Poco antes, al salir Valentina de la casa, Ariel la siguió sin saber adónde se dirigía; consciente de que no debe dejarla sola, preciso en este momento, cuando se halla nadando en un mar de confusiones. Bajo su punto de vista, considera que todo ha sido demasiado precipitado. En cada una de las ocasiones que él imaginó como sucedería –y fueron muchas, por lo que creyó estar preparado para cualquier eventualidad que se presentara–, siempre lo vio como una cinta a paso lento. Pero ahora pudo comprobar que su imaginación le jugó una mala pasada y nada fue como esperaba. Por el contrario, Valentina se ha ofuscado tanto al conocer la verdad, que no se le ocurre otra cosa que escapar del lugar, imaginando sin duda que todo fue tramado en su contra con la peor intención. Esto es lo que lo ha llevado a la situación en la que se encuentra ahora; persiguiéndola en su auto, camino de la ciudad.
La muchacha no advierte de que manera está poniendo su vida en peligro, al manejar a gran velocidad por aquella ruta bastante transitada y que apenas conoce. Ariel se hace cargo de lo que debe estar sintiendo y no quiere saber qué estará especulando sobre él y el mundo que la rodea. Seguramente pensará que todos la traicionaron. Pero a él únicamente le preocupa lograr que ella se detenga. Luego le va a aclarar todo lo que necesite saber, cuando la contenga y pueda calmarla. Si pudiera la adelantaría para cruzarse en el camino, pero no cree que ella vaya a pisar el freno sino que, con la bronca que carga, le pasaría por encima. Tiene que reconocer que su auto, ante el volumen de la camioneta de Diego, únicamente provocaría un descalabro para ambos, así que lo mejor es que continúe la persecución y espere a que estacione, allá donde crea conveniente o tenga intención de ir.
Ariel no sabe en qué momento el problema se les escapó de las manos. Si comprendía que la situación no iba a resultar nada fácil, y que Valentina se iba a enojar cuando supiera quién es él en realidad, ¿por qué no se preocupó antes de encontrar la forma correcta de hablarle, y convencerla de que la ama, a pesar de la relación de Marina con su papá? Tendría que haberle contado la verdad, aunque hubiera tenido que aprovechar cualquiera de sus muchos ratos en la intimidad. No obstante, reconoce que para él fue mucho más agradable disfrutar de esos momentos placenteros a su lado, que solucionar la macana que se mandaron; el quilombo en el que andaban metidos. Se comportó de manera cobarde y ahora lo está pagando. Ojalá no tenga que lamentar sus miedos con una desgracia imposible de reparar.
Valentina trató en dos ocasiones de perderlo, entre el intenso tránsito de las calles más céntricas de la ciudad, ya cerca del apartamento de Diego. Pero Ariel, más diestro que ella en el manejo, pudo mantenerse pegado a la camioneta, hasta llegar a las puertas del edificio.
La muchacha se detiene, estaciona de cualquier manera al lado de la vereda y sale rauda en dirección a la entrada, sin preocuparse de mirar si él la sigue o no. Ariel para su auto tras ella un instante después; el tiempo suficiente para salir corriendo y darle alcance, ya casi entrando al zaguán, donde el encargado le esta franqueando el paso, abriéndole las puertas al verla llegar.
–¡Pará, Valentina! ¡Pará, por favor! Dejáme explicarte –le ruega jadeante, tomándola del brazo para detenerla y hacer que lo mire de frente–. No es nada como vos pensás.
–¡Suéltame, cínico! –le recrimina ella, furiosa–. No quiero volver a saber de ti nunca más.
–Oíme, por favor. Estás imaginando cualquiera.
–¡No quiero oír nada! ¡Déjame tranquila! ¡No me jodas más!
–¿Por qué no me escuchás? –insiste Ariel, dispuesto a no dejarse vencer sin intentarlo–. Yo te voy a contar todo.
–¡No tengo nada que escuchar de ti! ¡No quiero que me cuentes nada!
–Tenés que saber la verdad.
