Renacimiento

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La poción de Regeneración le había supuesto un gran esfuerzo. La de Rejuvenecimiento había sido más fácil. Para la de Renacimiento, estuvo una semana sin dormir.

–Si no fuera nivel 100, no la habría acabado– se dijo, entre agotado y orgulloso.

Concentrarse para llevar a cabo cada paso con precisión había sido cada vez más difícil, debido al cansancio. Tenía que reconocer que, en algunos momentos, había tenido realmente miedo de fallar, y no había una segunda oportunidad.

La cáscara de huevo de dragón de hielo era el ingrediente más difícil de encontrar, de lo que era posible buscar. Había otros tres ingredientes que no tenían ni idea dónde podían encontrarse, ni siquiera dónde empezar a investigar. Esos tres ingredientes los habían encontrado en el inventario de cada uno de ellos. Habían sido obtenidos en extrañas misiones únicas, o encuentros imposibles de repetir.

Un orbe negro de brillo rosado se lo había dado a Eldi el mismo individuo que las recetas. El Profeta.

La esencia cristalizada de dragón sólo podía encontrarse en un dragón de gran poder y mayor edad. Además, sólo podía generarse en circunstancias muy especiales. Tenía que sacrificarse. Gjaki la había guardado en el pasado.

El hilo del renacimiento es también extraordinariamente difícil de encontrar. Forma el capullo que se crea alrededor de un espíritu cuando se transforma en hada, y desaparece cuando el proceso termina. Puede decirse que se fusiona con el hada.

Es sumamente excepcional que un fragmento, por pequeño que fuera, sobreviva intacto. Si eso sucede, es propiedad del hada o, más bien, parte de ella.

Pikshbxgra ni siquiera había dudado en dárselo a su tía Omi cuando ésta había preguntado si sabía algo de aquel ingrediente.

–Es el destino– había asegurado el pequeño ser alado, sonriendo, dejando que su pequeño cuerpo fuera abrazado.

Eldi se levantó, sintiéndose entumecido. Se estiró y se dio medio vuelta, encontrándose con los azules ojos ansiosos de su compañera. Sonrió y se acercó a quien estaba a punto de derramar lágrimas.

–No sé muy bien cómo funciona, pero requiere un par de días para completarse el proceso– explicó, entregando la poción con sumo cuidado.

Ella la cogió casi temblando. Temiendo que se rompiera, la metió en el inventario rápidamente, antes de abrazar a Eldi.

–Gracias, gracias, gracias, gracias...– fue la única palabra que pudo decir en un rato.

Él le palmeó la espalda, mientras ella lloraba. Y volvió a llorar al abrazar a Gjaki. Y aún más cuando volvió a casa y abrazó a su marido, cuyas lágrimas también brotaron.

Cuando al cabo de un rato éste cogió la poción, se la quedó mirando, como reverenciándola. ¿Cuántos años había soñado con aquello?

Se sentó en la bañera, bajo la atenta mirada de su amada. Con la anterior poción, habían aprendido que era mejor no estar en un lugar que pudiera ensuciarse.



Durante dos días, la elfa se quedó junto a su marido. Unas veces esperanzada. Otras, ansiosa. Algunas, casi en pánico.

Lo vio aguantar un extremo dolor, incluso gritando. Contempló entre asustada y atónita como el rubio pelo de éste se desprendía, cual hojas en otoño. Como sus huesos crujían, quizás se rompían. Como la sangre salía de los poros de su piel. Como la propia piel se desprendía, cual serpiente mudando. Como sus marcados músculos prácticamente desaparecían y su cuerpo se debilitaba. Incluso se le habían caído los dientes.

Ella había apretado los puños hasta atravesarse la piel con sus uñas. Había querido abalanzarse hacia él y curarle, pero se había contenido, con lágrimas en los ojos, mordiéndose los labios también hasta sangrar. Por mucho que la frustrara, sabía que no debía intervenir.

Durante un día completo, sufrió viendo a su marido marchitarse. Temió por su vida. Se sintió desconsolada, inútil, confusa, sin saber qué hacer.

Fue al segundo día cuando la situación empezó a cambiar. Poco a poco, su cabello empezó a crecer. Sus músculos a recuperar la forma, puede que incluso más marcada, más fuertes. Su piel recobraba el brillo que había perdido. Incluso podía oírlo gruñir por el dolor de sus dientes al volver a crecer con gran rapidez.

Aunque la elfa no se tranquilizó del todo hasta que lo vio abrir los ojos. Hasta que vio como apretaba sus puños, como hacía circular el maná en su cuerpo, como sonreía satisfecho, eufórico.

Casi estalló en carcajadas cuando vio su expresión al mirar al suelo y encontrarse los restos de piel, dientes, sangre o cabello. De algún modo, no tocaban su cuerpo desnudo, que permanecía impoluto, como el de un recién nacido.

Cuando se giró hacia ella, la elfa sintió su corazón latir con fuerza. La intensa mirada de su amado la atravesó. No descubrir rastro de la suprimida tristeza deleitó su alma. El fuego que vio en sus ojos, despertó el suyo en su interior.

–Elend... ¿Cómo estás?– se acercó ella.

Él la miró. Sonrió. Se acercó también, con cuidado de no pisar los restos de su anterior yo. Sin importarle estar desnudo. Al fin y al cabo, su mujer lo había visto así muchas veces.

–No me había sentido tan bien en mucho tiempo. Aunque me gustaría comprobar hasta qué punto mi cuerpo se ha recuperado– explicó él, abrazándola, mirándola a los ojos a apenas unos centímetros, las puntas de sus narices casi tocándose.

–¿Qué quieres hacer? ¿Salimos a practicar?– preguntó ella, reticente a dejarlo ir.

–Las niñas no están, ¿verdad?– preguntó él, mirándola con pasión.

–Están con tu hermana. ¿Por qué...? ¡Elend!– exclamó escandalizada y enrojeciendo, al darse cuenta de lo que su marido sugería.

Él rio y la cogió en brazos. Ella, lejos de resistirse, lo abrazó del cuello sin dejar de mirarlo, avergonzada pero apasionada.

La llevó hasta su habitación, dejándola suavemente en la cama. Sin dejarse de mirar el uno al otro. No tardando en besarse apasionadamente.



–¿¡Sabéis lo preocupadas que hemos estado!? ¡Podríais haber avisado antes!– los regañó Elenksia.

Goldmi y Elendnas bajaron la cabeza, avergonzados y sintiéndose culpables. Como si fueran dos niños que hubieran cometido una travesura.

–Déjalo ya. Ellos han sufrido más que nadie– intercedió Klimsal.

–Bueno, supongo que puedo perdonarles esta vez... Espero que al menos me hayan fabricado un nuevo sobrino. No me importaría si son gemelos otra vez– se burló la hermana de Elendnas.

–¡Elenk!– exclamó éste, entre indignado y avergonzado.

Ella rio con ganas. Puede que hubiera estado un poco molesta por haberla tenido preocupada de más, pero se sentía enormemente feliz, exultante. Su querido hermanito estaba completamente curado.

Por sorpresa, lo abrazó. Luego a su cuñada. Y finalmente se dejó caer en los brazos de su amada, llorando de alegría, sin mirarlos, sin querer que la vieran llorar. Cuando se calmó, se giró y miró a Goldmi.

–Se lo has dicho a los demás, ¿verdad?

Ésta abrió mucho los ojos. Luego desvió la mirada y sacó un extraño artefacto del inventario. Se utilizaba para enviar mensajes a sus compañeros.

–Unas horas de pasión y se olvidan de todo...– suspiró Elenksia, con clara burla en su voz.

–¡Elenk!

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora