47. SANTA MARTA

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–¿Cuándo llegan tus tíos?

–Diego hoy en la noche. Daniel creo que lo hará el día de mañana, no sé a qué horas. ¿Por qué lo quieres saber?

–No, por nada. Simple curiosidad.

Carolina está tirada en la cama de Javier –que Juana se encargó de arreglar, entre reclamo y regaño, como siempre, cuando el joven se levantó–. La amiga llegó a buscarlo un rato antes para llevarlo a la universidad; como habían quedado que haría, porque él tiene el carro en el taller. Javier todavía anda decidiendo que ropa se va a poner aquel día y Carol está perdiendo la paciencia.

–Ajá, pelado, ¿cuándo vas terminar? –le riñe medio enojada–. Fíjate que otra vez llegamos tarde. Y siempre que vamos juntos pasa lo mismo.

–No me la montes y ayúdame. No sé qué escoger –la mira un instante con ojos somnolientos y sonríe de mala gana–. Elije tú.

–¡Pero qué flojera contigo, mijito! –protesta la muchacha, saltando de la cama y empujándolo hasta el baño–. Ve pues y date una ducha mientras que yo decido. Y no siempre tienes que ser el mejor vestido de la facultad, ¿oíste?

–Ajá, ¿y por qué no?

–Porque nada más lo haces para impresionar a las peladas. ¡Ahí estás pintado, engreído!

–Sabes que no es por eso. Solamente que me gusta ir bien vestido –replica él desde la puerta–. ¿Qué tiene de malo?

–Nada, si no fuera por lo vanidoso que eres.

–Lo dejo a tu elección. Hoy no tengo ganas de pensar.

–Tú nunca tienes ganas de pensar –ríe la joven–. ¡Vamos, que estamos de afán! Hoy no vendremos a almorzar a la casa.

–Como tú digas.

Mientras Javier está en el baño, Carolina revuelve la ropa en el escaparate del vestidor; no con ánimo de descubrir sus secretos –ella cree conocerlos todos, y si no fuera así le basta con preguntar–, sino por puro aburrimiento. El muchacho sale al rato a medio vestir y la encuentra mirando algo en su celular.

–¿A quién llamas?

–A nadie. Estaba curioseando.

–No hay nada nuevo en mi celular desde la última vez que lo escudriñaste.

–Todavía no me has contado vuestra salida el fin de semana –cambia el rumbo de la conversación–. Pero por los rumores que me llegaron, imagino que fue interesante.

–Ajá. ¿Y cuáles fueron esos rumores que te llegaron?

–Yo tenía entendido que era una parranda de puros macho, pero al parecer no fue así.

–No sé de qué te extrañas. Tú sabes que los machos siempre acabamos encontrando alguna hembrita –se carcajea, espabilado ya–. Y sí estuvo bastante interesante.

–¿Y? ¿Será que no vas a contarme?

–¡Pues claro que te voy a contar, chismosa! Lo que pasa es que no sé por dónde empezar. Hubo de todo.

–Por donde quieras, pues.

–Lo más interesante es que estuve a punto de caerme a golpes con Raúl. Y lo peor es que fue por alguien que ni siquiera se giró a mirarnos.

–¿Y cuando no? Ustedes sin armar bochinche no pueden estar.

–Verdad. Nos portamos como un par de pelados.

–Sois un par de pelados inmaduros. No sé de qué te sorprendes.

–No me des cantaleta, Carol –se vuelve a mirar a la amiga, mientras se abrocha el pantalón y pregunta con gesto preocupado–. ¿Tú crees que este suéter me queda con los tejanos? Yo no veo...

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now