo que aquel era el lugar, apenas podían apreciar ninguna diferencia.

–Recordad, si es posible, no matarlos aún. Sobre todo al macho– avisó otra de las lamias.

–Sí, sí, ya lo has dicho antes. Es una lástima que sean peludas. Ya podrían ser tiernas elfas– se lamentó el hombre-ciempiés.

Los tres mantenían su disfraz lobuno. Habían discutido si quitárselo o no, pero sabiendo que los seguían, no era prudente. Así que sus perseguidores no conocían su apariencia real.

–Tch. Sois demasiados maniáticos– criticó la aracne, de mal humor.

Habían sorteado el orden con el único macho, y le había tocado la última. Eso la hacía estar irritable, incluso no importándole demasiado si moría.

–¿¡Qué sabrás tú!?– le reprochó el otro hombre-ciempiés.

–Sshhh. Silencio. Es hora de empezar. Ya deben de estar dormidos– avisó otra aracne.

Todos asintieron y se empezaron a aproximar en silencio.



–Otra Alarma. Lo tengo más o menos localizado– informó Goldmi, mientras observaba a su amiga.

–Luego nos encargaremos de lo que sea. Primero, veamos que quieren los que nos siguen. Parecen estar pidiendo a gritos que los maten– amenazó Gjaki, mientras acumulaba maná en un extraño artefacto que había sacado del inventario.

–Realmente son espectaculares. Lástima que ese oficio no estuviera en el juego– apreció y lamentó Eldi.

Una barrera de maná se irguió frente a ellos, tomando la forma de piedra y el color del resto de la montaña, ocultando la cueva. Su protección no era muy alta, pero su capacidad de camuflaje era sin duda espectacular.

Gjaki lo había obtenido de uno de sus enemigos en el pasado, lo había encontrado interesante, y se lo había quedado. Aquel tipo de aparatos eran creados por unos artesanos denominados artífices, un oficio en el que Eldi estaba interesado. Junto al estudio de runas, del propio maná y habilidades, de la comprensión más profunda de sus otros oficios, de la estructura de los hechizos...

Hubieran podido usar simplemente la Protección de las Sombras de Gjaki, el Hogar Vegetal de Goldmi o el Escudo del Dormilón de Eldi. Pero eso resultaba más normal entre los aventureros, y querían que sus acechadores se confiaran.

Con la ayuda del artefacto, entraron dentro de la cueva, saliendo un rato después. Habían elegido aquel lugar porque estaba protegido del sol, creando una sombra que los favorecía. En caso contrario, no hubiera sido tan fácil escabullirse con Oscuridad.

La vampiresa envolvió a sus dos compañeros y a la lince, conduciéndolos a una cueva cercana. Mientras, tanto la azor como unos Murciélagos vigilaban a sus enemigos, e intentaban localizar a su acechador invisible. No obstante, el asesino se mantenía inmóvil, oculto bajo su capa mágica.

Mientras no se moviera muy rápido, su efecto era similar al de Oscuridad, con la ventaja de que incluso funcionaba de día. La principal desventaja era que tardaba un buen rato en activarse. Además, si había un cambio en el terreno, debía ir muy despacio y con mucho cuidado para que el camuflaje se fuera adaptando.

No podía saber que no sólo había sido descubierto, sino que conocían su posición aproximada. Con la ayuda de la azor, Goldmi había colocado un gran número de Alarmas, cada una a unos metros de la otra. Además, una vez se habían detenido, había usado también Percepción Natural, confirmando que sólo había uno y su posición.

No obstante, primero tenían que lidiar con la amenaza inminente. Luego, ya se encargarían de averiguar las intenciones de su otro acechador, aunque no suponían que fueran muy buenas.

Se ocultaron en la cueva contigua, y esperaron pacientemente a que sus acechadores entraran en acción. Cuando estos desenvainaron sus armas, se confirmaron sus sospechas. De lo que no estaban seguros era el porqué. Necesitaban al menos a uno vivo.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora