56. Agua de mar

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Los muchachos se han acomodado en la sala grande después del intrincado almuerzo. Desde aquel lugar pueden controlar todos los accesos de la casa; la puerta del comedor, donde todavía están los mayores comentando los pormenores del problema; el pasillo de servicio; la escalera. La que no aparece por ningún lado es Valentina. No saben donde se pudo haber metido, aunque muy bien pueden imaginar que no estará muy lejos de donde se encuentre su papá con Marina. Ellos entienden que lo de su prima es una obsesión malsana que no le traerá nada bueno, pero es algo que no está en sus manos solucionar.

En ese momento, Sergio debate con Raúl y Héctor sobre lo que sucedió en la mesa. Javier se divierte con sus primas. La pequeña apoya la cabeza sobre las piernas de su hermana, entretenida retocándose las uñas; mientras, Luisa y él le trenzan el cabello con cuidado.

–Luisa –la llama Adela, tocándole la mano con la lima de uñas–. ¿Ya viste que Javier está todo el tiempo viajando por las nubes?

–Ajá, hermanita. Pero fíjate que eso es desde el sábado en la noche ¿Qué será lo que le paso? ¿Nos cuentas, primo?

–¿Ya me la vais a montar? –se queja el joven riendo–. No pasó otra cosa que la pelea mía con Héctor. Y más nada.

–Igual nos vamos a enterar en breve.

–¿Y entonces? ¿Para qué tanta preguntadera?

–¿Sabéis donde anda Valentina? –averigua Raúl desde el diván frente a ellos– Nada bueno ha de estar tramando.

–¡Acá estoy! –saluda la aludida desde el pasillo de servicio, lo que hace suponer que estaba en la planta de arriba y bajó por la escalera trasera–. ¿Me echaste en falta, primo?

–No mucho, la verdad –replica Javier, tirando con cuidado de la última trenza que le hizo a Adela, mostrándosela orgulloso a Luisa.

–¡Ay, Javier, que bruto! –protesta la joven–. ¿No ves que me lastimas?

–Discúlpame, linda. Traté de poner cuidado –luego se dirige a la hermana mayor–. ¿Dónde andabas, Valentina? Más que echarte en falta, nos preocupaba que estuvieras haciendo algún disparate.

–Ningún disparate –Valentina les ofrece una sonrisa de triunfo que no sorprende a ninguno. Pero por si quedaba alguna duda, les cuenta–. Estaba controlando que todo esté bien.

–¿Controlando, a quien? A tu papá me imagino.

–¿Qué esperabas? Estoy feliz por lo que escuché.

–Ven acá, Valentina. ¿Tú estabas espiando a mi papá?

–Aja. ¿Y?

–¿Parando oreja detrás de las puertas? –Luisa se incorpora tan de súbito en el asiento que casi hacer caer a Adela–. ¡No, pero que dicha!

–¿Por qué no, hermanita? Fíjate que no soy una hipócrita como ustedes. Yo digo las cosas como las siento. ¡Estoy feliz!

–Cuéntanos a qué se debe tanta dicha –Héctor sonríe, pues no duda que Valentina les iba a contar por iniciativa propia–. ¿Ya te conseguiste un novio?

–Mi papá está de pelea con Marina –responde complacida.

–¿Y eso te hace feliz? –Adela la enfrenta de mal humor–. ¡Estás loca!

–No estoy loca. Y sí, me hace feliz. Porque la pelotera que armaron quiere decir que su relación no es tan firme como todos creen. Tiene fisuras y yo me voy a encargar de que se rompa del todo.

–Ahí estás pintada, prima –le reprocha Raúl, ceñudo–. Pero yo en tu lugar no estaría tan feliz. Ve que estás buscando a tu papá y te lo vas a encontrar. Te va a devolver, totazo por totazo, cuando menos te lo esperes.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now