Una mina de fierro
La idea de trasladarse a Pinamar en el avión privado de don Sebastián fue celebrada por todos. Aunque no es mucha la distancia, la comodidad es de agradecer. Obviamente, el aeródromo al que arriba el avión deja bastante que desear; no es el "Ezeiza" ni el "Astor Piazzola", pero sirve a sus necesidades inmediatas de acceso al lugar.
Marcela, siempre previsora, se encargó de que en la terminal estuvieran esperando cuatro autos de alquiler, con los que poder moverse por la zona para conocer los alrededores a gusto de los visitantes. El complejo de cabañas no se encuentra en el núcleo de la ciudad, sino cerca de la playa, en la parte boscosa, alejado en lo posible del bullicio y de la gente. La asistente antepuso la tranquilidad a la animación de la zona turística que, incluso en esta época del año, suele estar plagada de exóticos excursionistas que llegan desde cualquier punto del país, aprovechando los feriados, un fin de semana largo o la más mínima licencia de ocio, como buenos argentinos, para invadir los lugares de moda en la costa. En todo caso, triunfó con la elección, pues a todos les parece magnífico el lugar y el entorno. Y para dejar constancia de su éxito, las muchachas, tras organizarse en sus respectivas habitaciones, corren a darse un baño en la piscina climatizada que por unos días va a estar a su entera disposición, en la amplia zona privada que les corresponde junto a las cabañas.
Diego está preocupado por su hermano. Así se lo comenta a Marina y ella concuerda en que algo le está pasando a la pareja que los mantiene distanciados. Durante el corto viaje Daniel y Andrea han estado silenciosos, participando en las conversaciones por compromiso y no más allá de lo meramente necesario. Diego piensa que quizás Daniel se animó a aclarar las cosas con su esposa, como él mismo le aconsejó que hiciera, y esto los ha llevado a discutir nuevamente. Pero como quiera que sea, espera que la paz que les proporciona el paraíso al que se dirigen, juegue a su favor y ayude a que se sientan mejor; sobre todo a que solucionen entre ellos los problemas que puedan tener, o los que se hayan ocasionado a raíz de la visita de los Muir a la Argentina. Porque de eso sí está seguro, y así se lo dice a Marina: la presencia de Lidia Rangel en Mar del Plata no ha sido grata para su cuñada. Por más que Andrea haya querido aparentar ante los demás que no le preocupaba la presencia de la flamante señora de Muir de nuevo en sus vidas, él sabe que, cualquier cosa que le esté pasando, está directamente relacionada con el matrimonio mexicano.
Mientras los más jóvenes se divierten organizando los planes que tienen para hacer en estos días, Ariel, no bien llegan al complejo turístico, toma uno de los autos y se acerca a la ciudad en busca de sus padres que, como habían acordado, van a pasar el día con ellos. Marina hubiera deseado hacerlo ella misma; ir con Diego a la casa de sus papás. Pero lo cierto es que teme encontrarse a solas con su mamá. Doña María, suspicaz y prevenida como es, no tardará en darse cuenta de su estado y, con su manera de ser clara y directa, no tendrá el menor reparo en comentarlo delante de Diego. Aunque sabe que no se va a poder librar del acoso se su madre en estos días y, al final, tendrá que contarle lo que está pasando en algún momento del fin de semana, prefiere hacerlo en presencia de Marcela que, sin lugar a dudas, se va a poner del lado de su mamá, pero la apoyará en su decisión de mantener el secreto hasta que ella decida qué hacer.
Acomodados cada cual en su cabaña correspondiente, reunidos todos en la zona ajardina junto a la piscina de verano, Marcela comenta la última sorpresa que les tiene; con la que estaba secreteando por celular un segundo antes.
–Perdón por tenerlos en vilo, pero estaba hablando con el otro invitado.
–¿Qué cosa? –Marina la reta sonriendo. O poco la conoce, que no es el caso, o ya sabe quién es–. ¿Qué otra macana te mandaste, Marcela? Vos no tenés límite.