123. MAR DEL PLATA

17 4 0
                                    

La última semana ha sido dramática para Marina. Si pusiera en una balanza los malos momentos pasados a lo largo de su vida –que han sido muchos y bastante agitados–, ni todos ellos juntos tendrían parangón con lo acaecido en los últimos días. Y lo peor es que no hay nada que ella, ni nadie, haya podido hacer para evitarlo. Lo que pasó, pasó; sin más y sin remedio.

Primero, la obligada marcha de Diego a Colombia; algo que no pudo ni quiso impedir, pero que la dejó con las defensas al nivel más bajo. Obviamente ella no se puede engañar a sí misma; el simple hecho de haber quedado en Mar del Plata, guardando un secreto que a todas luces le tenía que haber contado, es lo que la tiene al borde del colapso emocional. Además, el remordimiento por haberlo dejado partir, a sabiendas de que la batalla la va a tener que librar solo, en contra de su hija Valentina. Pero por si esto no fuera suficiente, al poco de salir Diego de la Argentina, comenzaron a aparecer las complicaciones del inminente juicio con la familia Steiner, como si vinieran tomados de la mano para aprovechar su momento de mayor debilidad. Parece que hubieran estado esperando su partida para asomar todas juntas.

Marina tiene claro que don Sebastián va a hacer hasta lo imposible para impedir que ella se vea involucrada en aquel turbio asunto, no únicamente porque Diego así se lo ha pedido, sino porque, él mismo, por el afecto que le tiene, no va a permitir que se mezcle en aquello que solo está en su mano resolver con buen juicio. El abuelo va a hacer cuanto sea preciso para que así suceda y ella lo sabe. No obstante, quien vive empeñado en que esto no se haga realidad, está jugando bien sus cartas y viene a golpear donde sabe que más la va a lastimar.

Es pasada la media noche de aquel lunes, cuando ya todos se disponen a retirarse para descansar de un día por demás agitado, que Marcela aparece de nuevo por la casa, esta vez con pésimas noticias. Rosalía y el abuelo, que están todavía en la sala, dando las últimas órdenes al personal de servicio para el día siguiente, la reciben sin ocultar su sorpresa por el regreso de la mujer.

–¿Y ahora qué fue lo que pasó, mijita? –Rosalía se le acerca deprisa, sobresaltada por la visita a aquella hora, cuando recién un rato antes había abandonado la casa, tras volver ellos del aeropuerto de despedir a Diego y a los muchachos–. ¿Cómo es que traes esa cara?

–La cara no es lo peor que traigo, querida –Marcela los arrastra tras ella camino del despacho–. Las noticias son pésimas.

–¿Qué fue ahora? –averigua la mujer, sin ocultar su preocupación–. Por Dios bendito. En esta santa casa una no gana para disgustos.

–Hace una hora detuvieron a Ariel –les suelta, sin más preámbulos, deseosa de compartir lo malo con ellos.

–¡Ay, sagrado rostro!

–A ver, Marcela –El abuelo la mira, boquiabierto–. Barájame eso más despacio. ¿Tú de qué estás hablando?

–Recién cuando salimos de acá, él me dejó en el apartamento y se fue para su casa –les cuenta nerviosa–. Yo estaba por meterme en la cama cuando Ariel me llamó al celular para avisar que está detenido. La cana lo estaba esperando en la puerta de la casa.

–Pero ¿por qué a él? –se queja Rosalía, pensando en Marina y en cómo le van a dar una noticia así–. ¿Qué fue lo que hizo? Discúlpenme que sea tan torpe, pero no entiendo nada.

–Yo tampoco entiendo –agrega el anciano.

–Yo se los puedo explicar –Daniel, informado por una de las empleadas de la reunión que se está celebrando, entra en el despacho con gesto impaciente. Lo sigue uno de los abogados de la empresa a quien todos conocen–. Permiso.

–¿Vos también de vuelta?

–Ajá, Marcela. Tocó volver –responde, al tiempo que cierra la puerta tras ellos–. Los abogados se comunicaron al momento de llegar –refiere–. Ellos ya sabían, desde la tarde, que se estaba tramitando su detención, pero no quisieron alarmarnos antes de que ocurriera.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now