13. SANTA MARTA

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Los chicos terminaron de empacar sus cosas en las bolsas de viaje y están tratando de acomodarlas en las maletas de los cuatro carros con los que van a trasladarse a la hacienda del interior. Todavía no llegaron los amigos que los acompañan para la fiesta, pero ellos andan excitados, pensando en el delicioso fin de semana que van a pasar juntos.

Desde la escalera de La Casona doña Eugenia vigila que se comporten y no alboroten demasiado. El abuelo Sebastián se encuentra reunido con el padre Rafael y su amigo Enrique Brieva, jugando una partida de cartas, y a los viejos no les gusta que los muchachos los molesten con su recocha.

–Valentina, mija –llama la abuela–. Cuida que esos pelados se porten juiciosos y no me armen bonche en la finca. No vayamos a tener un disgusto antes de la Navidad.

–Fresca, abuela. Yo me encargo.

–Que no prendan velas ni lleven fuegos artificiales –insiste la mujer, a sabiendas de cómo se las gastan los jóvenes solos en una fiesta, sin la vigilancia de los adultos–. Tú ya sabes que no tienen mesura con esas cosas.

–Yo sé, abuela –replica Valentina, un poco cansada de las advertencias de Eugenia–. Ya revisé las bolsas de cada uno y ninguno empacó nada peligroso.

–Que cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta.

–Ajá, abuelita. Fresca –repite hastiada–. Todos vamos a ser muy juiciosos y nada malo nos va a pasar.

–No sé porqué fui yo tan inconsciente de haberle dado permiso a Javier para esta locura. Seguramente ustedes lo enredaron para que me convenciera.

–Deja la cantaleta, abuela. No nos la montes más –se queja Raúl, que ya ha terminado de disponer sus cosas y ayuda a los otros con las bolsas–. Nos vamos a divertir y más nada. No somos tan brutos.

–Yo sé que no son brutos, Raúl. Pero también los conozco y sé muy bien cómo es que terminan sus diversiones.

–No diga eso. ¿O es que alguna vez prendimos fuego a la casa?

–Pues eso hubiera faltado; que acaben con todo. Yo nada más les advierto –concluye la mujer después del regaño–. Por cierto, ¿dónde es que anda Javier? No lo vi empacando.

–Su fue a buscar a Carol, abuela. No creo que se demore –responde Adela, acercándose a abrazar a la mujer–. Y ya deja de preocuparte por nosotros que todo va a estar bien.

En ese momento ven aparecer el convertible que maneja Carolina Solís, pero el de Javier no viene tras ella.

–Sergio, ¿tú sabes dónde está tu hermano? –pregunta a su vez Rosalía, que salió al jardín al oír el motor del carro.

–Yo que voy a saber, mamá. Y tampoco me preocupo –contesta el aludido de mal humor– Si no está acá en dos minutos nos vamos sin él.

La abuela se dirige entonces a la recién llegada, intranquila por el paradero de su nieto pequeño.

–Carolina, ¿no fue a buscarte Javier?

–Sí, Eugenia. Pero me llamó a mi celular hace un momento. Me dijo no sé qué de unas vainas que tenía que hacer. Y que yo me viniera para acá, que él nos alcanza por el camino.

–Ve, Rosalía, como no puedo confiar en ellos –advierte la señora a su hija.

–Ya voy a averiguar dónde es que está.

Rosalía entra de nuevo a la casa y sale al rato aún con el teléfono en la mano. No se ve preocupada, lo que tranquiliza a todos.

–Ya se pueden, pelados –le dice a los demás– Este cabeza hueca me echó la misma carreta que a Carol. Que tiene algo que resolver en el Rodadero y que se unirá a ustedes en la finca. Ah, y que ya lleva su bolsa con él.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now