15. De Argentina a Colombia

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Este ha sido el viaje más doloroso que Diego recuerda haber realizado en toda su vida. Desde que ocupó su asiento en el avión comenzó a sentirse abandonado; sin ganas de respirar de nuevo y con el único deseo de volver atrás, a los brazos de esa mujer que le ha pedido que regresara a buscarla, pero no que se quede a su lado.

No quiere comer nada. Tampoco tomar trago, así nomás sea para echar fuera su dolor. Ni siquiera se hubiera levantado a estirar las piernas, si no es porque Nadia lo empuja a hacerlo. A la secretaria comienza a preocuparle la desolación que ve en su jefe. Si no lo hubiera visto despedirse de Marina en el aeropuerto, diría que no es el mismo hombre al que ella conoce y trata a diario. Apenas ha pronunciado palabra desde que iniciaron el viaje, y van a ser demasiadas horas, encerrados en aquel cubículo, como para permitirle que se mantenga en semejante silencio. Es cierto que Diego se ve triste; ella puede entender muy bien esa tristeza. Pero además lo siente desesperado, como si el haber tenido que dejar a aquella mujer en Argentina, fuera el mayor pecado que ha cometido en su vida. En más de cuatro horas de vuelo no ha abierto la boca para nada. Está como ausente, perdido en otro mundo. Así las cosas, Nadia se dice que tiene que hacer algo. Y lo hace.

Aprovechando que una azafata pasa a su lado, llama su atención con un gesto de la mano.

–Señorita, por favor. ¿Puede atendernos?

–Con gusto. Diga nomás, ¿en qué le puedo colaborar? –averigua la muchacha ofreciéndole una sonrisa obsequiosa. Es una mujer muy linda, sin embargo Diego ni siquiera se gira a mirarla.

–¿Sería tan amable de servirme algo de tomar?

–¿Un jugo le parece bien?

–Algo más fuerte. ¿Un Brandy podría ser?

Diego reacciona al escucharla. Pero no para mirar a la azafata, sino a Nadia, con cara de sorpresa, si bien, persiste en su silencio.

–Claro que sí. En un momento se lo traigo. ¿El señor no desea que le sirva un trago? –Se dirige a Diego. Al no recibir respuesta, insiste preocupada–. ¿Se encuentra bien?

–Está bien, no se preocupe –responde Nadia por él–. Viajamos juntos.

–Me alegra saber eso. Pero el señor parece desanimado. ¿Será que tiene algún problema con el vuelo?

–No. Despreocúpese. Está más que acostumbrado a estos viajes –explica la secretaria a la amable mujer– Para él traiga un trago de lo mismo... ¿Puede ser doble?

–Enseguida se los sirvo –la azafata sonríe a Nadia, indulgente–. Y no duden en llamarme si tienen algún problema. Yo estoy acá para darle una mano en lo que sea que necesiten.

–Gracias, señorita. Lo voy a tener en cuenta.

Únicamente cuando ve que la azafata desaparece, tras la puerta del compartimiento de la tripulación, Diego se gira a mirar a Nadia.

–¡Qué tal en las que anda, Nadia! –la mira risueño–. ¿Usted tomando?

–Sí, señor. Ahí nomás para hacerle el aguante. Usted lo necesita.

–¿Eso cree?

–Estoy segura.

–¿Y cómo es eso?

–Jamás lo había visto así. Me tiene preocupada.

Diego sonríe afectuoso por primera vez desde que tomaron el vuelo. Le toma una mano y la estrecha entre las suyas.

–Dígame, Nadia. ¿Hace cuánto tiempo que me conoce?

–¿Que laburo con usted?

–Aja.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now