Pasado por agua (III)

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Algunos embistieron contra la embarcación. Aunque no tan grandes como el barco pirata, su tamaño no era en absoluto desdeñable, y los continuos impactos hubieran amenazado con partir el casco de una embarcación normal. Claro que no ésta era precisamente normal. No sólo el material era sumamente resistente, sino que estaba protegida por una barrera de maná.

Por supuesto, el maná no salía de la nada, sino del núcleo del barco. Era una gema con un gran capacidad de maná, idéntica a la que había en la mansión. Gjaki tenía varias de ellas, y las había ido recargando en el pasado.

De hecho, de dicho núcleo salía también el maná para los marineros, y el viento que movía las velas. Los tres se habían turnado para ir rellenándola cuando no tenían nada mejor que hacer. Además, en el caso peor, Gjaki tenía más.

La barrera podía cubrir también la parte superior si era necesario, pero ello interferiría con sus ataques. Así que habían optado por una protección más sutil. La letalidad de la primera línea de defensa la comprobó un pulpo de diez tentáculos, algo de lo que siempre se había quejado Eldi en el juego. Los pulpos tienen ocho.

Intentó subirse a la embarcación, agarrándose con sus tentáculos, sin saber que la cubierta estaba protegida por afilados hilos de adamantino. De hecho, cubrían todo menos el casco, protegiendo la embarcación.

En esos momentos, la necesidad de levear era secundaria, así que habían permitido a Gjaki usar los mejores hilos que tenía. Mezclando Cordel Vivo, Red Mortal y Cordel Letal, varios de los tentáculos fueron seccionados, haciéndolo caer de nuevo al agua.

A otro ser similar le cortaron todos menos uno. El último fue agarrada por la lince con sus poderosas mandíbulas, arrastrándolo sobre la cubierta. Llego a ésta pasando por una trama de afilados hilos, que segaron incluso la base de los tentáculos y parte de la cabeza.

Inmediatamente, la felina se lanzó sobre él. Aunque de menor tamaño, no tuvo problemas en deshacerse del cefalópodo, que no estaba armado adecuadamente para luchar fuera del agua. Sumado a que había quedado gravemente mutilado, fue rápidamente destrozado. Levantó la cabeza y suspiró. Había planeado holgazanear un poco más, pero al parecer se requería su colaboración.

–Todo sería más fácil si hermana agua estuviera aquí– se dijo.

Se guardó los pensamientos para ella. Sabía que sus otras dos hermanas también la echaban de menos, y no sabían si la volverían a ver. De hecho, no tenían ni idea de dónde o cómo se encontraba.

Eldi usaba Lanzas de Fuego y Jabalina contra los que se acercaban. Especialmente apuntaba desde la borda a los enormes seres de maná que chocaban contra el casco. Los que querían trepar hacia ellos se los dejaba a la felina y la vampiresa.

En cuanto a Goldmi, simplemente disparaba a placer. En ocasiones, su hermana alada le acercaba alguna presa en lugar de lanzarlas contra otras. Esos seres eran vulnerables por debajo, así que al levantarlas las hacía presa fácil para las flechas de la arquera.

Al final, los supervivientes a los cañones acabaron sucumbiendo poco a poco, gracias a un barco pirata cuya presencia en aquella planta era prácticamente hacer trampas. De hecho, en el juego, los habían prohibido tras darse cuenta de que provocaban que fuera demasiado fácil.



Se bajaron en la isla que el ejército de seres acuáticos había estado protegiendo. Gjaki guardó el barco en el inventario, preguntándose una vez más qué tamaño tenía ese inventario.

En realidad, debiera ser imposible guardar algo de ese tamaño, ya que no podía levantarlo, lo que solía ser el requisito. Sin embargo, tenía una especie de vínculo con la embarcación. De hecho, todos ellos lo tenían, la habían conseguido entre todos.

La azor se posó sobre su hermana, dejándose acariciar la cabeza, mientras todos observaban unas extrañas escaleras que salían de la isla. En la dirección que iban, deberían atravesar el agua. Sin embargo, cuando Eldi y Gjaki se habían sumergido para comprobarlo, no habían encontrado ni siquiera humedad. Parecía imposible.

–Las damas primero– ofreció Eldi.

–No, no, sabes que somos feministas. Los caballeros primero– se negó Goldmi, burlona.

–Somos cuatro contra uno, acéptalo– rio Gjaki.

–¡Eso no es justo! ¿Por qué os aliáis contra mí? ¡Es un abuso!– se quejó el alto humano.

–Tú has empezado– lo acusó la elfa.

Él se calló por un momento. Era cierto. Ahora que lo pensaba, había cavado el mismo su propia tumba, por mucho que hubiera estado bromeando.

–Al menos pon tus bichos delante. Los Gólems son un poco torpes– pidió a Gjaki.

–¡No llames bichos a mis bichos!– protestó la vampiresa.

Sus compañeros se miraron y negaron con la cabeza. Había sido un chiste muy malo.

Ella les sacó la lengua e invocó un Murciélago y un Mastín de Sangre. El primero debía explorar, mientras que el segundo caminaría delante por si había alguna trampa.

No obstante, como en el juego, bajaron por las escaleras sin encontrar ningún contratiempo. Llegaron a la misma sala del juego, una verdadera sala del tesoro. Estaba llena de joyas, armas, monedas de oro, gemas de todo tipo, telas mágicas de gran valor...

No tardaron en comprobar que, como en el juego, aquella sala del tesoro era una gran broma. Todo eran ilusiones, ninguno de esos tesoros era real.

–¿Ves algo?– le preguntó Goldmi a su amiga.

La elfa era la que estaba más nerviosa, la que se jugaba más. Aquello era muy importante para ella.

–Por aquí hay algo– indicó la vampiresa.

Estaba usando Discernir Ilusiones, lo que le permitía ver más allá de éstas. En la dirección que indicaba, había algo diferente, una sutil emanación de maná de una naturaleza distinta a las ilusiones.

Recorrieron varias habitaciones, cada una con un escenario diferente, todos ellos espectaculares. Era como un parque temático donde se recreaban varios paisajes de Jorgaldur.

Llegaron finalmente a un lugar lleno de cascadas. Algunas eran enormes, otras pequeñas. Algunas imponentes, otras apaciblemente hermosas.

Gjaki se acercó a un conjunto de pequeñas piscinas naturales y escalonadas. El agua rebosaba de ellas para caer sobre las siguientes, aunque eran sólo ilusiones, ni siquiera los mojaba.

–Ésta es real– señaló.

Eldi se acercó e introdujo un recipiente especial en el lugar indicado. Era el único que tenía, y no sabía dónde conseguir más que pudieran contener aquel líquido sin que perdiera las propiedades.

Lo tapó rápidamente y lo observó atentamente, ante la mirada ansiosa de sus compañeras.

–Agua Espiritual. La tenemos– sonrió.

––¡Bien!–– exclamaron ellas, chocando las manos. Estaban un poco más cerca.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora