145. EPÍLOGO

10 1 0
                                    


Dos años más tarde 

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Dos años más tarde 

 Sale del baño envuelta en su bata. Se demoró en la tina y luego se entretuvo arreglándose el cabello sin ninguna prisa. Al entrar en el dormitorio lo hace abstraída; pensando en todo lo que le da vueltas en la cabeza y le preocupa, sin prestar atención a Diego, que juega con el niño unos pasos más allá. Tan solo al volverse hacia el tocador, todavía distraída, ve a su hijo saltando de pie sobre el silloncito con un tarro de crema en las manos, mientras su papá lo vigila sentado a su lado en el suelo, despreocupado al parecer. Sin pensarlo demasiado, descompuesta, le grita; les grita a ambos.

–¡Sebastián! ¿Qué hacés con eso? –Se acerca en dos pasos, lo detiene sentándolo en la silla y le quita el tarro de las manos con cuidado–. Pará. Soltálo, mi vida. –Le habla dulce al niño para luego dirigirse a Diego con peores modos–. ¿Y vos? ¿En qué estás pensando? ¿No ves que se puede lastimar?

Diego se levanta con gesto sorprendido, borrando al instante la sonrisa que dibujó en sus labios al verla llegar. No comprende qué le sucede. Un momento antes la vio entrar al baño con el mejor humor; con el buen humor de siempre, haciendo un chiste por alguna bobada. ¿Y entonces? ¿Qué le pudo haber pasado para que venga ahora con esta gritadera? En el baño no pudo haberle sucedido nada. A menos que el mal humor lo llevara puesto y él no se haya dado cuenta en el momento. Pero no puede ser –piensa–. Eso es absolutamente imposible. Imposible porque, desde que la conoce, va para tres años de eso, es incapaz de estar a su lado sin detenerse a interpretar hasta la más insignificante de sus expresiones. No por nada se precia de conocerla casi mejor que a sí mismo. Por eso le parece increíble que algo le esté pasando y se lo pueda ocultar. Pero si es así, lo que sea tiene que averiguarlo, y eso es enseguida.

–¿Por qué gritas de esa manera? –le reclama medio enojado. Ve al niño a punto de llorar y lo toma protector en sus brazos–. ¿Tú no ves que lo estás asustando?

–¿Y?

–¿Cómo y?

–¿Qué tiene de malo que se asuste alguna vez por algo? No es malo temer –Marina lo desafía procurando no alzar la voz de nuevo–. Es preferible asustarlo, a tener que lamentarnos, luego que se haya lastimado.

–No se va a lastimar –Diego hace un esfuerzo por hablarle también con suavidad, como siempre hace con ella; así cómo ella le enseñó. Todavía no ve motivos para enojarse realmente. No hasta saber qué le está pasando–. Yo lo estoy cuidando.

–Y sí, ya veo. Ahí sentado en el piso, dejando que haga lo que se le canta.

–Está bien, mi amor. No discutamos ahorita, ¿oíste? Termina de arreglarte de una vez y vamos saliendo.

En lugar de seguir su consejo, Marina se sienta despacio en el sillón del tocador. Tampoco ella desea discutir en aquel momento. Quizás se le fue un poco la mano, pero alterada como está, no pensó en las consecuencias y comprende que, finalmente, van a tener que hablar y enfrentar el problema. Precisamente ahora, cuando no se siente preparada para hacerlo.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now