127. Cosa de brujas

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MAR DEL PLATA

Finalmente Marina pudo descansar. No sabe si fue por tener a Marcela cerca, porque le hicieron tomar algún remedio o que, pasada ya la inquietud por el juicio y su declaración, se pudo relajar y dormir; y ciertamente durmió tranquila después de haber pasado varias noches medio en vela. En cualquier caso, es la primera en levantarse aquella mañana y bajar a la cocina, donde se entretiene conversando con Gabriela y las empleadas mientras espera que los demás despierten. En verdad tiene muchas ganas de charlar con Javier y Sofía, ya que el día de ayer no los pudo disfrutar. Y por suerte son ellos los siguientes en bajar a desayunar.

–¡Buen día, chicos! Que placer verlos –saluda yendo a abrazarlos–. Estoy feliz de tenerlos acá.

–¡Hola, Marina! –Javier la besa eufórico–. Mil gracias por recibirnos.

–De veras que eres linda y buena onda –lo secunda Sofía abrazándola a su vez– Te agradezco también por recibirnos en tu casa.

Marina advierte que la muchacha la observa con mirada curiosa, pero lo achaca a su inquietud por encontrarse en un lugar extraño, donde no conoce a nadie, excepto a Javier y a Luisa, con la que eran buenas amigas en Santa Marta.

–En serio, estoy feliz de que hayan venido.

–Lo triste es que nos tengamos que marchar en unos días.

–Pero te quedás a esperar a Diego, ¿verdad? –pregunta ansiosa–. Sino no se van a ver más. Si se la pasan de acá para allá todo el tiempo.

–Yo espero que vuelva pronto –responde Sofía por los dos–. Tenemos que regresar a la universidad y ponernos las pilas. Ya perdimos este trimestre.

–Tenés razón. Igual yo espero que vuelva pronto. Mañana viajo a Valeria, pero me encantaría que estuvieran acá a mi regreso.

–Fresca, Marina. Seguro que podemos pasar unos días todos juntos.

Poco después comienzan a aparecer los demás habitantes de la casa. Tras desayunar todos juntos, Marcela, Daniel y el abuelo se disponen a marchar a la Naviera. Aunque es sábado, tienen demasiado trabajo atrasado por haberse ocupado de los Steiner y van a tratar de avanzar un poco en la mañana.

–¿Yo puedo ir también? –pregunta Javier, deseoso de acompañarlos.

–No, pelado –replica el abuelo, pasándole un brazo por los hombros–. En otro momento será. Hoy tenemos mucho trabajo que adelantar. Estamos atrasados con los balances de este mes y no vamos a poder atenderte.

–Pero yo puedo darles una mano –insiste.

–Hazme caso. Mejor te quedas acá y cuidas de las mujeres. ¿Verdad?

–Hablando de eso, abuelo –lo llama Rosalía antes de que traspasen la puerta–. ¿Tú me puedes decir cuando nosotras vamos a poder hacer una vida, como quien dice, normal? –Espera su respuesta porque ya se cansó de que a todas horas controlen sus pasos los hombres de seguridad–. ¿Será que ya podemos salir solas?

–Fíjate que yo prefiero que se queden en la casa unos días más. Solamente si las vueltas que tienen que hacer son urgentes, consideraría la salida.

–El abuelo tiene razón, hermana –lo apoya Daniel–. Tal vez, aún después de lo que ocurrió ayer en los juzgados de La Plata, no quedaron convencidos y siguen enviando notas a los diarios.

–Pero yo no creo que se atrevan a armar bulla.

–Por lo que pueda pasar, es mejor que esperemos un poco más, hasta estar seguros de que no van a seguir fregando.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now