Ciénaga (II)

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El primero en atacarla fue un ser similar a un caimán marrón, que apenas fue visible hasta que se lanzó hacia ella y abrió sus fauces. A pesar de su tamaño y la poca profundidad, podía moverse dentro del agua sin ser visto, gracias a la habilidad que le permitía Aplanar su cuerpo.

Pretendía cerrar sus poderosas mandíbulas sobre la vampiresa, pero una gruesa rama que le impidió cerrar su boca abierta. Además, encontró sus movimientos restringidos por ataduras invisibles.

–Siempre he querido hacerlo– murmuró Gjaki.

No se encontraba ya dentro del agua, sino sobre un Muro de Roca que había creado Eldi. Los seres de la mazmorra eran atraídos por la sangre, y se veían obligados a mostrarse para atacarla. Cuando lo hacían, un entramado de hilos casi invisibles se interponía en su camino.

No obstante, dichos hilos sólo eran una solución temporal. No eran suficientes para contener a todos los seres que los acechaban, no tanto debido a que no fueran suficientemente fuertes, sino a la falta de agarres consistentes.

Por alguna razón incomprensible, los hilos acababan atravesando los árboles de maná si se los tensionaba continuamente. Era aún más incomprensible que dichos árboles no se cortaran por la mitad, sino que el corte se iba cerrando a medida que los hilos metálicos avanzaban poco a poco.

De todas formas, eran útiles para ganar tiempo. Tanto el Caimán de la Ciénaga como la Anaconda de la Ciénaga se vieron atrapados por ellos. Esta última era una enorme serpiente acuática, motivo por lo que le habían dado ese nombre. Aunque, a diferencia de ésta, era venenosa, y existía incluso una versión mutante con dos cabezas.

Goldmi iba disparando flechas normales a medida que se enredaban. Y alguna Flecha de Luz si se quedaban con la boca abierta, aunque de momento prefería invertir maná en otros asuntos.

También acudieron lo que los jugadores llamaban Tiburones de las Ciénagas, algo de lo que Eldi se había quejado muchas veces. Tenían forma de pez de entre uno y dos metros de longitud, aunque no de tiburón. No obstante, tenían una aleta dorsal que a veces se veía salir del agua, y era la razón del nombre que le habían dado.

Su color era de un verde fluorescente cuando salía del agua. Dicha fluorescencia no se veía cuando estaba sumergido, y era debida a la corrosiva sustancia que lo envolvía. Lo más curioso eran sus cuatro extrañas patas, que le permitían caminar con torpeza fuera del agua. Parecían un tanto mal diseñadas, como si a la evolución aún le quedara mucho trabajo por hacer. O quizás quienes habían creado la mazmorra no habían querido esforzarse demasiado en ese detalle.

Cientos de sanguijuelas se fueron acercando junto al resto. Puede que no fueran muy peligrosas individualmente, pero la cantidad las hacía temibles.

–Esto no aguanta más– avisó Gjaki.

El Muro se estaba resquebrajando producto de los múltiples ataques, y los hilos se aflojaban a medida que los soportes atravesaban los árboles. Si bien podía arreglarlo con Cordel Vivo, era un claro signo de que acabarían cediendo.

La lince se agazapó, preparada para Saltar. La arquera siguió Reteniendo flechas de maná. Había estado disparando las normales, a la vez que preparaba éstas. La azor observaba, dispuesta a dejarse caer en Picado.

Eldi lanzó las dos Lanzas Eléctricas que tenían en las manos, sin aplicar ninguna habilidad. Simplemente, las dejó caer al agua, cerca de su compañera. Inmediatamente, invocó dos más y las volvió a lanzar, y otras dos.

Puede que no usara ninguna habilidad, pero su destreza con el arma estaba al máximo. Así que dichas lanzas llegaron donde tenían que llegar, rodeando el lugar en la que la vampiresa hacía de cebo.

Era una táctica que en el juego no había funcionado. Eldi había mencionado que el agua no era conductora de electricidad, pero si las sales que contiene. Gjaki lo había ignorado al principio, pero a Goldmi se le había ocurrido usar los hechizos eléctricos en el agua.

La idea había sido un tanto absurda para un juego, pero a pesar de ello lo habían intentado. Como en la mayoría de ocasiones, había resultado un rotundo fracaso. Muy pocas veces alguna de aquellas ideas había tenido éxito, aunque habían valido la pena los fracasos para esas pocas.

Sin embargo, poco después de entrar en aquella planta, Eldi se había preguntado en voz alta si aquello funcionaría en la realidad. Sus compañeras no habían parado hasta encontrar un conejillo de indias, una serpiente que acabó siendo paralizada por la electricidad.

–Parece que tenemos un nuevo plan– había sonreído Gjaki traviesamente.

–Sólo si tú haces de cebo– había reído Goldmi.

–A mí no me mires, yo tengo que tirar las lanzas– se había librado Eldi.

La lince simplemente había mirado hacia otro lado.

Así que, tras algunas pruebas más, habían llegado a esa situación. Alrededor de Gjaki, todos los depredadores se había quedado paralizados, flotando en el agua, algunos incluso con la boca abierta.

Decenas de Flechas De Viento dejaron de ser Retenidas y se abalanzaron hacia los depredadores que se habían convertido en presa. Dado que estaban quietos, era fácil apuntar a las zonas más vulnerables, clavarse firmemente en ellos.

Por supuesto, la elfa siguió disparando flechas de tres en tres gracias a Tres mejor que una, con precisión.

La lince saltó de la rama tras la primera ráfaga. Aterrizó sobre un Tiburón de la Ciénaga envuelta en fuego y lo Desgarró. Sin detenerse por un momento, Trituró el cuello de un caimán y se dirigió hacia otro.

Por su parte, la azor chocó brutalmente y envuelta en viento contra una serpiente, a la que arrancó los ojos con sus garras en apenas un instante. Sin detenerse y para evitar mojarse, rebotó y llegó sobre un caimán. Se agarró fuertemente a su cuello, que empezó a desgarrar con su pico.

Eldi también saltó, martillo en mano, para aplastar la cabeza de un tiburón con Casi Thor. Seguidamente, dejó que su asistente cibernética recogiera el martillo y sacó la lanza. Añadió Toque de Fuego al arma, y usó Colador varias veces seguidas para atravesar a los ahora indefensos atacantes, mientras caminaba entre ellos. Algunas sanguijuelas también fueron agujereadas,

Por su parte, Gjaki usaba Atadura Sanguínea para retener a los que estaban un poco más lejos, antes de que se recuperaran, y a los que aún iban llegando.

–¡Se acabó el tiempo!– avisó de repente Eldi. Era hora de replegarse.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora