La dueña del lago

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Goldmi sonreía en la orilla del lago mirando a sus hijas jugar en el agua. Cogida a su mano, Elendnas se la quedó mirado, fascinado por aquella sonrisa. Cuando ella se giró y lo descubrió mirándola con sus ojos azules, se acercó a él. Lo besó tiernamente en los labios, y apretó un poco más su mano contra la suya.

Si hubieran estado solos, quizás hubiera sido más intenso, pero no era así. Muchos elfos estaban allí, mirando a los niños jugar. En el agua, no sólo estaban las gemelas.

Al principio, los padres habían dudado. Aunque no mortal, aquel profundo lago entrañaba un peligro al que en circunstancias normales no hubieran expuesto a sus hijos. De hecho, habían tardado un buen rato en dejarlos entrar, a pesar de las protestas de los más jóvenes. Ver a las gemelas jugando en el agua y solamente poder mirar había ocasionado muchas protestas y algunos lloros.

Cuando Elendnas y Goldmi lo habían propuesto, al principio los otros padres lo habían tomado por algún tipo de broma. Al final, habían acudido más por curiosidad que por estar completamente convencidos. Ahora, sentían incluso un poco de envidia de sus hijos. La próxima vez, se traerían ellos también trajes de baño.

En el lago, vivían unos peces pequeños bastante agresivos. Tenían unos pinchos para defenderse, que si bien no entrañaban un gran peligro, podían provocar un punzante dolor. No dudaban en clavárselo a cualquier cuerpo extraño que se acercara por el agua, como podría ser un elfo. Por ello, ningún niño se bañaba allí, a pesar de estar próximo a la aldea. Su nivel era demasiado bajo para defenderse.

Sin embargo, ahora aquellos peces no se atrevían a acercarse. Habiendo recobrado la mitad de su tamaño original, la enorme kraken vigilaba a los niños. Incluso jugaba con ellos. Y cierta hada revoloteaba alrededor con curiosidad.

–¡Tía Kraki! ¡Súbeme!– pidió un niño elfo de pelo verde claro.

Habían oído a las gemelas llamarla así, y ahora era tía Kraki para todos los niños. Un tentáculo se enroscó en su cintura y lo alzó a un par de metros de altura. Luego, lo dejó caer, entre las risas del niño.

Otro tentáculo se movió rápida y clandestinamente en el agua. Golpeó a un pez unicornio, uno de los pocos que se había atrevido a acercarse a pesar de la temible presencia del enorme depredador acuático. Salió disparado en dirección contraria, sin que su pincho hiciera ni siquiera cosquillas a la kraken nivel 100.

Dos hermanos, un niño y una niña, lloraban en la orilla. Sus padres no les querían dejar entrar, a pesar de que sus heridas estaban curadas. Jugando, se habían golpeado fuertemente una cabeza contra la otra. Tras perder el conocimiento, se habían empezado a hundir.

Dos tentáculos los habían sacado rápidamente del agua y dejado con suavidad en la orilla, donde habían sido curados de inmediato. No tenían nada grave, pero podrían haberse ahogado.

Sus padres ahora tan sólo los dejaban estar en la orilla. En parte, como castigo por haber sido tan descuidados. En parte, por estar los mismos progenitores aún asustados. Cuando los habían visto en la orilla con los ojos cerrados se les había caído el mundo encima.

Cabe decir que los aldeanos ya habían visto antes a la kraken, pero siempre pequeña. Su tamaño actual los había tanto impresionado como intimidado, una de las razones por las que habían tardado en dejar entrar a sus hijos.

Sin embargo, la ternura y cuidado de la kraken los había ido convenciendo poco a poco. Su rápida reacción al sacar a los niños del agua había ganado todos sus corazones.

Cuando más tarde se fueron yendo, algunos niños lloraban diciendo que querían quedarse con tía Kraki. Los adultos se despidieron de ella llamándole cariñosamente pequeña Kraki. Era como la habían llamado hasta ahora, y no iban a cambiar porque sus tentáculos ahora midieran unos cuantos metros.



Gjaki estaba de mal humor, así que se fue a jugar con Bolita. La enorme cochinilla se hizo una bola y se dejó llevar rodando por la vampiresa, hasta que ésta se detuvo y sacó algo del inventario.

Inmediatamente, el insecto recobró su forma original, y devoró la enorme hoja azul que la vampiresa le ofrecía. Era su comida favorita.

–¿Estás bien?– le preguntó Diknsa.

Se había acercado a su hija por detrás, puesto las manos en la cintura, atraído hacia ella y besado en la cabeza.

–He tenido que morderla para disimular. Estaba aterrada– explicó Gjaki, deprimida.

–Ya veo, sigues teniendo un gran corazón. Como cuando sacrificaste tu fuerza para salvarnos a todos. Me alegro de que no hayas cambiado, me siento muy orgullosa de ti. Ten paciencia. Pronto podrás liberarla– la consoló su madre adoptiva.

–Lo sé, mamá... ¡Aaaaah! ¡Tú también ten paciencia! ¡No te comas mi pelo!– gritó de repente Gjaki a Bolita.

–¡Ja, ja, ja!

–¡Mamá! ¡No te rías! ¡Tú! ¡Suelta mi pelo!

–¡Ja, ja, ja!



Eldi suspiró, un tanto apesadumbrado. No es que no lo esperara, pero confirmarlo no dejaba de ser deprimente. Le estaban tendiendo una trampa.

El reino no había puesto ninguna pega en recibirlo. No sólo eso, sino que había insistido en organizar una gran fiesta de bienvenida. Una gran farsa.

–Papá, ¿de verdad podemos ir?– preguntó Líodon, cuyos ojos parecían brillar de la excitación.

–¿No lo he dicho ya? La Anciana nos ha invitado. Se ve que, en el pasado, era habitual que los amigos de los dragones acudieran al nacimiento, pero se había perdido con el tiempo. Insistió en que trajéramos a la familia cercana– confirmó Eldi por tercera vez.

–Más bien creo que han estado mucho tiempo aislados y no tenían muchos amigos– terció Lidia.

–¿Seguro que está bien que vaya yo?– preguntó indecisa Mideltya.

–Claro, eres de la familia– dijo Eldi casi sin pensar.

Tanto ella como Ted se sonrojaron, algo de lo que el mago de batalla no se percató. Estaba concentrado revisando los informes y cartas de rebeldes y nobles. Se sentía obligado a ello, a hacerlo personalmente.

Lidia sí que se dio cuenta. Más bien, los miraba con una sonrisa en los labios, aunque no dijo nada.

Líodon también los vio. En su mirada había algo de envidia, tristeza y frustración, pero no dejó entrever sus sentimientos, o eso creía. No era tan fácil ocultarle algo a su hermana melliza.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora