140. Dejo mi amor sobre el tuyo

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Marina no se explica bien qué pasó. Lo que conoce hasta acá no le alcanza para saber porqué Diego hizo lo que hizo en la biblioteca, al frente de su familia. Pero por lo que puede observar, él se siente muy satisfecho del resultado, a juzgar por la sonrisa que luce en su rostro y lo feliz que se ve.

–¿En serio te sentís bien? –vuelve a insistir, ya en el cuarto, preparados para dormir–. Te veo tan...

–¿Tan qué?

–Y... no sé... Extraño.

–En serio, mi amor. Te juro que estoy de maravilla. Hacía tiempo que no me sentía tan bien.

–¿Pensás qué hiciste lo correcto?

–Ajá. Ya te dije: lo que hice fue dar el primer paso hacia nuestro futuro.

–Pero esa charla estuvo complicada. Por ahí es que no entendí nada.

–Yo sé. Y en otro momento te voy a contar, porque ahora vamos es a dormir. –Haciendo un hueco con sus brazos la llama–. Venga acá que la consienta. Y recuerde una cosa, señorita Bordonaba, por las horas que le restan de ser una mujer libre. Recuerde que usted es mi vida entera y que, todo lo que yo haga de aquí en adelante, todo lo haré por usted.

Como quiera que sea, Diego no siente el menor remordimiento por lo que pasó. Su respiración es uniforme y duerme tranquilo toda la noche, sin asomo de culpa. Ella en cambio sí tiene un sueño inquieto. Por más vueltas que le dio antes de caer rendida, no logra entender nada y eso la pone mal. Bien es cierto que no conoce mucho sobre las costumbres de la familia Álvarez de Arauca, y que lo poco que sabe de ellos es a través de Diego. Sin embargo, no debería sentirse tan descompuesta, a no ser que esté viendo fantasmas donde no los hay.

De alguna manera tiene que averiguar qué es lo que está pasando; encontrar a alguien que le explique aquel enredo, si existe tal. Por eso es que al día siguiente, tras al almuerzo, vaga por la casa tratando de hallar un punto de luz que le ayude a comenzar a ver con claridad, o en todo caso, descubrir qué cosa es la que la tiene tan mortificada. Deduce que los demás no percibieron en la reunión nada catastrófico, como sí lo vio ella. Hoy cada cual anda en sus quehaceres y parece que olvidaron la reunión de la noche pasada. Pero para terminar de acomodar sus temores, Luisa la detiene de camino a su cuarto, pidiéndole un minuto para hablar con ella. Y bueno. La charla con la joven es breve y precisa, sin embargo la deja aún más confundida de lo que estaba. Definitivamente, lo que le queda es buscar al abuelo y que él le aclare ciertas cosas que se le escapan. Por suerte lo encuentra solo, sentado en el jardín al cuidado de la pequeña Clara, mientras la mamá ayuda a las demás con los últimos preparativos del matrimonio. Se acerca al anciano resuelta, con la esperanza de hallar respuesta para a alguna de sus muchas dudas.

Don Sebastián parece haber estado esperándola. La recibe con una sonrisa al escuchar el saludo de su voz dulce y cantarina.

–¡Hola!

–¿Qué hubo, mija? ¿Cómo estás? ¿Pusiste descansar?

–Bien. Ahí nomás lo intenté. ¿Cómo está la beba?

–Recién se quedó dormida. Dichosa como un angelito.

–La cargaría un ratito, pero no la quiero despertar –dice acercándose a mirarla–. Es hermosa.

–Ajá, como el abuelo Sebastián –bromea.

–¿Me puedo sentar con ustedes?

–Pues claro. –Don Sebastián le indica el sillón a su lado–. Si quieres meditar has llegado al lugar preciso.

–No es meditación lo que busco, sino respuestas.

–También para eso que buscas es este el lugar. Dicen que viejo es sinónimo de sabio. Pues fíjate que yo de lo primero tengo bastante. –El comentario logra sacarle una sonrisa a Marina–. Ya vi que andabas un poco extraviada en la reunión que tuvimos.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now