25. Vuelta a casa

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Finalmente Daniel llegó a La Casona.

Tras ofrecerle una disculpa a la familia por su comportamiento en las últimas horas, les ha pedido que lo dejen tomar un baño y hablar con su esposa, antes de darles a ellos las explicaciones que se merecen. La verdad es que han sido horas muy duras para él y tiene en el corazón un mar de contradicciones a las que no sabe cómo hacer frente. El engaño de Andrea; lo que ocurrió con Lidia y lo que ha decidió hacer con su vida en el camino de vuelta a casa... Todo junto sobrepasa su voluntad. Su cabeza es como un tiovivo en el que sus dudas giran sin parar, sin darle tregua. Pero una cosa ha sacado en claro de su viaje a Campeche: en adelante no va a volver a mentirle a nadie y tampoco va a dejar pasar un embuste más, ni de los otros ni de sí mismo. Mientras espera a que se llene la tina, vuelven a su mente los recuerdos de las horas pasadas al lado de Lidia Rangel.

Después de hacer... No sabe qué fue lo que hizo con ella; si fue amor o solamente sexo. De las últimas horas, únicamente le quedó una constancia que no se puede negar; la mujer que hasta entonces consideraba su amiga, se convirtió después de aquello en un remanso de paz para su alma. Eso es ahora Lidia Rangel para él; el descanso del guerrero en la batalla que ha comenzado a librar en contra de sus sentimientos.

Al salir del baño, en el apartamento de ella, y verla dormida plácidamente en su cama, no supo si maldecirse por lo que había sucedido, o felicitarse por haberse dejado llevar por sus impulsos. Lo peor era no saber hacia dónde lo conducía aquella actitud suya.

No la quiso despertar. Tampoco podía dormir, ni a su lado ni en cualquier otro lugar. De modo que se metió en la cocina, dispuesto a poner en práctica alguna de sus ideas culinarias, por más que nunca antes lo hubiera hecho, ni siquiera en su propia casa. Y en esas estaba cuando ella apareció en la puerta, con el pelo alborotado y ojitos de sueño, envuelta en una insinuante bata de seda. Daniel siguió con la tarea de picar verduras para la ensalada, temeroso de toparse de frente con su mirada y encontrar en ella algún reproche implícito.

–Hola –la saludó, aún sin mirarla.

–Hola. ¿Por qué me dejaste dormir? Qué descrédito contigo. Vas a pensar que soy una pésima anfitriona.

–¡Qué va! Yo en la vida podría pensar eso de ti.

Los dos recordaron lo que pasó entre ellos unas horas antes, allá al lado; en el diván de la sala. Lidia creía que cualquier momento era bueno para hablar de ello, sin embargo, temía que él se sintiera herido, dolido o confundido y no quisiera mencionarlo siquiera. Su mirada, huidiza, la inclinaba a pensar que estaba arrepentido, pero aunque así fuera ella tenía derecho a saberlo.

–¿Estás bien, Daniel?

–Ajá, delicioso. ¿Por qué no voy a estar bien? –se quedó un segundo pensando y al rato...– Mejor dicho: si te refieres a lo que pasó con Andrea...

–No me refiero a eso nada más. Lo sabes.

–Pues por lo demás, estoy perfectamente.

–Bueno. Permíteme. Me meto en la regadera y a la vuelta platicamos de todo. ¿Te parece?

–Pero si no hay nada de qué hablar, Lidia...

Ella ya había salido en dirección a su recámara. Daniel no se atrevió a ir detrás, por lo que continuó con su tarea de cocinero, sin saber muy bien qué era lo que seguía. De pronto Lidia tiene razón –pensó–. Si de cualquier manera van a tener que hablar de lo que pasó, mejor hacerlo antes que después.

Sin darse plena cuenta de lo que hacía, nervioso como estaba, comenzó a preparar el escenario para la charla. Soltando el cuchillo, con el que cortaba las verduras sobre el mesón de la cocina, fue a uno de los armarios, en el que había descubierto anteriormente unas botellas de vino –como todo lo que había en la casa–, de la mejor calidad, y escogió una que le pareció adecuada para el momento. Abriéndola con maestría, se sirvió una copa y dejó otra limpia sobre la mesa alta, lista para ser llenada a su regreso. Luego tomó asiento en uno de los taburetes de la cocina, decidido a esperarla de tal guisa y afrontar lo que sea en su nueva situación con aquella mujer extraordinaria; sonriendo al advertir su comportamiento que, en modo alguno, habría tenido con Andrea.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now