59. Querido amor:

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Tras la marcha del doctor Ledesma, Marina se queda a solas con Andrea y la Nana. La anciana la mira mortificada, sin saber qué decirle ni si ella tomará a bien sus palabras. Pero en cualquier caso, siente tanto lo que está pasando que toma asiento a su lado, en la cama, y le habla con el corazón.

–Marina, mija –dice, tomando su mano, palmeándola con ternura–. Yo sé que no nos hemos relacionado mucho, ¿cierto?

–Sí, Nana, lo sé –responde Marina, conmovida por el pesar que ve en sus ojos–. Igual es para mí una persona muy importante.

–Y yo te lo agradezco. Porque desde que mi amiga Nadia... ¿Ya sabes quién te digo? La secretaria de Diego allá en la Argentina.

–Sí. Nos conocemos con Nadia –confirma con una sonrisa–. Con ella somos amigas también.

–Pues fíjate que Nadia fue quien nos contó de tu relación con mi pelado.

–Lo sé.

–Desde que yo supe, y sin conocerte todavía, ya te tomé un cariño sincero.

–Yo también a usted. No lo dude.

–Sé que no debo pedirte que te quedes, después de lo que pasó recién con Valentina. Comprendo que eso no sería justo para ti. Pero ajá, si lo piensas siquiera...

–No tengo nada que pensar, Nana. Y yo sé que usted entiende lo que hago y porqué lo hago. Sabe que no puedo permanecer acá por más tiempo.

–Mi niño va a sufrir como nunca sufrió en la vida.

–Nadie más que yo va a sentir lo que él sufra. Pero no me dejaron otro camino que tomar.

–Lo sé –la Nana, irritada, aprieta la mano de Marina entre las suyas–. Esa peladita desconsiderada, con ayuda de su mamá, es capaz de arrasar con el mundo entero con tal de salirse con la suya.

–Igualmente, eso ya no importa. –La contiene, antes de que comience a enumerar las culpas de todos–. Me hace muy feliz haberla conocido, Nana. Y espero que volvamos a encontrarnos en un momento mejor. Ahora tengo que empacar mis cosas, no me queda tiempo para más.

–Don Sebastián se va a entristecer mucho, cuando sepa que no te quedas para celebrar su aniversario –dice la mujer, como si ese velado comentario fuera el último intento de convencerla–. El pobre, se siente tan dichoso por tenerlos a todos juntos.

–No se preocupe por eso. Yo me voy a despedir de él y le explico.

–Como quieras, mija. –Dolores se levanta resignada–. Yo voy a ver donde lo ubico y le cuento que te vas.

–Gracias, Nana –dice, abrazando a la mujer con sincero afecto–. La quiero mucho. No lo olvide.

–No lo olvidaré, descuida. Y tú tampoco te olvides de esta viejita que te adora, por más que nos hayamos visto poco.

Cuando la Nana sale, Andrea vuelve a preguntarle a la amiga, por si Dolores logró que cambiara de idea.

–¿Tú te lo has pensado bien? ¿No quieres meditarlo un poco más?

–Sí, Andrea, lo he pensado bien. Ya no tengo tiempo ni voy a considerar más. Voy a empacar mis cosas.

–Vamos entonces. Yo te doy una mano con eso.

Marina, con ayuda de Andrea, ha colocado las maletas sobre la cama y entre las dos están sacando la ropa del closet y ordenándola en las valijas. Trabajan en silencio, como si no tuvieran nada más que decirse. O quizás sea que lo que tienen que decirse es incidir sobre lo mismo, cuando ya nada se puede volver atrás. Casi han terminado de empacar, cuando entran Rosalía y su madre en el cuarto después de haberlas buscado en el dormitorio de Daniel. Por un instante las miran moverse sobre el equipaje aún sin cerrar, hasta que al rato se deciden a ayudar, comprendiendo que, si la determinación ya está tomada, no hay nada que ellas puedan hacer para revertirla.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now