150. La Fundación

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Como Dolores había pronosticado, los muchachos encantados de tener a Sergio y Carolina cerca. Nada que objetar a la decisión de sus mayores. Daniel, en cambio, desde el primer momento se muestra renuente con las innovaciones que le proponen. Ni siquiera le parece bien por complacer los deseos de doña Eugenia, de tener a sus nietos cerca el mayor tiempo posible. Ahora que al fin han logrado acomodarse en el país, y el trabajo que lleva a cabo en la empresa está dando sus frutos, no valora la mudanza como algo bueno para él y su familia; antes bien todo lo contrario. Únicamente, cuando su mamá y el abuelo, dejan caer que quizás Diego regrese a la Naviera para trabajar codo a codo con él, se olvida de los inconvenientes y acepta lo que han planeado. Para Daniel, imaginarse trabajando mano a mano con su hermano y poder demostrarle todo lo bueno que aprendió de él, supone un estímulo más que suficiente para acatar las órdenes de los mayores. A Andrea ni siquiera hubo que convencerla de la bondad del traslado. Desde que su esposo le contó, nadie es más feliz que ella. Por fin va a poder regresar a su país, del que nunca quiso salir, y ahora además podrá estar con Marina cuando quiera; departir con ella y hablar de sus cosas siempre que lo desee. Aunque también va a extrañar a Marcela. Pero todo no se puede tener en la vida.

A Diego nadie le comunica directamente los planes que tienen para él. Así como acordaron en la pequeña reunión que tuvieron en la sala chica, ha de ser Marina quien se ocupe de contarle. Sin embargo, este es un vano deseo cuando él, extrañado por los comentarios que escucha, se propone averiguar qué está pasando. Y es Daniel quien, inocentemente, le cuenta, agregando que aceptó tan solo porque él va a regresar a la empresa. Después de eso, nada evita que vaya a enfrentar a su mamá y a su hermana, queriendo saber todo lo que hablaron en la improvisada junta de familia.

Marina ni siquiera tuvo tiempo de sacar el tema a colación. Cuando Diego llegó del aeropuerto, estaba en el jardín con los niños. Pero él no la buscó entonces ni averiguó con ella qué había pasado en la reunión con su mamá. Y tampoco le habló durante la cena, sino que se mantuvo taciturno hasta que estuvieron solos en el cuarto.

–¿Qué pasa, amor? –averigua la mujer al verlo caminar inquieto por la pieza–. ¿Te sentís mal?

–¿Por qué lo preguntas? ¿Acaso tiene que pasarme algo?

–Y... no sé. ¿Estás enojado?

–Aja. Estoy enojado. Mejor dicho: estoy muy enojado.

–¿Por qué?

–¿Y todavía te atreves a preguntarlo?

–...

–¿Por qué no lo hablaste antes conmigo?

–¿Hablar, qué cosa?

–¿Me estás mamando gallo, Marina? –Diego la mira confundido. Por un momento piensa que quizás fue su hermano quien le tomó el pelo a él y su esposa nada sabe del asunto–. ¿Qué pasó en la tarde con mi mamá?

–Ah, es eso.

–¿Es cierto que tú intrigaste para que yo regrese a la Naviera?

–¿Cómo?

–Contéstame nomás. ¿Metiste la mano para convencerlos de que yo quiero regresar a la empresa?

–¿Me estás llamando intrigante, Diego?

–Lo eres.

–Ya está. No voy a discutir con vos –replica con gesto hosco–. Dejálo así.

–Lo dejo cuando me hayas contestado. ¿Tú les dijiste?

–Sí. Lo hice. ¿Y?

–Que no tenías que haberte metido en eso –le reclama–. No me parece que hayas enredado todo sin habérmelo consultado antes.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now