Una llamada inesperada (II)

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Gjaki apareció en la buhardilla de la casa de Goldmi y Elendnas. Inmediatamente, abrió la trampilla y saltó. Había una escalera, pero no la necesitaba, y así era más rápido. La gravedad hizo que la trampilla se cerrara.

Nada más aterrizar, dos pequeños seres se abalanzaron sobre ella. Si bien hubiera podido esquivarlos, simplemente los abrazó y los alzó en sus brazos.

––¡¡Tía Gjaki!!–– exclamaron las dos, entusiasmadas.

–Pequeñas traviesas... ¿Quizás debería morderos?– amenazó.

–¡Noooooo! ¡Papá! ¡Tía Gjaki quiere mordernos!– gritó Gjami.

–¡Sálvanos!– pidió Eldmi.

Elendnas alzó la mirada hacia el piso de arriba y se encogió de hombros, aunque una sonrisa se mostró en su rostro. Si bien no esperaba que hoy viniera Gjaki, era más que bienvenida, y sus hijas la adoraban.

–Quizás aún no estáis suficientemente rollizas para morderos, pero no por eso no os voy a castigar–amenazó la vampiresa.

–No... Ja, ja... Para... Ja, ja... Cosquillas no.

–Ja, ja, ja... Me rindo... Ja, ja...

No mucho después soltó a las dos hijas gemelas de Goldmi y Elendnas, que se sentaron en el suelo, recuperándose. Aunque no tardaron mucho en coger a Gjaki de las manos.

–Tía Gjaki, ¿los has hecho?

–Déjanos verlos

La vampiresa sonrió. Eran demasiado adorables.

–Luego os los dejo probar. Primero, tengo que hablar con vuestra madre, me ha llamado por algo. ¿Dónde está?

–No sé, ha salido hace rato. No nos ha llevado...– respondió quien era la hermana pequeña, aunque fuera sólo por diez minutos.

–¡Ah! ¡Mira! ¡Ahora llega!– señaló la mayor.

Gjaki se giró para ver abrirse la puerta y aparecer el familiar rostro de la elfa. Pero no fue eso lo que la dejó durante unos instantes sin respiración, atónita.



Goldmi estaba recostada en Elendnas, ambos en el sofá, mirando a sus niñas durmiendo plácidamente la siesta. Se le estaban cerrando los ojos cuando algo entró velozmente atravesando la puerta.

–¡Tía Omi! ¡Tía Omi! ¡Bebés dicen verlo! ¡Tienes que venir!– exclamó el hada, cogiendo uno de los dedos de la elfa y estirándoselo.

Ella no entendía nada, excepto que Pikshbxgra quería que viera algo que le habían comunicado los "Bebés", es decir, los espíritus del bosque. No pudo sino dejarse llevar, lo que provocó que Elendnas abriera los ojos. El elfo se había medio dormido, con la calidez de su mujer a un lado, y sus hijas al otro.

–¿Pasa algo?– preguntó.

–Pikgra quiere enseñarme algo, ahora vuelvo– le aseguró.

–No tardes, o se despertarán y tendrás que oírlas quejarse porque no te las has llevado– susurró éste, sonriendo.

Ella le devolvió la sonrisa, algo que seguía haciéndole latir el corazón un poco más fuerte. Los elfos se enamoran para toda la vida.

Salió de la casa y entró en el bosque, siguiendo al hada. Como siempre, parecía tener prisa, ilusionada por algo. La última vez, había sido el florecimiento de una preciosa flor que aparecía cada cien años. En realidad, era mucho más común, pero no era fácil descubrirla. Apenas duraba unas horas, y el capullo permanecía escondido entre las hojas hasta entonces. Toda la aldea había ido a verla. Se preguntó qué sería esta vez.

No le sorprendió que, tras apenas dar unos pasos, su hermana felina apareciera. La lince solía pasear por el bosque después de comer, siempre y cuando las niñas no decidieran dormir sobre ella.

Sintió también a su hermana alada que surcaba el cielo sobre ella. Siempre que salía, ellas se le unían.

Se sentía un poco culpable. Su decisión de quedarse con Elendnas había puesto fin a sus aventuras, a subir de nivel, a descubrir el mundo junto a ellas. Aunque éstas no se lo reprochaban. Sobre todo, si ponía una porción extra de postre.

Igual que Goldmi, apenas habían envejecido. No sólo eran seres mágicos, sino que estaban ligadas entre ellas de una forma mucha más íntima de lo que imaginaban. Sus vidas estaban entrelazadas.

–Por aquí, los Bebés dicen que está cerca, por allí. Lleva cosa de madera y metal grande en las manos– comunicó el hada la información de los espíritus.

Goldmi frunció el ceño. Eso significaba que estaba armado y podía ser peligroso.

La lince dio un rodeo para acercarse por otro ángulo, mientras que la elfa empuñaba el arco y colocaba una flecha en él. Detectar Vida había descubierto algo, y no era más débil que ella.

Miró atentamente hacia la dirección que indicaba el hechizo, y se acercó hasta que descubrió una silueta medio oculta por ramas y hojas. Era humanoide.

–¿Quién eres y qué haces aquí?– lo llamó, apuntándolo.

Aquella silueta se volvió hacia ella, mostrándole entonces claramente su rostro, en parte gracias a Ojo de Halcón. Era una habilidad de la que su hermana alada se había quejado en alguna ocasión, pues consideraba que debería llamarse Ojo de Azor.

Fue tanta la sorpresa, que la flecha con la que estaba apuntando, con el arco tensado, se le escapó, dirigiéndose directamente hacia él. Entrando en pánico, utilizó rápidamente Disparo Curvo para modificar la trayectoria, clavándose la flecha a apenas unos centímetros de él.

La lince también había saltado hacia él, pero más que para atacarle para salvarlo. No obstante, se detuvo cuando se dio cuenta de que su hermana había recuperado el control. No le extrañaba lo que había sucedido, ella misma estaba asombrada.

De hecho, incluso la azor bajó en Picado y se posó sobre una rama cercana, mientras la elfa se acercaba a toda prisa. Todas ellas lo habían reconocido, pues habían luchado a su lado en multitud de ocasiones.

–¿Eldi? ¿Realmente eres tú? Esto... Lo siento... Se me escapó la flecha...– confesó entre avergonzada, atónita y emocionada.

Después de tanto tiempo, quizás ochenta años desde que ella había llegado, había perdido toda esperanza de volver a verlo, de que él también regresara.

–Goldmi...– se la quedó mirando él con la boca abierta.

Cuando el Oráculo le había sugerido dirigirse hacia aquella dirección, ni siquiera se había imaginado que lo que iba a encontrar era a su antigua compañera, su antigua amiga.

Goldmi hizo desaparecer el arco, se acercó a él y lo abrazó, con lágrimas en los ojos, aunque sonriendo. Él se quedó un instante paralizado, sin saber qué hacer. Aunque no tardó una sonrisa en aparecer también en sus labios, se le humedecieron los ojos, y le devolvió el abrazo. Estaba tan sorprendido como feliz. Había pensado mucho en sus compañeras, las había echado mucho de menos. Poder reunirse con una de ellas era un sueño hecho realidad.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora