Hoy se celebra el veinticuatro cumpleaños de Raúl y como siempre, el evento tendrá lugar en La Casona familiar de los Álvarez de Arauca, donde todo anda manga por hombro, con gente yendo y viniendo; unos impartiendo órdenes que otros acatan. Y los muchachos, que están medio alborotados con los preparativos, tratando de ayudar a los mayores y entorpeciendo la labor de los trabajadores de la empresa de catering contratada para la ocasión. Están con sus celulares en la mano, terminando de confirmar la lista de los invitados que todavía no dieron garantía de asistencia. Pero para ello se pasean por la sala cruzándose unos con otros, cortando el paso a las personas que van y vienen preparando las mesas. Hasta que doña Eugenia los puso en su lugar enviándolos al despacho a terminar sus gestiones.
–Fíjate como se enojó la abuela con nosotros –se queja Javier medio en broma, yendo a ocupar el sillón tras la mesa antes de que alguno se le adelante–. Si no fue para tanto.
–¡Ay, Javier, que mamera contigo! Bien sabes que estábamos complicando el trabajo de esos señores –replica Carol riendo–. Y creo que alguno de vosotros lo hacía con bastante mala intención. No estoy señalando a nadie.
–Pues claro, como tú tienes que estar a buenas con la abuela –se burla el aludido, mirando de reojo a su hermano–, no vaya a ser que se enoje y te prohíba tu relación con Sergio. ¡Qué tal!
–¡Deja la bobada, payaso! –lo increpa Carol, dándole un manotazo cariñoso en el hombro–. ¿Por qué no mejor te comunicas con Sofía, no sea ella quien se enoje contigo por hacerla esperar?
–En esas estoy, pero no atiende –trastea en su celular sin dejar de sonreír inquieto–. Quién sabe dónde esté.
–Y tú, Adela –Carol llama a la amiga, que en ese momento está distraída con la lista que le tocó, ayudada por su novio que sonríe atento a la pelea de los otros dos–, marca a tu primo o voy a tener que hacerlo yo.
La muchacha hace lo que se le ordena. Se adelanta unos pasos y estampa un beso sonoro en la mejilla de Javier al tiempo que contesta a la otra.
–Ahí lo tienes. Bien marcado te lo dejé. ¡El más lindo de la familia!
–¿Ya viste, Carol? Los Álvarez de Arauca siempre unidos –se burla Javier, riendo a carcajadas–. Y tú deberías aprender para cuando seas uno de nosotros.
–Disculpa que te corrija, pero yo no seré nunca una Álvarez de Arauca. Yo seré la señora de Borja. ¿Verdad, mi amor?
–Cierto, mi cielo –la complace Sergio, siguiéndole la broma–. Pero dejen ya esa vaina y sigan con lo que están haciendo o no acabaremos nunca. ¡Vamos! ¡Háganle pues! ¡A trabajar en serio de una buena vez!
Sergio observa entonces a sus dos primos, que al entrar se sentaron juntos en el sofá y se miran las manos con gesto preocupado. Piensa que algo no anda bien con ellos y les llama la atención procurando no molestarlos.
–Ajá, ¿y entonces? ¿Qué es lo que está pasando con vosotros? ¿Esperáis que os hagamos todo el trabajo?
–Yo no tengo el menor interés en esta fiesta –observa Héctor–. Síganla ustedes.
–Yo sé que no es tu fiesta. Pero podrías hacerlo por tu hermano.
–A su hermano no lo metas. Fíjate que a mí tampoco me interesa esta vaina –lo apoya Raúl, consciente de que su comentario va a extrañar a los demás y comenzarán las preguntas–. No pedí que organizaran ningún evento.
–A ver y me cuentan, ¿qué es lo que está pasando, pelados? –Sergio hubiera preferido hablar con ellos a solas, pero está realmente preocupado por la conducta de sus primos y piensa que es ahora cuando debe indagar–. Y no me vengan con que no tienen ganas de parranda. Si hasta mi tío David se vino de Campeche para la celebración.
