Los jóvenes están disfrutando de sus vacaciones de invierno en la facultad y no regresarán a las clases hasta primeros de febrero. Si no fuera porque tienen algunas horas ocupadas en La Naviera, sería imposible tenerlos todo el día en la casa, con tantas complicaciones.
Las muchachas se la pasan en el jardín hablando de sus cosas, juiciosas y procurando molestar lo menos posible. Viendo cómo están los ánimos de los mayores por los problemas habidos, consideran lo mejor no meterse por medio.
A Andrea la enviaron a casa al día siguiente de sufrir el aborto. Sus padres avisaron que vienen de regreso desde Europa, pero por el momento está al cuidado de los Álvarez de Arauca, que la atienden con mimo y cuidado, siendo que su esposo desapareció dejándola en sus manos.
Daniel no se ha reportado desde hace dos días, cuando salió de la clínica huyendo de problemas y responsabilidades. Es más; ni siquiera tuvo la gentileza de hacerles saber dónde y cómo se encuentra, aunque sólo fuera para que la familia, que no acaba de comprender el porqué de su desconcertante partida, salga de la angustia en la que están. Las mujeres se pasan el día de un lado para el otro, tratando de matar el tiempo, para no pensar en que algo malo le haya pasado al desaparecido, pero saltan inquietas cada vez que se escucha el timbre de un teléfono, o suena algún ruido anormal en la casa.
Nadia, la única extraña en la familia, no sabe muy bien dónde meterse ni cómo ayudar; por más que quisiera hacerlo, no ve de qué manera les puede dar una mano. Su jefe todavía no le hizo saber los planes que tiene para ella. Y tampoco conversaron sobre el problema creado, por su indiscreción en la cocina, la noche del veinticuatro y la posterior discusión con Valentina. La mujer cree que aquello va a tener consecuencias nefastas para su futuro en La Naviera, aunque no haya confesado su temor a nadie en la casa. Pero Diego ni siquiera pensó en ello; no tiene tiempo de hacerlo.
Diego, en realidad, se siente desesperado entre aquellas paredes, sin poder hacer nada para solucionar tantas complicaciones y escapar de una vez de Santa Marta. Sabe que su hermano tuvo un motivo lo suficientemente poderoso para haberse comportado del modo en que lo hizo. Daniel jamás habría huido de un problema que él mismo hubiera podido solucionar. Pero Diego, por más que ha tratado de averiguar con Andrea, personalmente y a través de las mujeres, no ha logrado saber qué fue lo que pasó entre los esposos en su última discusión. Eso lo tiene mal. Sin embargo, nada lo desespera tanto, como no poder dejarlo todo así como está y correr a los brazos de Marina; lo único que desea hacer en aquel momento. Teme ocupar su celular, así sea unos minutos, por si en ese intervalo Daniel tratara de comunicarse, porque sabe que lo va a llamar a él cuando decida hacerlo. Pero realmente necesita hablar con "su mujer", y que ella lo aquiete con sus palabras, o terminará por volverse loco. Recién ayer, cuando la llamó al llegar a la casa para contarle el problema en el que andan, se dio cuenta de que, sólo con su voz, Marina es capaz de aplacar todos sus miedos y ordenar cualquier desvarío de su mente. O puede que no sean más que imaginaciones suyas, quien sabe. Lo cierto es que, después de colgar el aparato y durante buena parte del día, se sintió transportado como en una nube y no hubo asunto que le afectara de manera urgente. Por eso le ha pedido a Rosalía que saque a su mamá del despacho, en el que doña Eugenia se ha recluido a la espera de que lleguen noticias de su hijo desaparecido, para poder comunicarse con Marina. Ahora ya es indispensable que lo haga. No puede soportar por más tiempo tanta dificultad en su vida y quiere que ella, simplemente con hablarle, vuelva a arrancarle esa angustia que siente en el alma, aunque sea por unas horas.
–¿Hola? –Marina atiende al instante. Ella también espera la llamada desde hace rato–. ¿Cómo estás, amor?
–¡Hola, mi cielo! Ahí la vamos pasando –bromea, comenzando a sentir ese nudo que se le forma en el pecho al escucharla, sin saber si podrá controlarlo antes de que lo haga estallar–. ¿Tú cómo has estado?