Ariel es consciente de que tiene graves problemas; complicaciones que son solo el principio de las muchas que han de venir, las más preocupantes. Pero él no es de tomar las cosas por el lado tremendista y entiende que, con un poco de paciencia y otro tanto de suerte, todo en esta vida se soluciona, ya sea a favor o en contra. Al menos a él siempre le funcionó eso de no andar apurado ni dejarse llevar por la histeria a la hora de pensar. Y esto es lo que se propone hacer: tomarse con mucha calma el conflicto que, sin querer, está creando Valentina en sus sentimientos. Entiende que en su vida han sucedido demasiadas cosas en muy corto espacio de tiempo y que es en este momento cuando todas se le vienen encima de golpe. Aún cuando está prevenido y pendiente de que nada se le escape de las manos, algunas de esas cosas van a ser más difíciles de resolver que otras. Por ahora, el mayor problema, el más urgente, es el reto que Valentina le propuso para el día siguiente y eso es algo que tiene que solucionar de inmediato con ayuda de Marcela. El próximo fin de semana largo, tiene planeado salir de paseo con la hija mayor de Diego, a una de las tranquilas playas cercanas a la ciudad, y no puede dejar que todo termine en un drama. Necesita tiempo para encontrar una salida a sus problemas, como sea. Porque hay algo que tiene muy claro de todo este bardo en el que se ha metido, y es que, pase lo que pase, no quiere perder a Valentina.
Obviamente, el camino más fácil es el de arrepentirse ahora y poner sus cartas sobre la mesa delante de ella; contarle la verdad. Pero lo cierto es que no puede hacerlo, por miedo; sobre todo por miedo. Además tampoco quiere, porque eso supone terminar con la relación cuando él piensa que todavía tiene una salida digna y puede hacer que perdure en el tiempo. Tiene que ser Marcela, su amiga. Su antigua pareja, la mujer a la que amó hasta hace poco. La que siempre estuvo dispuesta a hacerle la gauchada. Marcela tiene que prestarle su ayuda antes de que él mismo lo arruine todo. Ariel sabe que ella le va a hacer el aguante y no lo va a abandonara a su suerte, entre otras cosas, porque su suerte es la misma que va a correr junto a las Álvarez de Arauca, cuando se destape el disparate en el que andan metidos. Pero sobre todo, sabe que su amiga hará lo que sea para que él esté bien; que por más que lo rete y le haga ver lo peliagudo que está el asunto, le dará una mano aunque tenga que enfrentarse a los demás.
En la mañana, inquieto y acelerado por los acontecimientos que se vienen, llama a Marcela a la Naviera y establecen una cita para almorzar, en cualquier restaurante alejado de lo que ahora denominan "la zona caliente", es decir: Naviera, Universidad y edificio de apartamentos de la "Sol de Arauca". Cualquier lugar retirado de estos, es bueno para encontrarse, sin miedo a que los descubra Valentina. Del mismo modo que, para estar con la chiquita, elige lugares donde sea imposible toparse con su hermana o con Diego.
La amiga lo espera ya sentada a la mesa. Se adelantó ordenando servicio para los dos. Un bife bien hecho para Ariel y una ensalada completa para ella.
–¿Y? ¿Qué onda? ¿A qué viene la urgencia ahora? –Marcela lo saluda con su eterno buen humor. Recibe un beso en la mejilla y le pellizca la cintura. Lo encuentra tenso a causa de la preocupación.
–Bah. Complicaciones. Por ahí son las mismas de los últimos tiempos. Qué sé yo –replica cabizbajo, ocupando la silla frente a ella–. Tenés que ayudarme.
–¡Ah, bueno! Vos te mandás la cagada del siglo y yo te tengo que ayudar. ¡Cabeza de melón!
–No me bardeés más, Marcela –se sirve del vino que ella ordenó–. Ya sé todo lo que hice mal.
–Todo lo hacés mal, Ariel. ¡Todo!
–Lo sé. Y por eso estoy bajoneado.
–Y lo bien que hacés, porque como levantés la jeta te la van a romper.
–Pero tampoco quise que las cosas sean así. Vos lo sabés.
–¡Pero lo son! –replica ella tomando de golpe todo el vino de su copa.
