43. CAMPECHE

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A Andrea únicamente le queda una cosa por hacer para defender lo que todavía considera suyo. Lleva semanas pensando en ello, aún antes de tener constancia de que lo que sospechaba es cierto.

Es verdad que siempre tuvo celos de Lidia Rangel; a estas alturas sería absurdo negárselo a sí misma. Pero eran celos infundados, basados solamente en las miradas que ella le dirigía a su esposo, aunque nunca él diera muestras de estar interesado en coquetear con aquella belleza de mujer. Sin embargo, Andrea conoce muy bien a las de su especie; sabe perfectamente de lo que son capaces cuando está en juego lo que creen que puede ser su felicidad, sin ponerse a pensar que pueden estar equivocadas. Sir ir más lejos, ella misma vivió una situación similar y actuó de igual manera, cuando creyó que tendría que conquistar a Daniel, al no darse las cosas con Diego. Pero aquello fue fácil, porque a Daniel lo tenía conquistado aún antes de proponérselo siquiera. Así que ahora supo cómo actuar desde el principio; consciente de que, si la interiorista se obstinaba en seducir a su esposo, al final lo iba a lograr por más que él no la amara en aquel momento. Sobre todo, si tenía en cuenta la clase de hombre que era Daniel antes de su "dizque" cambio de actitud. Lidia siempre supuso un peligro para su matrimonio, por más que su esposo no quisiera aceptar la realidad. Por eso lo peleó durante meses y por eso ahora está dispuesta a todo con tal de no perderlo.

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El fin de semana de Lidia Rangel ha sido de todo menos aburrido. Después de los días fabulosos que ha pasado al lado de Daniel, no quiso pedirle más a la vida, pero la vida se lo dio de todos modos.

Lidia decidió tiempo atrás, que todo lo que obtenga de Daniel, en cualquier momento de su vida, solamente lo puede considerar como un precioso regalo, así que, sea cuando sea y de la manera que sea, ella lo va a aceptar sin ponerle reparos a nada. Por eso, cuando el miércoles en la mañana la llamó a su despacho para invitarla a comer, no perdió un segundo en responderle con un sí. Desde entonces hasta el viernes en la noche, después de la cena, no se había separado de él; ni siquiera por impedimentos del trabajo. Daniel le dijo que había dejado todo solucionado en La Naviera para no tener problemas y ella, fuera o no verdad, se dejó llevar por los acontecimientos que se dieron a su favor. Se dijo que debía disfrutar y lo demás no importaba.

El viernes se despidieron en su casa haciendo el amor como si no se fueran a ver nunca más, pero igualmente se citaron para almorzar juntos el lunes. Lidia sabe que esos arranques de amor se los dedica totalmente a ella, que no piensa en su esposa cuando la acaricia; ni cuando la besa; ni cuando pone fuego en su cintura; ni cuando la arrastra más allá de las nubes. Y eso es todo lo que le pide, por más que nunca se lo haya dicho.

Hoy es sábado, de modo que Lidia ha resuelto pasar todo este día y parte del domingo, trabajando para poner en orden los últimos diseños que ha tenido abandonados por atender a Daniel. Este será un fin de semana relajado, sin salir de casa, que no le vendrá mal después de las emociones vividas en los últimos días. Además, tiene mucho que pensar sobre lo que le está pasando con Daniel. Ella no es mujer de ilusionarse, más que nada porque tiene sus ideas muy centradas y, a pesar de lo vivido, no puede obviar el hecho de que él continúa enamorado de su esposa, así sea que esté pasando por una mala racha. Ya no piensa en que esté casado, porque este sería el menor inconveniente viendo el desastre en el que vive la pareja; es evidente que el matrimonio no pasa de ser un papel firmado, que en cualquier momento se puede romper. El problema es el amor y contra eso ella no va a poder luchar por más que quiera. Pensando en esto está, cuando suena el timbre de la puerta, sin que el portero haya avisado por la línea interna.

–¡Daniel! ¿Qué pasó? ¿Qué haces acá?

–Estoy huyendo. ¿Puedo pasar?

En el rostro trae las huellas de otra discusión, de eso no le cabe duda.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now