Emboscada

178 40 0
                                    

–¡Viene a por mí! ¡Viene a por mí! ¡Socorro! ¡Qué alguien me ayude! ¡Aaaaaaaahhhh!– gritaba la sombra mientras huía despavorida.

Podía sentir como la distancia que la separaba de la presencia que la perseguía iba decreciendo, que el hada era más rápida que ella.

–No, espera, es sólo un hada, y esto está lleno de miasma. Si ha venido hasta aquí, estará debilitada. ¡Puedo enfrentarme a ella!– se intentó animar.

A pesar de ello, seguía huyendo, sin detenerse, sin mirar atrás. Ni siquiera tenía tiempo de pensar por qué la presencia que tanto temía había aparecido de repente.

Por primera vez en mucho tiempo, hubiera querido tener a otras sombras cerca. Sin embargo, su propia naturaleza lo había evitado. Eran individualistas, competitivas y muy desconfiadas.

La presencia estaba cada vez más cerca. Apenas diez metros los separaban. Fue entonces cuando escuchó una voz dulce, que le hubiera helado la sangre si tuviera.

–Traicionasteis a vuestros hermanos, traicionasteis a la vida, incluso os traicionasteis a vosotros mismos. Y si eso no fuera bastante, nos seguís atacando, seguís intentando destruir lo que nosotras cuidamos, no creando nada a cambio. Vuestro único propósito es la destrucción, y no podemos permitirlo– repitió el hada las palabras que pronunciaba ante cada sombra.

Como en el resto de ocasiones que se había enfrentado a uno de sus enemigos, la normalmente inocente hada lucía una expresión solemne, mientras sus pequeñas manos empezaban a resplandecer.

La sombra se giró de golpe, con odio y miedo, intentando atacar por sorpresa. Había reunido todo el miasma antes de girarse, y lo expulsó frente a ella. Era un ataque que podía dañar incluso a un hada.

–Ja, ja, ja. ¡La he matado! Ja, ja– se vanaglorió, pues ya no podía percibir al hada.

Fue entonces cuando sintió algo que había olvidado. Una calidez en su espalda que lo engullía, que purificaba su esencia corrompida.

–¡No! ¡Espera! ¡Noooooooooo...!

La distorsión producida por el masivo ataque de miasma era lo que le había impedido seguir sintiendo al hada, quien había esquivado el ataque gracias a su agilidad y experiencia. No era la primera vez.

Como en otras ocasiones, Pikshbxgra miró el espacio ahora vacío con tristeza. Aquel ser había sido un espíritu en el pasado. Su victoria acababa con lo que nunca debiera haber existido, pero no eliminaba el hecho de que había estado. Además, estaba rodeada de miasma y corrupción.

Se volvió, enfocándose en una presencia reconfortante a lo lejos, en el lugar del que había partido.

–Tía Omi...– murmuró.

Dejando atrás el recuerdo de la sombra, se apresuró para reunirse de nuevo con la elfa.



Goldmi disparó una flecha al perdido más cercano. Querían provocarlo, ver si venía sólo y podían lidiar con él lentamente. La idea era atraerlos uno a uno mientras fuera posible. Cuanto más disminuyeran sus números, más fácil sería.

–¡Auuuuuú!– aulló la pantera corrompida.

–¿Desde cuándo aúllan las panteras?– se quejó Eldi.

–Eso no importa. Ha alertado a los demás. Preparaos. Vienen muchos– avisó la vampiresa.

–¿Cuántos son mucho?– preguntó la drelfa.

–No estoy segura. Unos treinta, seguramente– estimó Gjaki.

–¿Trein...ta? ¿No sería mejor huir?– se asustó Maldoa.

–Será un poco más movido, pero no debería haber problema– sonrió la vampiresa, más excitada que preocupada.

La drelfa miró a los demás, buscando ayuda. Se encontró con que tanto la elfa como el alto humano estaban concentrados en sus tareas. No parecían estar excesivamente preocupados. Y mucho menos la lince. Suspiró.

–Y yo que pensaba que Goldmi era más sensata. ¡Están todos locos! ¡Y yo por quedarme con ellos!– masculló, mientras se preparaba para la batalla.

Tanto ella como la elfa estaban algo mermadas por no poder usar su conexión con la naturaleza, lo que sin duda las incomodaba. De todas formas, ahora no había tiempo para preocuparse.

Los primeros en llegar descubrieron a la felina, que rápidamente huyó de ellos. Sin pensárselo dos veces, la siguieron, ignorando los Muros de Tierra que iban surgiendo. Sólo veían a su presa.

Fueron media docena de ellos los que siguieron a la lince entre los Muros, amenazando con alcanzarla, pero no acabando de cogerla. Aunque algunos niveles menos, no tenía que lidiar con los Abismos de Viento que sus enemigos se veían forzados a atravesar.

Gjaki sirvió de cebo para otros tantos. Había Disimulado su nivel y usaba Sobrecarga Sanguínea, además de ser ayudada por algunos Tentáculos. Si era necesario, levantaba unos hilos para hacerlos tropezar.

Eldi, usando Espíritu de Conejo, consiguió atraer al siguiente grupo. Alzaba tras de sí Muros de Tierra que sus enemigos tenían que atravesar, perdiendo tiempo. Los que intentaban saltarlo recibían varias Flechas Toscas que los empujaban hacia atrás.

Los últimos en llegar fueron directos hacia la drelfa. Ésta estaba lejos, pero había activado su presencia como medio dríada. El aura de vida que emanaba era profundamente odiada y anhelada por los perdidos.

Goldmi se encargaba de echar una mano a todos los que lo necesitaran, como las Flechas Toscas. O algunas Trampas de Viento, que hacían poco daño, pero estorbaban a sus enemigos. No sólo había que evitar que alcanzaran a sus compañeros, sino que llegaran todos a la vez.

La lince Saltó para llegar junto a su hermana y la drelfa. Un instante después, llegaba Eldi, que usó Pértiga para salvar la distancia hasta las tres. Apoyó la lanza en un punto marcado, un punto seguro.

Gjaki fue la última por apenas unos segundos. Aunque también la seguían más de cerca. La sonrisa en su rostro indicaba claramente lo divertido que lo encontraba. Con Sangre a los pies, saltó hacia ellos, salvando los últimos metros Planeando.

Los perdidos se abalanzaron sobre ellos, encontrándose con unos hilos invisibles que les cortaban el paso. Eso provocó que se agolparan.

Fue entonces cuando Eldi lanzó varias Bolas de Fuego hacia el suelo, provocando que se fundieran los soportes de hielo. Junto al peso de los perdidos, el suelo cedió, descubriendo un enorme agujero de varios metros de profundidad, y otros tantos de ancho. Eldi había invertido una gran cantidad de maná en Poder del Topo para crearlo.

En cuando cayeron, empezaran a activarse Abismos de Luz uno tras otro, llenando de luz y poder purificador el enorme socavón.

–¿Tiramos las piedras?– preguntó Gjaki.

–No parece que haga falta– observó Eldi.

Éste iba lanzando Gravedad a los que parecía que querían escaparse, mientras usaba algunas lanzas normales y de Fuego. Además, había colocado una Prisión de Hielo, y Gjaki estaba preparada para extender sus hilos.

Cuando la luz se apagó, no quedaba nada, excepto unas lanzas que un hada cibernética se afanó en recoger. La diferencia de nivel no era suficiente para contrarrestar el gran número de Abismos de Luz puestos unos encima de otros. Además, su poder era el némesis de los perdidos.

–Ha sido más fácil de lo que esperaba– reconoció Maldoa, aliviada –. Es una pena no poderlo hacer más a menudo.

Los tres compañeros se miraron y se sonrieron.

–Realmente sería una pena no aprovecharlo un poco más– expresó Goldmi lo que los tres estaban pensando.

–Aún quedan muchos perdidos por aquí– sonrió la vampiresa.

–Voy a arreglar un poco el agujero– intervino Eldi.

–Oh...– se quedó por un momento atónita la drelfa. Una sonrisa se asomó en sus labios.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora