53. Dos compinches

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En el camino de regreso a La Casona, Diego y Daniel comentan lo sucedido en la sala de juntas, pero sobre todo, lo que vieron en el despacho de Sergio al abrir la puerta sin previo aviso. Claro que, lo de abrir sin llamar lo hicieron con toda la intención; tras haber escuchado a los jóvenes discutiendo en el pasillo sobre lo que, supuestamente, está sucediendo detrás de la puerta. De bobos hubiera sido perderse sus caras de sorpresa.

–Yo pensé que los pelados andaban emproblemados –señala Diego, sentado al lado de su hermano, que maneja el carro de su madre, con el que fueron a la Naviera después del almuerzo.

–También a mí me preocupó oír que discutían –replica el otro, mirando de tanto en tanto la carretera–. Javier se veía furioso, ¿te fijaste? Me recordaron nuestras peleas a su edad. ¿Olvidaste los chicharrones en los que nos metíamos todo el tiempo?

–¡Qué va! –ríe evocando las incontables disputas que tuvo con su hermano por alguna falda en cuestión–. Pero ¿y qué? Eso viene con la sangre. Ningún Álvarez de Arauca se queda sin recibir una muenda por un bollito.

–Aunque no me quedó claro cuál es el embeleco, ni por quién es que se agarraron Héctor y Javier.

–No, a mí tampoco. Pero creo que Javier estaba colérico porque le tocaron al hermano y por ahí no pasa.

–Es lo que tiene que ser.

–Lo contrario sería pecado –indica Diego.

–Tampoco le pueden tocar a Carolina –Daniel ríe complacido–. ¡Quién se lo iba a imaginar: Sergio y Carolina juntos!

–¿Y tú te olvidaste que en Navidad ya andaban de babosos esos dos?

–Pues claro. Pero me refiero a que todos pensamos que Javier y Carol iban a terminar... Tú sabes

–¡No! Eso sí que hubiera estado grave –replica Diego divertido–. Hasta incestuosa tiene que ser una cosa de esas.

–Nada que ver, hombre.

–Fíjate que ellos dos se quieren como hermanos.

–Pero no lo son.

–De todas formas, ella está mejor con Sergio.

–Eso sí. Y esto de ahora me pareció como más serio –apunta Daniel–. ¿Te fijaste que ni siquiera se sonrojaron?

–Ella no, pero a tu sobrino se le acumuló la sangre en el cerebro. Se nota que Carolina se hizo mujer: una mujer divina –dice Diego orgulloso de la muchacha, a la que conoce y quiere como a sus propias hijas.

–Hacen una linda pareja. ¿No te parece?

–Lo que me parece es que los pelados no piensan como nosotros.

–...

–Por lo que pude entender, la peleadera fue por el entrompe de ellos dos con alguna muchacha. Y en esa vaina terminaron embolatando a Sergio.

–Será hasta que él los ponga en su lugar.

–En una de estas lo averiguamos en la parranda del sábado.

Tras la conclusión de Diego, Daniel queda en silencio un instante. Luego lo mira y observa prudente.

–Ahorita el que me preocupa eres tú.

–¿Y yo por qué yo? No tengo compliques de esos.

–De esos y de los otros, hermano. Tienes compliques, y bastante graves, déjame decirte. Por más que no lo quiera reconocer –Daniel se anima al ver que lo deja hablar–. Mejor dicho: por tu comportamiento con Marina en la reunión de la mañana, no me cabe la menor duda.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now