105. Hoy decidí olvidarte

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El sábado es día de asueto y esparcimiento; el mejor de la semana para la mayoría. Pero Marina no se encuentra entre esa mayoría, al menos hoy. Para ella este sábado no ofrece nada bueno. Peor aún, lo siente lleno de malos augurios, quizás porque apenas pudo descansar después de la discusión con Diego la noche pasada. Además, fuera está lloviendo a mares, la temperatura no sube de los seis grados y la humedad termina de componer el panorama meteorológico para el fin de semana. Pero realmente el tiempo no tiene la culpa. Tampoco tendría importancia, si su estado de ánimo fuera el adecuado para enfrentar este día como cualquier otro. Esta no es la primera vez que llueve y hace frío en Mar del Plata y está acostumbrada a eso. El verdadero problema es que su espíritu se encuentra hundido, sin la menor posibilidad de que pueda levantarlo ella sola. Obviamente, lo que pasó con Diego ha hecho que reaccione. Ahora que piensa, sin el calentón de la bronca de anoche, se da cuenta de lo mucho que va a perder si le falta él a su lado. Recién comprendió –tras la enérgica resolución del hombre de no volver a verla, ni para buscar una respuesta que calme la inquietud que le hizo sentir en estos días–, que perderlo es perder la cordura. Hoy puede ver, objetivamente, lo que será su vida sin Diego, y se pregunta insistente porqué sigue obstinada en la idea de abandonarlo. Una pregunta para la que, ni siquiera ella, tiene una respuesta que la tranquilice.

Está claro que el empeñó en sacarlo de su vida, no es solamente por el daño que le pudo haber causado su desconfianza ante las acusaciones de Valentina: es más por pura intransigencia suya. La verdad es que pudo haber encontrado una solución si no se hubiera cerrado a la idea de buscarla. Pero ahora tiene que reconocer que se confió demasiado. Tal vez porque, en su fuero interno, estaba segura de que él no se iba a dar por vencido e insistiría hasta lograr tenerla de nuevo. Pero, lamentablemente, esta es una seguridad que ya no tiene, porque hoy Diego está enojado; muy enojado. La noche pasada algo se le debió romper dentro del pecho, para que reaccionara de la manera que lo hizo ante el rechazo sufrido. Ella lo rompió con su desplante y no sabe si lo va a poder recomponer.

Desde que se levanto de la cama, tiembla de la cabeza a los pies. Si bien la casa mantiene la temperatura adecuada, según el marcador térmico que comprueba cada cinco minutos, ella se siente aterida y no sabe qué hacer para sacarse el frío del cuerpo. Hasta que al fin comprende, que no es el mal tiempo lo que la tiene así, sino el helor que se le metió en el alma, al oír a Diego maldecir por haberla conocido. Ya no le cabe duda: si lo pierde por su esta insensata terquedad suya, se va a partir de dolor. Y por primera vez, al pensarlo, se dice que es preferible morir a que esto suceda.

La noche pasada Marcela regresó a la casa de madrugada, tras concluir la cena con los jóvenes Álvarez de Arauca. Marina ya estaba en la cama y, suponiendo que dormía, no entró a saludar para no despertarla. Se encerró en el otro cuarto, sin imaginar que ella estaba despierta y necesitando su apoyo.

Ariel apareció en la mañana, poco antes del almuerzo, para acompañarlas durante todo el día. En un aparte, los dos amigos comentan apenados lo mal que ven a Marina. Aún así, si ella no les contó que hubiera sucedido nada nuevo en su ausencia, solamente les queda por concluir lo que vienen pensando en las últimas horas; que su estabilidad emocional está llegando al límite que se puede permitir y en cualquier momento pasará a ser de extrema gravedad. Desearían saber qué pueden hacer para ayudarla, pero lo cierto es que ni siquiera conocen la manera de obligarla a reaccionar. ¿Cómo van a lograr que deje de lastimarse a sí misma, encerrada en la idea de acabar con todo, y entienda de una buena vez que, ese todo que desea destruir, es su propia vida?

En cualquier caso, no tardan en conocer la razón por la que está en ese estado y lo que ocurrió en la casa la noche pasada; lo que Marina no les ha contado. Lo averiguan tras el almuerzo, cuando se sientan en la sala a tomar café y suena el teléfono que Marcela, por estar más cercana al aparato, atiende. Es Rosalía y la nota bastante preocupada. La mujer quiere saber qué está pasando y ella, que ignora a qué se refiere, la comunica con la amiga que, a su entender, es la única que le puede explicar lo que sea que quiera saber. Por su parte, con Ariel, quedan ambos en silencio, determinados a desentrañar el problema, por la mitad que logren escuchar de la conversación entre las dos mujeres. Nomás por si más tarde ella no quisiera contarles.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now