16. SANTA MARTA

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El encendido de las velitas en Colombia, es costumbre celebrarlo entre el siete y el ocho de diciembre en todo el país. Pero doña Eugenia, como bien dice su hijo, es única para sus cosas. Desde que contrajo matrimonio con don Ramiro Álvarez de Arauca y formó su propia familia, también arraigó nuevas y propias costumbres en ella. En sus casas –en todas las que ha tenido para estas fechas–, la puesta de adornos navideños y el encendido del alumbrado (un espectáculo digno de admirar, en la colina que domina la bahía de Taganga), se hace el fin de semana anterior a la Navidad. Este día se convierte en una fiesta, con toda la familia reunida y afanada en el quehacer, que luego será recompensado con cena y velada hasta la madrugada. Cada año se contrata a los mejores diseñadores, para que el decorado sea siempre distinto y más llamativo que la Navidad anterior. Por eso es una delicia ver La Casona en Navidad, luciendo sus mejores galas. Todos los habitantes de la bahía esperan inquietos ese día para disfrutar de la ceremonia

Como en la bienvenida de Daniel y Andrea, también ahora están todos reunidos, esta vez en el salón principal de la casa. Igualmente es la Nana quien primero lo besa y lo consiente. Luego abraza a sus padres, a sus hermanos y cuñadas, se entretiene un instante recibiendo los mimos de Rosalía y llega hasta Fernanda, que lo recibe con la misma felicidad indiferente de siempre.

–¿Qué más, pelados? –se acerca a saludar a los hijos de sus hermanos, que esperan su turno–. ¿Dónde es que se metió Javier, que no vino a pechichar a su tío favorito?

–Acá tío, acá estoy –contesta el aludido, emocionado, desde un rincón de la estancia–. Esperando un abrazo.

–¿Cómo te va, sobrino? –lo estrecha con fuerza, también él conmovido.

–Dichoso de verte.

Mientras abraza a Javier, Diego ve a sus tres hijas paradas a un lado, esperando a que termine la bienvenida.

–¿Y entonces? ¿Qué pasó con ustedes? –las llama, riendo–. ¿No piensan saludar a su papá?

Es Luisa quien primero acude a los brazos de su padre, feliz de tenerlo en casa. Adela corre también a abrazarlo llorando de alegría. Pero Valentina no abandona su lugar, sino que espera a que él le diga algo.

–¿Tú es que no me vas a dar un abrazo, mijita?

–Aja, papá –dice, yendo a su encuentro–. Claro que sí.

Los demás, que la conocen, saben que desea llamar la atención de su papá y de todos. Lo ama por sobre todas las cosas, pero quiere dejar sentado que su amor es debidamente correspondido.

–¿Cómo estás, mi chiquitica bella?

–Bien. Extrañándote mucho.

–Yo también las extrañe a ustedes. Pero más a ti –agrega en voz alta, sabiendo que las otras dos no se van a molestar por este halago a la mayor.

–Embustero.

–Tú sabes que eres mi consentida.

–No te creo nada.

–A ver, dime –la embroma riendo–. ¿Con quién crees que puedo armar yo una buena pelotera si no es contigo?

–¿Por eso me extrañaste?

–Por eso y porque te amo.

Para Diego, Valentina es lo mejor que le dio su matrimonio con Fernanda. Cree que con ella, tras su nacimiento, aprendió a ser mejor persona. Solamente que todavía no se dio cuenta del error que cometió con la muchacha, al consentirla demasiado. Adora por igual a sus tres hijas, pero a las otras dos las dejó al cuidado de sus madres y está seguro de que ellas han sabido educarlas de forma que sepan valerse por sí mismas. A Valentina la cree de sentimiento más frágil en comparación con sus hermanas; más dependiente de él. Tal vez porque tiene un carácter muy parecido al suyo, es el espejo en el que se mira, la voz de su conciencia contra la que no desea luchar. Aunque es verdad que no podría vivir sin ninguna de las tres; sin Luisa, su niña pechichona que, con su extrema timidez, es en él en quien más confía; sin Adela, su peladita hermosa, con la que disfrutó de los mejores momentos como padre, porque fue con su madre con quien creyó descubrir el amor y lo que era una verdadera familia. Pero Valentina... su rebelde y valiente muchachita. Ella es la causa de todas sus angustias desde que, siendo todavía una niña cuando Fernanda y él se divorciaron, interpretó –a "su" modo de interpretar las cosas a esa edad, por lo que escuchó y creyó entender–, que su papá las había abandonado, por otra mujer y otra niña ajenas a ellas, y que no regresaría nunca más a su lado. Fue entonces cuando comenzó a atacarlo, con saña incluso algunas veces. Por eso es que Diego cree que debe cuidarla si no quiere tener que enfrentarse a ella como enemiga; que debe pelear por tener el cariño y el respeto de su hija que, a juicio de Valentina, todavía no se ha ganado. En este momento, mientras la abraza, recuerda lo que Nadia dijo en el avión y siente ese miedo extraño pellizcándole el alma de nuevo.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now