Eclosión

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Parecía una superficie lisa, inmaculada, indestructible. Sin embargo, pronto los hechos demostraron lo contrario. Un poderoso golpe fue el primer aviso. Una primera grieta la consecuencia. En breve, a ese golpe le siguieron otros, y las grietan aumentaron. Se expandieron sobre la superficie como una tela de araña, amenazando con romperla

Durante años, había permanecido inalterable, pero en aquel momento se rompió, cayendo varios trozos al suelo. Apareció al mismo tiempo un objeto puntiagudo, el responsable de aquello.

De color blanco, ligeramente azulado y curvado, desapareció un instante después. Aunque no tardó mucho en volver a aparecer, golpeando de nuevo la superficie desde dentro. Junto al objeto, pegado a él, está vez fue más clara una superficie rugosa. En el tercer impacto, apareció un segundo objeto puntiagudo.

–¿Qué es eso?– preguntó Eldmi.

–Los cuernos– respondió su madre.

–¿Tan pequeños?– se extrañó Gjami, mirando a los enormes cuernos de uno de los dragones cercanos.

–Es un bebé aún. Vosotros también erais aún más pequeña que ahora cuando nacisteis– explicó su padre, con una sonrisa un tanto provocativa.

––¡No somos pequeñas!–– exclamaron las gemelas, cayendo de lleno.

Todos las miraron por un momento, sonriendo e incluso riendo por lo bajo. Aunque pronto su atención se volvió al enorme huevo.

El agujero se hizo más y más grande, hasta que la cabeza apareció por completo. Miró alrededor y emitió un imponente rugido. Bueno, hubiera sido imponente de haber sido un dragón adulto. En el bebé dragón, era más bien adorable.

Lo que sí fue imponente fue la repuesta. Prácticamente al unísono, los dragones allí congregados emitieron un rugido, expresando su alegría por la llegada de un nuevo miembro de su especie.

Aquello no asustó a los amigos de los dragones que habían acudido al nacimiento, pues estaban sobre aviso. Aunque sin duda, los impresionó. El aura que los envolvía era poderosa y majestuosa.

Ni siquiera se asustaron las gemelas, que habían alzado su mirada al cielo, esperándolo en cuando el pequeño dragón había rugido. Desde que les habían explicado que pasaría, había deseado presenciarlo. Se las veía de lo más entusiasmadas. Sin duda, no les había decepcionado.

En otras circunstancias, quizás se hubieran sentido aburridas por la espera previa, pero no había ocurrido en absoluto. Desde que habían llegado, habían estado mirando a uno y otro dragón con los ojos muy abiertos, brillándoles, señalando a uno y otro lado.

Estaban envueltas en ropas de invierno y Auras de Fuego, y abrazando a los dragones de peluche que Gjaki les había fabricado especialmente para la ocasión.

Sus padres habían temido que se asustaran, pero el efecto había sido el contrario. Protegidas por sus progenitores y sus tíos, sabiendo que los dragones eran amigos, ¿de qué iban a tener miedo?

–Es una preciosidad– exclamó Gjaki, con su cabeza apoyada en Chornakish.

Con la excusa de que hacía frío y de que su pelaje era cálido, el demihumano no había tenido oportunidad de negarse. Rara vez era capaz de negarse a una petición de su amada.

Mideltya observaba al bebé dragón asombrada, cogiendo de la mano a Ted. Nunca se hubiera imaginado tener una oportunidad así.

Lidia estaba abrazada a Melingor. Eldi lo había traído, después de ser invitado por su mujer. No sólo era una oportunidad única para él, sino que podía estar con Lidia. Vivir separados nunca había sido fácil para ellos, aunque su situación había mejorado. Con Eldi siendo nivel 100 y pudiendo poner Portales, se podían encontrar más a menudo.

Sus obligaciones les habían obligado a estar alejados mucho más de lo que quisieran. Él era un pilar importante en la lucha contra la corrupción. Ella no podía abandonar a los rebeldes, y mucho menos ahora.

Melingor estaba tan esperanzado como preocupado por el inminente encuentro entre Eldi y los reyes de Engenak. Si todo salía bien, su mujer seguramente podría pasar más tiempo con él. La posibilidad de que no saliera bien le quitaba el sueño.

No obstante, en aquel momento, prefirió no pensar en nada de ello. Toda su atención estaba puesto en el bebé dragón saliendo del huevo. Y en la calidez del cuerpo de su mujer abrazándolo.

No fue hasta que salió del todo que sus ansiosos padres se acercaron. Ambos dragones bajaron su cabeza hasta la altura del pequeño dragón, lamiéndolo por ambos lados.

El bebé no se quejó, más bien lo contrario. Parecía disfrutar de la atención de sus padres, emitiendo un sonido entre un ronroneo y un rugido.

Mientras, algunos dragones estaban volando en círculos sobre ellos. Rugían y escupían fuego, celebrándolo. Para los no dragones, era imposible distinguir si estaban felices o furiosos. Por suerte, su anfitriona se lo iba explicando.

–Esos mocosos ya están armando jaleo. Siempre se ponen así cuando se exaltan– recriminó la Anciana, si bien era evidente que no estaba en absoluto molesta por la actitud de los dragones jóvenes de sólo unos cientos de años.

Cada nacimiento era un acontecimiento especial para los dragones, que solía ocurría cada muchos años. No podían evitar estar entusiasmados.

–Yo quiero uno– murmuró Gjaki, mirando al dragoncito.

–¿Y qué harás cuando crezca? ¿Darle a Bolita de desayuno?– rio Coinín, que por nada del mundo había querido perdérselo.

–¿No se puede quedar siempre pequeñito?– deseó la vampiresa.

Mientras, Eldi observaba cada paso con atención. Si bien la biología animal nunca había sido su especialidad, siempre le había interesado. En su cabeza, comparaba el nacimiento del dragón con el de los cocodrilos, otros reptiles e incluso pájaros, como había visto en documentales. Quizás la mayor diferencia era la visible inteligencia del dragón.

Aunque pequeño y dependiente de sus padres, no podía decirse que actuara solo por instinto. Incluso había mirado a los no dragones con evidente curiosidad, como si supiera que eran diferentes.



El alto humano se acercó a lo que quedaba del huevo y recogió algunos restos de las cáscaras. Cogió los justos, no era necesario más. Sabía que sólo podía hacer una poción, y no podía usarlos para nada más. Quizás pudiera venderlos al gremio de alquimistas, pero se hubiera sentido culpable.

La madre dragón lo necesitaba para recuperar parte del esfuerzo invertido en el huevo y su incubación. Coger más de lo que necesitaba le parecía una traición a la confianza que los dragones habían depositado en ellos. Poco antes, Goldmi y Gjaki se habían expresado en la misma línea en un susurro.

–No se darían cuenta, pero yo me sentiría fatal– una de ellas había dicho.

No supo que estaba equivocada. La Anciana lo había estado observando, asintiendo para sí secretamente. Si bien los habían ayudado, y los dragones tenían una deuda con ellos, aquellos seres también lo habían hecho por un interés personal. La actitud del alto humano le había sorprendido gratamente.

–Son verdaderos amigos de los dragones– pensó –. Viejo amigo, tu visión siempre fue mejor que la mía.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora