131. Estado civil: amándote

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Marina durmió tranquila, hasta poco antes de la hora de la cena. Sara se ocupó de que nadie entrara a molestarla y solo cuando ella pide ver al abuelo y a los demás, la enfermera se arrima por la sala a llevarles el recado.

Por una vez, y como excepción, deja entrar a todos a la vez. La paciente se ve bastante recuperada y un poco de charla con ellos le va a hacer bien.
El abuelo se acerca a saludarla junto con Rosalía, y los chicos detrás. Mientras tanto Andrea, nerviosa, merodea en torno a la cama arreglándole las sabanas, las cobijas, los cojines y besándola llorosa a cada rato.

–Gracias a la santísima Virgen del Carmen que no fue nada –dice en una de sus vueltas–. Tremendo susto el que nos diste, mijita –vuelve a besarla emocionada–. ¡Por Dios! No sé que sentí cuando te vi allá, tirada en el piso...

–Que exagerada que sos. Necesitaba dormir seguido y descansar.

–¿Ajá? Y nosotros sin saber nada de la sorpresita que nos tenías. ¿Cómo se te fue a ocurrir no contarnos? ¡Qué tal, la desfachatez!

–No quiero hablar de eso, Andrea. Disculpáme. Discúlpenme todos.

–Fresca, mija. No importa que no hayamos sabido hasta ahora –la anima Rosalía–. Mejor dicho. Ese es un asunto que solo te afecta a ti. Y antes que nada, lo que importa es que tú estés bien.

–Verdad –asiente Andrea–. Pero ¡que dicha que estés esperando, Marina!

–Todos estamos felices por eso –la secunda el abuelo–. Es una gran noticia para los Álvarez de Arauca. Y buena, que ya nos hacía falta.

–Sobre todo porque mi bebita va a tener un primito de su edad con el que poder jugar, que ya estaba preocupada por eso. Todos los pelados de la familia dejaron de serlo hace tiempo y así mi chiquita se iba a sentir muy sola.

–Eso sí, porque estos grandullones –Rosalía mira a los jóvenes y sonríe–, la iban a consentir demasiado. Ahora van a tener que ser pechichones es con los dos bebés.

Marina los oye hablar sin prestarle atención a lo que dicen. Los mira triste, mientras su mente divaga perdida en la discusión que tuvo con Diego en la mañana. Por un momento piensa que debería contarle a ellos; decirles que el bebé, su hijo, va a estar ahí para todos, pero que no será posible que crezca junto a la bebita que esperan Andrea y Daniel. Sin embargo, hacerles saber esto la llevaría a tener que hablarles de la bronca que tuvieron y para eso no está preparada todavía. Seguramente Diego ya hace rato que se fue y, en todo caso, tal vez sea preferible que sea él quien le cuente a su familia.

Cuando vuelve a la realidad, recuerda que en el grupo que está en la habitación falta alguien.

–¿Mi hermano sabe que estoy acá o nadie lo llamó? ¿Y Daniel?

–Pues claro que sabe, mija –la tranquiliza el abuelo con una sonrisa–. Los dos están en la sala, con Diego. Lo están poniendo al tanto de todo lo que ocurrió acá, cuando él estaba en Colombia.

–¿Y Marcela? –la pregunta sobra. Ella sabe que Marcela sí estuvo a su lado en algún momento, mientras dormía. Si la hace es por no dejar ver su sorpresa, al oír que Diego sigue todavía en el hospital.

–Marcela estuvo hasta hace un momentico –informa Rosalía–. Salió porque Diego la mandó a buscar sus chiros al apartamento.

–¿Para qué?

–Mi hermano quiere que ella esté en la casa con nosotros. Ahorita que supo cómo fueron las vainas en el juicio, prefiere que estemos todos juntos.

–Bueno. Igual vuelve más tarde.

–Ya será mañana cuando vuelva. Diego nos mandó a la casa a descansar. Solamente entramos a saludarte.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now