Javier Álvarez de Arauca, ha recorrido buena parte del país azteca en busca de un sueño; de su sueño. Se siente un poco triste, por no haber podido disfrutar de las maravillas que le ofrece su viaje, con tanto que había deseado en el pasado encontrarse en aquel lugar y disfrutar de la historia que lo rodea. Pero su desespero en la búsqueda infructuosa que lleva a cabo, y que cada día se le hace más difícil, lo lleva a obsesionarse con una sola idea: indagar; investigar; averiguar; preguntar en un lugar y en otro la forma de llegar a su destino con éxito, una y otra vez hasta lograrlo.
Nadie hasta el momento ha podido darle una mano. Ni en las embajadas, ni en los consulados de su país en México. Preguntó con insistencia y nadie le supo dar una razón sobre el paradero de Sofía; todo lo más que le dijeron con exactitud, fue cómo y cuando ella había salido de Colombia, por los informes que recibieron desde allá, y eso él ya lo sabe. En todo caso le queda claro que, al ingresar a su país, le perdieron el rastro, puesto que no existe motivo alguno por el que deban tenerla vigilada en su propia tierra. De este modo –se dice–, va a resultar imposible encontrarla, en un territorio con más de cien millones de habitantes, cuando ella no quiere ser encontrada.
Javier salió de Argentina en una actitud optimista, pensando que la empresa no sería nula si iba a contar con la colaboración de los suyos. Demasiado bien sabe que su familia es poderosa, con muchos y buenos contactos en todo el mundo, y que todos están dispuestos a darle una mano en su aventura, aunque en la distancia sea complicado que los Álvarez de Arauca lo puedan guiar como es debido y estén en todo momento pendientes de él. Por su parte, ya se acostumbró a los dos hombres de seguridad que le asignó su abuelo Sebastián. Ni siquiera se le ocurrió negarse a que lo sigan, por no crearse más problemas de los que ya tiene e incluso les ha tomado cariño, pues le sirven de compañía allá donde va, y hasta cabría decir que los tres han creado una buena relación de amistad. Pero sabe que ellos poco o nada pueden hacer para colaborarle en su empresa y esto lo tiene mal.
Durante las más de dos semanas que lleva en el país, ha recorrido todos los lugares donde suponía que ella podía estar. En la embajada de Colombia en Ciudad de México, a petición de su abuelo, le facilitaron un registro de las ciudades en las que en algún momento tuvieron su residencia los Maldonado. Javier, con el listado de direcciones en la mano, ha visitado cada lugar y en cada uno de ellos salió con una nueva decepción. No estaba, ni había estado desde chiquita, en Cuernavaca. Tampoco en Morelia, ni en Puerto Vallarta, ni en Ciudad Juarez. Y mucho menos ha estado en Cancún, a donde Javier fue en última instancia, recordando que Ana María dijo alguna vez que Sofía tenía allá amistades de las que siempre hablaba. Pero no puede desesperar tan pronto. A pesar de que en algún momento, cuando sufre un nuevo revés, piensa en tirar la toalla, debe tomarse su tiempo y seguir la aventura hasta dar con ella, le cueste lo que le cueste.
Por lo pronto, ya que su viaje lo ha llevado cerca de Campeche, decide visitar a su tío David y a sus primos Héctor y Raúl, que están pasando unos días con su papá. Y esta parece que ha sido una buena decisión, porque estar cerca de los suyos le infunde ánimos para seguir adelante. En los peores momentos, cuando piensa que no merece la pena continuar porque la aventura es poco menos que imposible, sus primos le prestan ayuda dándole nuevas ideas, ofreciéndose a investigar ellos mismos, cada uno por su lado. Si es necesario, están dispuestos a recorrerse el país entero, pueblo por pueblo, ciudad por ciudad. Pero de que la encuentran, la encuentran.