3. SANTA MARTA

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En La Casona de los Álvarez de Arauca hace ya unas horas que comenzó la rutina diaria. Como todos los días los hombres han marchado para sus trabajos en La Naviera, después del desayuno en familia, en tanto que las mujeres quedaron al cuidado de la casa. Aunque hoy la reunión estuvo un poco más tensa de lo habitual, a cuenta de las salidas del benjamín. Javier ha faltado de nuevo a la mesa en la mañana y eso se está haciendo una costumbre que el abuelo Ramiro no está dispuesto a permitir. Sus hijos, especialmente los tres varones, se han comportado siempre en la casa de manera juiciosa, a pesar de que en la calle hicieran lo que les diera la gana. Aquel mocoso, en cambio, está trastocando la rutina de La Casona y los hábitos de todo el mundo. Pero de lo que sucede la culpa la tiene su padre. No el del muchacho, obviamente, fallecido en un accidente de tránsito cuando él era apenas un bebé, sino el suyo propio. El abuelo Sebastián lo ha consentido demasiado desde bien chiquitico. Manejando la excusa de que el pelado había quedado huérfano de padre cuando aún no comenzaba a caminar, optaba por permitirle todos sus caprichos y, además, lo alentaba en cualquiera de sus travesuras. El viejo parecía no darse cuenta de que, lo mismo que le pasó a Javier le había sucedido también a Sergio, el mayor de todos sus nietos, pero con este no había sido nunca tan condescendiente. Claro que, de la educación de Sergio se había ocupado su propia madre y él mismo había colaborado en eso. De ahí que sea mucho más sensato que el hermano.

Este pequeño inconveniente familiar es ahora el tema de conversación de las mujeres de la casa entretenidas en la cocina. Sentadas en torno a la mesa, Rosalía y Eugenia departen animadas con la Nana, mientras Hortensia, la cocinera, y Juana, la sirvienta, se afanan en sus cosas, con los cinco sentidos puestos en la charla que mantienen las señoras.

La Nana Dolores es el alma de la casa. Nada sucede en el seno de la familia Álvarez de Arauca sin que ella esté al tanto. Dolores Ramos entró al servicio de don Sebastián y su esposa un día después de haber cumplido los dieciséis. Por aquel entonces la familia habitaba una casa más pequeña, cerca del puerto pesquero, en la bahía. Ramiro, su Ramirito, era un recién nacido y a ella la pusieron al cuidado del niño, convirtiéndose así en su Nana a pesar de su corta edad. Claro que, bien mirado, tampoco era mucha la diferencia entre ella y la propia madre del niño. Doña Ana, la que fuera primera señora de Álvarez de Arauca, tenía tan solo dieciocho años cuando dio a luz a su primer y único hijo. Más tarde, a medida que los negocios de don Sebastián prosperaban, el señor decidió comenzar a construir La Casona; uno de sus grandes sueños y el mejor regalo que podía hacerle a su esposa. La Nana se mudo con ellos y con ellos permaneció siempre. Con el paso de los años formó su propia familia, de la que se siente supremamente orgullosa. Se casó a los veinticinco y tuvo a sus hijos: Jacinto, que ahora es el chófer de La Casona y Elvira que vive en Bogotá junto a su esposo y sus tres hijos. Ella tiene su casa en la ciudad, donde crió y educó a sus pelados, pero cuando enviudó prefirió trasladarse de nuevo a La Casona y allá se va a quedar hasta que Diosito tenga a bien llamarla a su lado.

Dolores sabe que forma parte de la familia por derecho propio. Se lo ha ganado con sus muchos años de servicio en la casa. Como sabe que don Sebastián nunca permitiría que ninguno de los muchachos le falte al respeto, en ningún momento ni bajo ninguna circunstancia. Aunque tampoco olvida nunca cual es su lugar en aquel complejo entramado familiar. Sobre todo, tiene siempre presente que, tanto su hijo como su nuera Hortensia –cocinera principal en La Casona–, y su nieto Eduardo –que estudia abogacía en la universidad a la que asisten los miembros más jóvenes de la familia–, tienen que aceptar su estatus; porque aceptar esto es lo que les brinda el respeto de los Álvarez de Arauca. Ciertamente, si la Nana Dolores no estuviera pendiente de todos en la casa –y fuera de ella–, los problemas cotidianos de esta extensa prole hubieran llegado a mayores en muchas ocasiones. Sin embargo, ella, con su buen hacer y la sabiduría que le brindó la vida, tiene siempre a mano la palabra y el consejo apropiado para todo el que viene a solicitarlo.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now