121. Dulce y peligrosa

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CAMPECHE

Javier no comprende muy bien el asunto; porqué su tío Diego le ha pedido que abandone la búsqueda de Sofía, precisamente ahora, cuando la tiene localizada y ya dio el primer paso para acercarse a ella. No es difícil entender los motivos que le expuso y todas las razones: que quiere que viaje a Campeche, vaya a la casa del matrimonio Muir y se haga cargo de unos documentos sumamente importantes para la empresa, que Jorge se trajo a México desde la Argentina. Hasta ahí le queda claro el encargo y está dispuesto a cumplirlo al pie de la letra, como se lo pidió Diego. Lo que no entiende es porqué no se lo pidió a su tío David, que vive en Campeche y las oficinas de la Naviera están en la misma cuadra que las de Muir. Porque, si bien le explicó que se trata de unos documentos privados que prefiere no confiar a nadie más, eso a él le sonó a embuste. Ni siquiera le dejó claro si los quiere ya en Mar del Plata o puede esperar por ellos. Aunque esa primera idea no le desagrada del todo: volver a la Argentina por unos días y encontrarse con su mamá, a la que está extrañando horrores, y dejarse pechichar por ella. Ver también a Luisa, a la tía Andrea y a Marina... y, por supuesto, al abuelo Sebastián a quien tanto echa en falta. Y ¿quién dice? Hablar con su tío Daniel, que le va a poder dar mucha de la información que necesita, él que vivió años en México y conoce bien el país y a sus gentes. Tal vez sepa decirle como debe comportarse si, finalmente, logra convencer a Sofía de que lo escuche al menos. Pero eso todavía le queda lejos, pues antes tiene que ocuparse del asuntico que le encargó su tío Diego y no puede esperar demasiado.

No bien llegan a Campeche, Javier manda a uno de los guardaespaldas con las valijas para la casa de Daniel –en la que ahora viven David y sus primos–, mientras él, acompañado por el otro escolta, va directamente a buscar a los Muir, ya que está ansioso por saber qué viene a continuación. Pero la tarea no le resulta tan fácil como había imaginado. Después de un rato de dar vueltas y averiguar en la entrada de varias urbanizaciones privadas, se da por vencido, suponiendo que los Muir, donde quiera que tengan su residencia, viven de incógnito en aquella ciudad o, lo que más se teme, él no supo hacer las preguntas correctas. No, pues de malas está. Le tocó marcarles al celular que le dio su tío y ver donde es que se pueden encontrar.

Jorge, muy amable, le dice que todavía está en su despacho y le pide que se vean allá en unos minutos. Javier conoce bien la zona comercial en la que se hallan las oficinas de Muir, por las ocasiones en las que visitó la sede de la empresa de su familia en Campeche. Sin duda tendría que haber hecho esto desde el principio, ya que era más fácil dar con ellos acá, que en cualquiera de los complejos privados de la costa.

–¡Que onda, Javier! ¿Cómo has estado? –Jorge sale a saludarlo, en cuanto su asistente le anuncia que llegó–. No sabes qué gusto me da verte.

–También a mí me da gusto haberte encontrado. ¡Al fin! –exclama feliz, abrazándolo efusivo–. ¿Cómo les fue a ustedes por allá?

–Excelente estuvo todo. Llegamos hace unos días con ganas de repetir. Ya te habrá contado tu tío como, de abusado, me traje los contratos que había ido a formalizar –miente, siguiendo al pie de la letra las instrucciones que le dio su esposa–. Por suerte enseguida pensamos en ti. ¡Eres nuestra salvación, Javier!

–Tampoco exageres –bromea el joven, ajeno a la intriga en la que lo están envolviendo–. Yo no soy imprescindible. Y fíjate que no dejo de pensar, porqué no podía haber recogido mi tío David estas carpetas.

–No te molestes por lo que te voy a decir, Javier, pero sucede que este es un negocio privado, entre tus tíos en Mar del Plata, y yo –continúa mintiendo Jorge con el mayor aplomo; esperando que sus mentiritas, que entiende son por una buena causa, no vengan a enredarlo todo más de lo que está–. No creo que ellos quieran que intervenga la sede de Campeche en este asunto. Piensa que, si así lo hubieran querido ellos, podríamos haber firmado el contrato acá, sin necesidad de desplazarme yo a la Argentina.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now