142. 24 DE SEPTIEMBRE

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La Casona Álvarez de Arauca amaneció agitada. Los jóvenes madrugaron más que de costumbre y juntos corrieron al cuarto donde la Nana les dijo que durmió su tío, con intención de despertarlo. Quieren pasar un rato con él, antes de que el día comience a ser una locura; sin imaginar que hace horas que él vive inmerso en ella. Durmió poco y pensó demasiado. Pero puede decir que esta fue una de las mejores noches de su vida en soledad. Marina la ocupó toda. Ella y sus ojos. Ella y su sonrisa. Su liviana presencia en cada cosa que hace o piensa. Todo lo que significa en su vida. Cómo se metió en su alma en tan poco tiempo.

Se levantó a las siete y entró en el baño para tomar una larga ducha.

No espera la visita de los muchachos, sin embargo, al ver entrar a Javier alborotando como siempre, sale feliz a recibirlos, reclamando medio en broma por la alharaca.

–¿Qué es esa bulla que traes, mijo? ¿Ya vienes a armar bochinche?

–¡Vamos, perezoso! –Lo llama el joven alegre–. Vinimos a buscarte en tu último día de libertad.

–¿Pues qué pasó? ¿Adónde es que me quieren llevar?

–Desayunemos juntos, tío –le pide Sergio, siguiendo a su hermano–. Y no aceptamos un no. Estamos todos acá.

–¿Todos? ¿Quiénes son todos?

–Pues todos somos todos: tus sobrinos, Ariel y los tíos.

–Está bien. Yo bajo con ustedes. Pero no me vayan a enredar que hoy tengo un día complicado.

–Lo sabemos. Por eso vinimos, para aliviarte la carga.

–Siempre que no me vayan a "cargar" por otro lado, acepto la compañía. Camina a ver.

En la cocina están Rosalía y la Nana organizando a los empleados del servicio; cuidando que todo esté en orden. Los ven llegar dichosos; los chicos delante con Ariel, y tras ellos, Diego abrazado a sus hermanos, bromeando sobre el matrimonio. Los tres se demoran cerca de la salida al jardín, y Daniel aprovecha el momento para averiguar en voz baja con el mayor.

–¿Marina no sabe nada de la sorpresa que le tiene el abuelo?

–¿Cómo? –Se extraña Diego de que su hermano, que tampoco debería saber, le pregunte–. ¿Tú de qué me hablas? No entiendo.

–Vamos, Diego –Daniel lo mira con sorna–, que yo sé...

–Pero ¿qué es lo que tú sabes?

–Creo que todo –responde el otro riendo.

–No pues, que dicha. ¿Quién te fue con el chisme?

–Andrea supo y me contó –confiesa el otro sin que lo apremie–. Pero eso sí; no me preguntes qué hizo para que le contaran, porque no tengo idea, ¿oíste?

–¿Y qué tal si me cuentan a mí? –David, ajeno al secreto, también quiere saber en qué andan–. Cualquiera de los dos, pero ¡háganle! El chisme tiene toda la pinta de ser bien sabrosón.

–Está bien. Yo les voy a contar a los dos. Y se juegan la vida conmigo si ellas llegan a enterarse antes de tiempo, ¿oyeron? –Diego les habla al oído, procurando que nadie más lo escuche. Aunque tampoco es necesario el sigilo, pues los otros andan ocupados en la cocina, sin prestar atención a los tres hermanos–. Ni Marina ni su mamá deben saber nada hasta último momento.

–Despreocúpate –garantiza David–. Pero ¿cómo la hicieron?

–Ah, eso sí, yo no sé. El abuelo con mi papá: ellos lo gestionaron todo. Pero la idea partió del viejito desde un principio, me consta.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now