79. LA PLATA

40 6 1
                                    

Nicolás Alterio, algo nervioso, los está esperando a las puertas del hotel. Lleva colgado de su mano el maletín en el que guarda toda la documentación que precisa, relacionada con la empresa que gerencia. Él también tiene una habitación reservada junto a las otras tres. A última hora Diego decidió que se aloje con ellos durante los días que van a permanecer en La Plata, por el tiempo que duren las negociaciones, pues quiere tenerlo a mano sin demora si llega a necesitarlo por algún imprevisto. El hotel está ubicado cerca de la sede del Ministerio, de modo que no les resulte complicado ir de un lugar a otro. Allá van a tener las reuniones privadas que sean necesarias, antes de enfrentarse a las comisiones directivas que programaron los jerarcas del gobierno.

Diego por eso no está preocupado. Sabe que van perfectamente preparados para combatir cualquier dificultad que se les presente. Lo que realmente le preocupa es la proximidad con Marina, que va a estar trabajando a unos pasos de donde él se encuentra. Pero de esto también se ha encargado Andrea, pidiendo las habitaciones interiores lo más lejos posible de la calle. No quiere que su cuñado se pasa el tiempo en el hotel, asomado a una ventana por si la viera aparecer.

En cualquier caso, tras salvar las lentas horas de la noche disponiendo los documentos que deben presentar para que nada los tome por sorpresa, llega al fin el esperado momento de la primera reunión. Si bien, no es hasta traspasar las puertas de la sede ministerial –en la que ha estado en ocasiones anteriores buscando un encuentro con Marina y donde, cada vez que lo intentó, le negaron la entrada al edificio–, que Diego comienza a sentir ese extraño hormigueo, provocado por la incertidumbre y el temor de que, nuevamente, le prohíban el acceso. Marcela que lo advierte, se aproxima despacio y lo toma de la mano con seguridad. Antes de salir del hotel, Andrea se lo ha confiado y ella va a estar pendiente de cualquier cosa que pueda sentir o afectar a su jefe.

–¿Todo bien, señor Álvarez de Arauca? –pregunta, parada a su lado.

–Sí, todo bien –Diego le oprime la mano en la suya, como si quisiera infundirle una confianza que él mismo no tiene–. De veras.

–¡Mentiroso, embustero! –lo acusa la asistente con una sonrisa.

–No me abandones, Marcela –ruega, mirándola de frente–. No te alejes de mí lado por nada del mundo.

–No lo haré –le asegura ella–. Por ese lado no tenés problema. ¡Pero aflojá un poco! Acá tenés a tu escudera, con lanza en ristre, dispuesta para dar la pelea por vos.

–Me estoy sintiendo mal.

–Sentíte bien –lo anima–. Al menos por hoy, ella no va a estar.

–Yo sé. Pero siento su presencia en cada lugar de este maldito edificio.

–Voy a pensar que sos trucho, jefe. No me decepcionés, dale, que para mí sos un capo –Marcela ve que a los otros le aprobaron el acceso a las sacras instalaciones del lugar donde se refugia la amiga, y sonríe–. ¡Confiá en vos, pibe! Y en estos dos, que ya tienen el pase.

Como ya esperaban, la primera reunión concluye con los puntos a su favor. Cierto que en esta ocasión se las han tenido que ver con empleados de menor rango, que solo exigieron inspeccionar la documentación y constataron que todo estuviera en regla. Aunque para eso fue necesaria toda la mañana y parte de la tarde, hasta que al fin pudieron liberarse del fastidio de verse evaluados por personas que, sin lugar a dudas, no siente ningún aprecio por ellos.

Únicamente en el receso que tuvieron a la hora del almuerzo, Diego vuelve a sentirse inquieto, al cruzarse en los pasillos con Mónica Cubillas, la jefa directa de Marina. La mujer se acerca amablemente a saludarlos y les recuerda la cita que tienen al día siguiente, a la que sí asistirá ella. Mónica se refiere a ella misma y no dice nada de la señorita Bordonaba. Ni lo va a decir por más que le pregunten, piensa Marcela.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now