101. Los puntos sobre las íes

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Más tarde, él mismo no recordará haber proferido semejantes lindezas en contra de Ariel. Pero en este momento, es tal su desenfreno, que es incapaz de contener su ira, retorciéndose furioso entre los brazos de quienes tratan de inmovilizarlo. Hasta que don Sebastián, harto ya de tanta insensatez, abandona la silla donde estuvo sentado presenciando la escena, atendido a ratos por los muchachos y Rosalía y, dando un paso al frente, lo encara decidido a terminar con aquello de ya buena vez

–¡Ya deja la alharaca, Diego! –exclama el anciano, procurando mantener la compostura que, al menos las damas presentes en la reunión, merecen–. ¡No la embarres más, carajo!

–Pero abuelo... –se queja él, volviéndose a mirarlo, furioso todavía– Tú no entendiste –y agrega, como si tuviera una explicación que darle–. Ellos...

–Yo claro que entendí. ¡¿Pues como no?! Entendí que tú estás culpando a los demás de tus propios errores –lo increpa–. ¿O qué? ¿Me vas a decir que fueron ellos los que acusaron a Marina de algo que no hizo? ¿Fueron ellos los que desconfiaron de la mujer que tú dices amar, dizque más allá de la locura?

–Ellos... –repite inseguro, ante las miradas y el silencio de los demás, que no se atreven a respirar para no interrumpirlos–. Ellos me...

–¡Ellos nada, Diego! –Don Sebastián, con firmeza, aunque tenga que abrirle la cabeza para hacerle entender, le va a dejar las cosas claras, a aquel nieto terco llevado de su parecer–. Fíjate que yo te acepto que las peladas cometieron un error, al no haberle contado la verdad a Valentina. Inclusive que Ariel pecó de ingenuo, disculpa mijo –se dirige al susodicho con una sonrisa condescendiente–, pero bobo es lo que eres, al suponer que Valentina era una perita en dulce, a la que ibas a poder manejar con cuatro lindezas. Pero hasta ahí llegaron las faltas que cometieron, ¿oíste? Y asume, además, que ellos tienen en su defensa, que lo hicieron para darte una mano a ti. Dime pues ahorita, ¿cuál es tu disculpa para haberla ofendido a ella, a Marina?

–Se me fueron las luces. Me enloquecí.

–¡Pues claro que se te fueron las luces, no jodas! ¡Y por supuesto que te enloqueciste, chino! Tanto que ni siquiera te fijaste en el gesto contrariado de "tu mujer", al ver aparecer a este muchacho, su hermano, de la mano de tu hija. Como tampoco te diste cuenta de que ella estaba viviendo la escena desfallecida; hasta el punto que Jorge tuvo que socorrerla, para evitar que cayera al piso. Pero tú no –lo reprende apenado–. Tú estabas emputado y tenías otra preocupación más importante en ese cerebro de mico que tienes. ¿Y sabes por qué? –como Diego no responde, el hombre reanuda el regaño–. ¿Quieres que yo te lo diga?

–Abuelo...

–¡Abuelo un carajo! ¡Que me lleven los demonios, maldita sea! ¡No fuiste capaz de entender nada! –sofocado, don Sebastián saca un pañuelo del bolsillo de su saco y se lo pasa por la frente antes de continuar– No entendiste que todos tienen razón, menos tú. Marcela tiene razón; pero sobre todo ella –reitera, señalando a la mujer–. Y así nosotros estemos viendo claramente lo que pasó, tú no logras ver más allá de lo que tu hija quiere que veas o quiere que pienses. Tú no escuchas otra cosa que lo que dice Valentina, sin preocuparte a quien ella esté lastimando ni lo que de verdad o mentira pueda contar. Eres una marioneta en manos de tu hija, rendido a sus caprichos. Y aunque me duele más que a ti decir esto: te mereces cualquier cosa que te suceda en la vida. Te lo mereces por no haber sabido ponerle freno a esa muchachita, que siempre fue una malcriada insolente, que hace contigo lo que le da su regalada gana. Pero te digo algo más, por si no te has dado cuenta: tú jamás podrás tener una mujer a tu lado, si no es que rompes de una buena vez la cuerda que te ata a Valentina –don Sebastián suspira y se toma un respiro antes de seguir. Se ve cansado y triste, si bien no ha terminado todavía. En ese instante parece recordar algo que tiene en su mano y, observando mortificado el objeto, le ofrece a su nieto, a ese nieto por el que, a pesar de todo, siente un orgullo y un amor desmedidos, el anillo de compromiso que Marina le dejó para él antes de marchar–. Toma. Acá tienes. La joya con la que quisiste comprar un amor que no te mereces.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now