El destino tiene extraños caminos

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De alguna forma, cuando entraron en el valle, algo cambió. El viento constante, que había soplado sin cesar durante su largo trayecto, se había detenido por completo. Tan sólo quedaba un manto blanco que se extendía frente a ellos, y un abrumador silencio.

–Debe de ser algún tipo de barrera– sugirió Eldi.

–Sea lo que sea, realmente intimida. Es como otro mundo, y eso que antes también era todo blanco– miraba Goldmi alrededor, asombrada.

Incluso con Ojo de Halcón, sólo veía nieve. Así que la azor, que estaba sobre el hombro de su hermana, quiso despegar para explorar desde el cielo. Algo se lo impidió, un aura terrible que se acercaba.

–Un dragón– murmuró la vampiresa.

Ella era la única que se había encontrado con un dragón, al menos desde que habían vuelto. Así que era capaz de reconocer ese tipo de aura, sin bien era diferente a la del dragón moribundo que le había otorgado su poder en el pasado. No era tan majestuosa, pero tampoco estaba en su ocaso.

–Por allí– señaló Goldmi, la primera que lo vio.

El resto aún tardaron unos segundos en divisar la pequeña figura en la distancia, que podía fácilmente confundirse con cualquier ave. No obstante, a medida que se acercaba, su silueta se fue definiendo más, aumentó de tamaño, y el color azul muy claro pudo empezar a distinguirse.

Se quedaron mirando, quietos, sin hacer ningún gesto hostil, pero preparados para reaccionar en cualquier momento. Del relato de los hermanos bárbaros, no esperaban que fuera ni hospitalario ni agresivo.

La figura fue creciendo, hasta poderse apreciar el aspecto de un dinosaurio con alas de diez metros de envergadura. Eso indicaba que era un dragón joven, con gran margen de crecimiento.

Aterrizó frente a ellos, con gran estruendo, sin importarle que la onda expansiva pudiera afectar a los visitantes, o la nieve despedida cubrirlos. Aunque le sorprendió que el Golpe de Viento de Goldmi los protegiera completamente.

–Esta tierra pertenece a los dragones, y no está permitida la entrada a forasteros. Declarad el motivo de vuestra llegada– oyeron en sus mentes las palabras del dragón.

Los dragones no tenían las cuerdas vocales para pronunciar esas palabras, pero podían comunicarse telepáticamente. Si bien no es un proceso fácil de dominar, aquel dragón tenía cientos de años a pesar de ser considerado joven. Había tenido tiempo más que suficiente para aprender.

Sus grandes ojos azules, de un color más intenso que su piel, los miraban desde varios metros por encima. Normalmente, hubiera habido cierto desdén y arrogancia en esa mirada, pero ahora había incluso algo de prudencia.

Aquellos pequeños seres eran sin duda poderosos, aunque no era aquello lo que más le había sorprendido. Una de ellas tenía un aura de sangre, por lo que supuso que sería un vampiro, aunque nunca antes había visto uno. Aunque ni siquiera aquello le llamaba mucho la atención, tan sólo sentía curiosidad. Era la otra aura en ella lo que no comprendía, además sentirse intimidado.

–Necesitamos apenas unos gramos de la cáscara de un huevo de dragón de hielo. También un edelweiss negro, que crece en vuestras tierras. ¿Por qué podíamos intercambiarlo? Tenemos grandes cantidades de carne y materiales, o podemos intentar conseguir lo que requiráis– ofreció Eldi.

En otras circunstancias, el dragón quizás hubiera dicho algo como "no necesitamos nada de vosotros, marcharos". De hecho, incluso en la situación actual, por mucho que pudieran necesitar su ayuda, no se hubiera fiado de cualquier recién llegado.

Sin embargo, Gjaki poseía la bendición de un anciano, poderoso y respetado dragón. Le había dado su esencia para que subiera a su máximo nivel, y ella había quedado impregnada de su aura. No era algo que la mayoría de los seres pudieran percibir, pero era evidente para un dragón.

Por ello, no podía simplemente mandarlos de vuelta como otras veces. Los dragones recibían a los visitantes en aquel lugar, cumpliendo con una antigua promesa, pero su deber acababa allí. Una vez escuchado lo que tuvieran que decir, solían exigir a quienquiera que hubiera acudido que se fuera sin más. No les importaban si eran héroes o reyes. En muy pocas ocasiones, alguien había merecido su atención.

–Esperad aquí– fue todo lo que dijo. Aquello era algo que no podía decidir por sí mismo.

Sin entender qué sucedía, el grupo no pudo hacer más que contemplar al enorme dragón batir sus alas, por las que circuló una gran cantidad de maná. Se alzó con gran rapidez, y pronto se perdió en la distancia.

–¿Y ahora qué?– preguntó Goldmi.

–¿Hacemos muñecos de nieve?– sugirió Gjaki.

Sus compañeros la miraron sin saber si lo decía en serio o bromeaba.



Cuando vieron llegar a la enorme dragona, no pudieron sino asombrarse. Su tamaño era diez veces el de su anterior anfitrión, y la presión de su aura incomparable. De ser su poder inferior, les hubiera sido difícil incluso respirar.

Se posó frente a ellos sobre la nieve, con tal suavidad que apenas se oyó el impacto contra el suelo, ni siquiera afectando a las recientes esculturas de nieve. Aquello les hizo pensar que el anterior lo había hecho expresamente para intimidarlos, o simplemente para presumir.

Los ojos también azules miraron fijamente a Gjaki con gran sorpresa. El joven dragón sólo había sentido una profunda aura draconiana, pero ella la había reconocido.

–¿Por qué tienes el aura del anciano guardián?– preguntó la dragona a Gjaki con solemnidad.

La vampiresa no sintió intimidación o acusación alguna, pero si tuvo la sensación de que podía desatar la furia de aquella dragona si la respuesta no era satisfactoria.

Así que simplemente le contó la verdad. Cómo había encontrado al dragón moribundo. Cómo él le había pedido que lo matara, y otorgado el poder que aún le quedaba.

–Sin duda, el destino tiene extraños caminos– suspiró ella –. ¿Para qué necesitáis la cáscara y el edelweiss?

–Para hacer una poción, para curar a un amigo– explicó Gjaki.

–¿Una poción? ¿Qué clase de poción necesita esos ingredientes?– se interesó la dragona.

No es que las pociones tuvieran alguna importancia para ella, pero era distinto si necesitaban ingredientes pertenecientes a su raza.

–Eldi, ¿cómo se llamaba la poción y qué hace?– le preguntó Gjaki.

Eldi y Goldmi habían estado escuchando a su amiga responder a la dragona, pero no lo que ésta preguntaba. Así que la pregunta les pilló un poco por sorpresa.

–La poción de Renacimiento. Recrea cada parte del cuerpo, cada célula– explicó el alto humano

La dragona lo miró entonces, como si fuera la primera vez que notaba su presencia. Conocía el nombre de la poción, uno que no creía que nunca fuera a escuchar de nuevo. Jamás hubiera pensado que a alguien se le hubiera otorgado tal conocimiento.

Miró entonces con curiosidad y atención a la elfa. Dado que sus dos compañeros tenía algo excepcional cada uno, se preguntó si ella también. Fue entonces cuando percibió una bendición muy especial, una que provenía del mundo de las hadas.

–Sin duda, el destino tiene extraños caminos– suspiró ella de nuevo.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora