90. Era cuestión de tiempo

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Diego maneja su camioneta, feliz al lado de Marina. Hace un rato que salieron de la casa en dirección a la universidad, a encontrase con Marcela sin saber cuál es la urgencia de la que le habló en su llamada. La mujer no ha vuelto a comunicarse y ellos todavía no tienen idea de qué tan complicado sea el problema que tiene con Luisa. De pronto se trata de una bobada que su asistente pudo resolver por su cuenta y por eso no lo volvió a llamar –piensa despreocupado, observando de reojo a Marina–. En este momento lo mejor que tiene, lo único que le preocupa, es aquella mujer que va sentada a su lado en el carro, que lo mira sonriente con ojos que brillan de felicidad. Cualquier cosa que haya podido hacer su hija, por terrible que sea, no va a hacer que desaparezca la ternura de aquel momento. O eso cree.

–Es mi celular, está en mi saco. Atiéndelo, por favor –le pide, al oír el timbre que anuncia la llamada–. Seguro que es Marcela otra vez.

–Sí, es ella –replica la mujer, pulsando el aparato–. Marcela llamando.

–Fíjate a ver qué se le rompió ahora a la loca esa.

Marina lo mira un instante fingiendo un gesto de enojo, pero sonríe y atiende la llamada.

–¿Hola? Marcela, habla Marina.

–Gracias a Dios que atienden –replica la otra, nerviosa por la espera–. ¿Dónde están? ¿Diego está con vos? Decíme que sí.

–Y sí. Decíme vos, ¿qué pasó con Luisa?

–¿No te contó?

–Ahí nomás que tenés una emergencia. Vamos yendo para allá en este momento. ¿Qué fue lo que pasó?

–Imagino que venís en el auto. Obvio que estás sentada.

–¿Querés dejar la pavada y hablar de una vez?

–Trato. Es complicado, pero trato.

–Hablá.

–Viste que vine a la facultad el día de hoy –dice, soltando un bufido, como si la hubieran obligado a ir–.No es día, pero igual vine.

–Ya sé. ¿Y? –Marina sonríe imaginando el gesto exagerado de la amiga.

–Acá encontré a Luisa con el novio.

–¡Ah, bueno! –suspira aliviada–. ¿Esa es toda la complicación?

–¡Oíme sin interrumpir! –exclama–. ¿Podés?

–Está bien. Pero hablá entonces sin darle tanta vuelta.

–Luisa estaba con el novio, que no es su novio –Marcela se enreda. Aún sabiendo lo que tiene que decir, es consciente de lo difícil que resulta anunciar algo tan fácil, cuando sabe que va a herir a quien la escucha al otro lado–. Y bueno. Sí es el novio..., pero no lo es.

–¡Marcela! ¿Vos me querés volver loca?

–Está bien. De una vez y sin anestesia. El tipo que encontré con Luisa es un viejo conocido nuestro; quiero decir, de vos y mío.

–¿De qué hablás?

–No le doy más vueltas. El tipo es Víctor Alemán. ¿Te suena de algo?

–¿Cómo?

–Víctor... Alemán...

–¡Ah, no, querida! ¡Vos tenés un corso a contramano! –Marina no quiere creer lo que escuchó y ríe excitada–. Sos chamuyera, ¿viste? ¡Anda a ponéte los patitos en fila, Marcela!

–Bueno, flaca. Ya lo vas a digerir con tiempo. Oíme ahora. Ariel está con él, o mejor dicho, Ariel está sobre él –le explica la amiga, que en aquel momento mira hacia el lugar donde se encuentran los dos hombres, uno sentado a medias sobre el otro–. Acá estamos a la espera de que llegue la policía. Creo que el decano ha ofrecido su despacho para la ocasión. Allá vamos a estar.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now