4. En La Casona

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Es sábado al mediodía. Los jóvenes están en la piscina disputando, supuestamente, un partido de waterpolo. Juegan ellos contra ellas. No se sabe quien va ganando y tampoco importa demasiado.

Ayer en la noche fue la celebración del veinticinco cumpleaños de Sergio, el hijo mayor de Rosalía. Como siempre, esto sirvió para reunir a la familia y amigos en una fiesta "íntima" que se demoró hasta bien entrada la madrugada. Con todo, cuando los mayores se retiraron a descansar, los muchachos todavía alargaron la velada en la zona del jardín más alejada de la casa, desde donde no pudieran molestar a los que duermen. Por eso es que hoy todos se quedaron de remolones entre las sábanas y amanecieron tarde, aunque tan vitales y animados como siempre. En ese momento, con sus juegos, ríen y gritan despidiendo agua para todos lados; bañando a las señoras que observan desde fuera como se divierten, sentadas en las hamacas a la sombra.

Eugenia Montalbán mira orgullosa a sus nietos. Están todos juntos, como a ella le gusta verlos. También chapotean en el agua Eduardo, el hijo de Hortensia y Jacinto, nieto de la Nana, y Carolina Solís, la mejor amiga de Javier, hija única del abogado de La Naviera y amigo de la familia, Manuel Solís de Castro. Fernanda, Rosalía y Alejandra sonríen viendo como se entretienen. Tan solo falta Irene, que se disculpó la noche pasada por no poder asistir a la fiesta de cumpleaños, si bien todos saben que, más que no poder, no quiso aparecerse por La Casona. A pesar de llevarse relativamente bien con la familia, Irene comprende que no es santo al que venere doña Eugenia y tampoco quiere verle la cara a Fernanda. Rosalía a veces agradece la pasividad con la que, su primera ex cuñada, aceptó su divorcio con Diego y continúa al lado de la familia como si nada hubiera pasado. En cambio, otras, recuerda los comentarios que escuchó sobre ella y no entiende siquiera porque no se atreve a enfrentarla, si en realidad le provoca matarla. Pero sabe que el momento ha de llegar; ella es paciente. Como dice la Nana: en juego largo hay desquite y ella no se va a quedar con esa piedrita en el buche.

–¡Javier! ¡Cómo eres de bruto, mijo! –le grita a su hijo, viéndolo amenazar con lanzar la pelota sobre la niña Carolina. Ríe alocado y ella sabe que lo hará con demasiada fuerza.

–Ay, Rosalía, no seas cansona –protesta doña Eugenia a su lado–. No va a lastimar a nadie.

Pero lo hace. La pelota va a dar en pleno rostro de la joven Solís, que sale furiosa del agua. Se frota la mejilla dolorida, mientras va a sentarse en el grupo de hamacas, frente a las mujeres que la miran apenadas.

–¡Carol, ven acá! –la llama Luisa desde el centro de la piscina–. No te salgas ahora que vamos ganando.

La muchacha no presta atención a la amiga ni a los que continúan el juego dentro del agua. Toma una toalla para secarse, viendo acercarse a Rosalía con gesto preocupado.

–A ver, mija. ¿Qué te hizo ese animal?

–Deja. No es nada.

–Pues claro que es. Fíjate como te puso de roja la mejilla.

Javier ya ha salido fuera. Corre hacia ellas, saltando sobre las piedras del paseo que rodea la piscina. Se sienta en la hamaca junto a Carolina y trata de quitarle la toalla con la que se cubre el rostro. Rosalía los deja solos. Vuelve con las mujeres mostrando su disgusto, sin reprender a su hijo para no discutir en ese momento.

–Fíjate si eres un bruto, Javier –se queja Carolina al quedar a solas con él.

–Perdóname, chiquitica. No quise hacerte mal.

–Pues lo hiciste. Y lo hiciste con toda la intención, para lastimarme.

–No digas eso. Sabes que no fue con intención. Era una broma.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now