Entrada principal (I)

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Al principio, nadie noto nada raro. El sonido de los cuernos había dejado de acercarse, pero quizás sólo era un error de percepción, o quizás se habían detenido momentáneamente. Sólo los que estaban sobre las murallas observaban la procesión totalmente confusos, sin entender nada.

Fue cuando empezaron a tener claro que el sonido de los cuernos se estaba alejando, que la gente de dentro de las murallas empezó a murmurar, a sentir nerviosos.

–¿Se va? ¿No va a venir?– se entristeció una niña

–¿Qué está pasando?– se extrañó uno de los pocos rebeldes que estaba allí

–¿Sospechará algo?– se preguntó uno de los asesinos.

–¿Y ahora qué?

–¿Volverá?

–Se siguen alejando

–¿Han parado?

–¿¡Qué es ese ruido!?

–¿¡Un terremoto!?

Alguno intentaron salir por la puerta, pero la barrera y los soldados los retuvieron. No fue hasta un buen rato después que empezaron a llegar rumores desde la muralla.

Al principio, nadie los creía, pero éstos iban llegando de más y más fuentes. Además, el sonido de los cuernos acabó revelando la realidad.

–¡Maldita sea!– se encolerizó una asesina.

–Nos la ha jugado...– masculló otro.

–¿¡Cómo es posible!?

Uno tras otro, maldijeron, golpearon contra el suelo o pared, o simplemente apretaron los dientes. Algunos, se acercaron a palacio, esperando aún tener una oportunidad. Otros, más cautelosos, prefirieron retirarse. Era demasiado difícil de prever qué podía pasar a partir de ahora. Era demasiado arriesgado.

Cierto rebelde sonrió, a la vez que se reprochaba a sí mismo.

–Tenía que haber tenido más confianza. Seguro que Tresdedos lo sabía– pensó.

La verdad es que Tresdedos estaba tan sorprendido como los demás. Lo único que sabía era que Lidia le había asegurado que no había de qué preocuparse respecto a la entrada, si los planes salían bien. Si no, tendrían que ejecutar un plan alternativo de emergencia.

–Así que era eso... Vaya... Que inesperado e imprevisible...– se dijo, sonriendo de oreja a oreja, y sin salir de su asombro.



–¿Lord Hnefa? Este no es el camino de la puerta principal– lo instó la condesa.

Se sentía un tanto violenta por señalar lo obvio a nada más ni nada menos que Eldi Hnefa. La puerta principal de entrada a la ciudad era perfectamente visible desde allí. De hecho, lo era desde antes de cruzar el puente que acababan de dejar atrás.

Sin embargo, tras cruzarlo, Eldi había cambiado de dirección, abandonando el camino, dirigiéndose directamente hacia la muralla.

–No vamos a esa puerta principal– sonrió él.

–¿No a esa...?– quiso confirmar el conde, sin entender nada.

–Lo veréis en unos minutos– les aseguró él.

Lo siguieron, igual de intrigados y desconcertados que el resto del séquito. Había varios nobles y guardaespaldas de confianza, además de algún rebelde, todos preguntándose a dónde iban.

Fue cuando lo entendieron que se sintieron completamente aturdidos, incrédulos. Miraban a Eldi Hnefa sin saber si estaba bromeando, o si se había vuelto loco.

Estaban frente a la muralla popularmente conocida como la Puerta Amurallada. Allí, había grabada una gran puerta, cuyo propósito se desconocía.

Había quien defendía que uno de los constructores había perdido una apuesta, así que la había mandado grabar.

Otros pensaban que se tenía que construir una puerta allí, pero se había acabado el presupuesto. Por ello, la habían dejado indicada, quizás como broma, quizás para construirla en el futuro.

Dudosas leyendas y cuentos aseguraban que en su día se había engañado a un ejército invasor, haciéndoles creer que era la puerta que debían atacar para entrar en la ciudad. El grabado serían los restos de aquel engaño.

Incluso había quien afirmaba que era una puerta real creada con algún oscuro propósito, pero nadie lo creía realmente. No había ninguna explicación razonable para que hubiera una puerta allí que no se había abierto en siglos. El hecho de que por el otro lado de la muralla no hubiera ningún grabado similar confirmaba dicha convicción.

A pesar de todo ello, Eldi Hnefa se había parado frente a aquella puerta inexistente.

–Espero que funcione. Va a ser muy incómodo si no lo hace– se dijo, un tanto nervioso.

Sacó entonces una enorme llave del inventario. Aparte de su tamaño, su aspecto era ordinario, a excepción de las enormes fluctuaciones de maná. Fueron éstas las que indicaron al séquito de Eldi que aquello era algo más que una broma. Lo que era exactamente, lo ignoraban.

Se quedaron mirando mientras él avanzaba hacia la muralla, más de uno conteniendo la respiración.

Sobre la muralla, también lo observaban con extrañeza y no falta de veneración. Los rebeldes se habían asegurado de que en aquella zona sólo hubiera soldados fieles a Eldi Hnefa. Dado que era un lugar sin importancia estratégica para los eventos que se iban a producir, el bando contrario ni siquiera le había prestado atención.

Para sorpresa de los presentes, un enorme agujero en forma de cerradura apareció cuando Eldi se aproximó a la muralla. Aquellos que eran sensibles a las fluctuaciones de maná descubrieron que la llave había interactuado con la muralla mientras se acercaba.

Eldi la introdujo en la cerradura, preguntándose si la tenía que girar. No hizo falta.

El contorno de la puerta inexistente brilló con fuerza. Emitió poderosas fluctuaciones de maná que cubrieron por completo primero dicho contorno, y luego toda la supuesta puerta.

Cuando el brillo se disipó, ninguno de los que ahí estaban daban crédito a sus ojos. Allí había una enorme puerta, dos veces más ancha que la principal. Además, el brillo y fluctuaciones de sus materiales era inequívoco. Mithril, orichalco y adamantino conformaban la totalidad de una prácticamente indestructible entrada.

Por si fuera poco, empezó a abrirse. La imagen de Eldi Hnefa frente a la majestuosa puerta abriéndose, como rindiéndole homenaje, era algo que muchos no olvidarían jamás.

–Ábrete, Sésamo...– murmuró Eldi con una sonrisa al ver que funcionaba –Seguro que Gjaki lo hubiera gritado.

La tierra y rocas acumuladas durante los siglos que podrían haber obstruido la apertura eran simplemente empujadas o trituradas por el imparable movimiento. Nada podía detenerla ahora que había sido activada.

Durante siglos, había acumulado poco a poco maná para cuando fuera necesario. Ahora, tenía lo necesario para abrirse varias veces, y hacer temblar un poco las murallas.

Eldi se giró y miró a quienes lo habían acompañado hasta allí. No pudo sino sonreír ante sus rostros estupefactos.

–¿Venís, u os pensáis quedar ahí?– los llamó.

Estos aún tardaron unos segundos en reaccionar, hasta que la primera de ellos se puso en marcha.

–Ya vamos, ya vamos, lord Hnefa– se apresuró la condesa, con adoración.

Si al principio había tenido sus dudas, y al llegar a la puerta se había quizás empezado a arrepentir, ahora toda indecisión se había convertido en una fe inquebrantable, incluso reverencia. Aquello sin duda era un milagro.

Eldi suspiró. Sólo había sacado una llave que había conseguido durante el juego. No era para que lo miraran así.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora