12. VALERIA DEL MAR

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El viaje desde Mar del Plata ha sido agradable y relajado para ambos. No encontraron excesivo tránsito en la ruta y Diego pudo manejar a sus anchas, conversar con Marina, bromear y detenerse a mirarla como no la había mirado antes. Hicieron una sola parada en Cariló, ya casi llegando a destino, para tomar un refrigerio en la primera confitería que encontraron abierta y enseguida continuaron camino hasta la cabaña.

Por primera vez en muchos años –desde que era chiquitico, su mamá lo consentía y él la dejaba hacer–, Diego se está dejando llevar por una mujer. No comprende todavía, por más que quisiera hacerlo, qué le sucede con ella. Pero lo que sea que le esté pasando, es algo completamente desconocido para su corazón; algo que no ha sentido nunca antes por ninguna otra mujer que se le haya cruzado en el camino. La lista es extensa y solo él la conoce. Aunque no con todas tuvo la misma relación, sí recuerda a cada una de sus conquistas con un cariño especial, pues, a su manera, las ha querido y se ha cuidado de seguir manteniendo el contacto con ellas. Puede recordarlas a casi todas. Incluso recuerda a aquellas que conoció antes de su primer matrimonio; muchachitas tan jóvenes e inexpertas como él, que se entregaban entusiasmadas, primero como un juego y luego con la pasión loca de la juventud. Más tarde, cuando maduró, llegaron las mujeres preparadas; las que se dejaban hacer y siempre le enseñaban algo nuevo. De todas ha aprendido y se siente agradecido por ello, aunque siempre fue él quien llevó el control de la situación. Nunca antes se ha dejado llevar como lo está haciendo ahora con Marina. ¿Qué le está pasando? No lo sabe. Es la pregunta sin respuesta. Quizá sea que, en esta ocasión, no ha sido él quien buscó la relación. Esta vez no fue él quien salió a la caza sino que está siendo cazado y esto, por extraño que parezca, le está gustando más de lo que hubiera podido imaginar.

Marina Bordonaba es una mujer excepcional, no le cabe duda. Es culta, inteligente y divertida. Tiene un estilo propio y es muy hermosa. Sin embargo, su belleza es difícil de explicar para Diego, que la mira y la remira, tratando de encontrar la "razón" que lo llevó a fijarse en ella. Se repite que a él le gustan las mujeres altas, huesudas, de piel morena, ojos oscuros y, a poder ser, con el cabello negro. Marina carece de todo eso. Es de altura media y formas redondeadas, aunque a su modo de ver, no le sobra ni le falta un centímetro por ningún lado. Tiene la piel blanca, casi transparente y los ojos claros, de un color impreciso cercano al gris. Ah, pero eso sí –piensa Diego–. Esa melena rojiza que le encantaría despeinar, con toda seguridad tiene la suavidad de la seda. A él, que siempre le llamó la atención el color azabache en el cabello de una mujer, no entiende como ahora se siente fascinado por este. Ni siquiera cree que sea su color natural, a juzgar por la pigmentación de su piel. Pero no le cabe duda de que se ve hermosa. ¿Cómo puede ser que esta mujer sorprendente le esté moviendo el piso de tal manera si, como dirían los pelados, "no es su tipo"?

No sabe y en este momento tampoco quiere saber más. Ya le dio demasiadas vueltas a la vaina y se está mareando con tanta preguntadera. Como diría su mamá: "Dios sabe como hace sus cosas". Por ahora se conforma con ir descubriendo lo que siente al mirarla; lo que sintió en la noche al pensar en ella. Deleitarse con esa sensación nueva y excitante que lo llena todo, por dentro y por fuera. Advertir que se muere de deseo, que sueña con tocar su piel y le saltan chispas en las yemas de los dedos. Se la imagina entre sus brazos y algo se le agita en el centro del cuerpo que lo hace estremecer; una descarga que sube desde lo más hondo y no lo deja respirar. La tiene acá, sentada a su lado en el carro, sin atreverse a ir más allá. No sabe qué fuerza es la que lo domina y lo contiene. Pero si Dios lo permite, hará cuanto esté en su mano para que ninguno de los dos pueda olvidar jamás estos días que van a pasar juntos.

Marina, ajena a sus pensamientos, sonríe saludando con la mano a una pareja que les sale al paso.

–Ya estamos –avisa alegre–. Girá a la derecha en el cruce. Es la última en el camino, la más cercana al mar.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now