Camino de La Naviera, Diego sonríe feliz con ella a su lado.
–En la tarde llegan Daniel y Andrea –dice, mirándola de soslayo–. ¿Tú vienes conmigo al aeropuerto?
–Claro. ¿Por qué la pregunta? Sabés que sí.
–No sé. ¿Quien dice que no tienes algún compromiso? –la embroma malicioso–. Por eso pregunté.
–¿Querés enojarme otra vez?
–Me gusta verte enojada. Pero solamente cuando te tengo a mi lado y te puedo contentar después.
–¿Por eso saliste de la casa dejándome sola?
–No estabas sola. Ya vi que mi hermana se convirtió en tu aliada.
–Te juro que si no regresabas, no me encuentras más.
–¿Capaz que sí? –ríe, con esa mirada encendida que la rinde– Me hubieras matado.
–Yo me sentí morir cuando te fuiste y a vos no te importó. ¿Dónde estabas?
–Ni siquiera había llegado a la cancela cuando sonó el celular. Y ya iba a regresar, déjame decirte. Además, me llamaste pelotudo, ¿recuerdas?
–Y tarado...
–Eso me dolió en el alma.
–¿En serio?
–Es broma. Pero sí estaba furioso; con mucha rabia.
–Perdonáme.
–No tengo nada que perdonarte, mi amor –dice mientras estaciona el carro en el parqueadero de La Naviera– Me gusta verte brava conmigo.
–Dejá la pavada, ¿querés? Yo no quiero enojarme con vos.
–Pero si te enojas, quiere decir que vas a pelear por mí.
–¿Y? ¿Quién te dijo que no voy a pelear igual?
–Te amo.
–¿Viste? ¡Sos un pelotudo y un nabo!
–Ajá. Soy un pelotudo y un nabo que te ama.
Llegan a Presidencia justo cuando va a comenzar la reunión de la mañana. Diego entra en la sala de juntas, pero antes deja a Marina al cuidado de Carol en el despacho de Sergio, con el encargo de mostrarle las instalaciones mientras ellos terminan. Carolina lo hace encantada. Se le ocurre que la primera sección que deben visitar es Administración, donde se halla Javier ayudando a Ana María. El muchacho se une a la excursión sin pensárselo dos veces; así es él. De todas formas, a Marina le fascina la idea de llevarlo con ellas. Javier le divierte; le cae bien. No sabe porqué, pero como él apuntó en el aeropuerto, cree que el chico es la viva imagen de Diego a esa edad. En todo caso, Javier, que no sabía nada de la visita, se siente feliz de tenerla allí. Desde que llegó su tío, él está madurando una idea que ya comentó anteriormente con Carolina. Esta es la ocasión perfecta para exponérsela a Marina, seguro de que ella le va a dar una mano en lo que pueda.
–¿Ustedes no fueron a la facultad? ¿Tienen franco? –pregunta extrañada de verlos allá–. Pensé que...
–Hoy estamos libres –responde Javier por los dos, caminando feliz entre las mujeres–. Nos vinimos para acá a echar una mano a los viejos, que nunca les viene mal. Ya sabes que están encartados con la compra de la Steiner y siempre tienen alguna cosa pendiente.
–Es cierto –Marina se había olvidado de la Steiner y de que le ofreció su ayuda a Diego si la necesitaba. Pero si él no dijo nada, ella no va a insistir. Tal vez su familia no quiere que se involucre.
