109. Dibujando corazones

17 5 0
                                    

Marina hizo subir las maletas y se instaló de nuevo en su cuarto. Aunque no acomodó sus cosas, porque se encuentra demasiado fatigada para hacerlo, sí necesitaba descansar un rato, por lo que se tendió en la cama buscando al menos aliviar la tensión. En realidad no quería cerrar los ojos hasta saber si Diego estaba bien, pero cuando él sube a verla tras la charla con su hermano, la encuentra plácidamente dormida. Procurando no hacer ruido, acerca un escabel a la cama, y se sienta a su lado por el simple placer de contemplarla así: quieta y perdida en el mundo de sus sueños.

Los días pasados han sido terribles para los dos.

Diego sabe lo que él mismo sintió, teniéndola cerca y a la vez tan lejana. Y de igual modo puede imaginarla a ella; sufriendo en la misma medida, la separación que de manera consciente se impuso; resistiendo para no verse lastimada de nuevo. Aunque, como le había dicho tan solo unas horas antes, el dolor de no tenerlo fue más fuerte que la tortura a la que los somete Valentina con su estúpida obsesión. Por eso él tiene que dar el paso decisivo y solucionar esa situación, tortuosa para ambos, así tengan que apartarse de todos para no sufrir más. Diego no va a permitir que lo que pasó recién vuelva a repetirse jamás. Porque si ella le ha regalado un mundo nuevo, lleno de los momentos más maravillosos que un hombre pueda soñar... Mejor dicho... Si Marina le ha dado la vida entera, dejará de llamarse Diego Álvarez de Arauca, si no es capaz de pagarle la espléndida generosidad que ha tenido con él, haciendo que sea la mujer más dichosa sobre la tierra.

Pensando en esto le habla pasito, en un susurro, para no despertarla.

"Mi vida toda. Dime tú como haces para provocarme tanto amor –la mira un instante, en silencio, antes de agregar, como si de una confesión se tratara–. Yo, que desde bien pelado me negué a creer que esto me pudiera pasar a mí. Yo que, hasta conocerte a ti, siempre fui un aprendiz de todo. ¿Qué has hecho conmigo para tenerme así? –acaricia su frente casi con devoción, muy despacito para no molestarla–. Mira nada más como me veo: prendido de tus ojos, derretido con tu cuerpo y muerto con tu sonrisa; celebrando a cada instante el amor que me das. Tú me has enseñado tanto en tan poco tiempo, que me siento el hombre más inútil del mundo si no estás a mi lado. ¡Por Dios! Si ni siquiera me atrevo a creer que estés de nuevo acá, dormida en nuestra cama –deja escapar un suspiro de alivio y de nuevo se queda en silencio, viéndola respirar sosegada. De pronto siente un enorme deseo, de acariciar la piel desnuda de su hombro, que la sábana no cubrió, pero teme despertarla y se contiene a duras penas–. Me gusta hablarte cuando duermes, ¿sabes? Porque yo sé que tú escuchas todo lo que te digo. Yo sé que eres capaz de oír, incluso, los latidos de mi corazón cuando callo. ¿Cómo no vas a escuchar cuando te cuento como me estoy sintiendo? Lo que pasa es que, yo soy tan imbécil, que no hago más que preguntarme cosas absurdas. Y eso es porque me tienes hecho un pendejo, ¿oíste? Porque no entiendo qué es lo que hiciste conmigo para enloquecerme de esta manera. Yo no sé cómo pudiste. Pero lo que sí sé es que no quiero sanar nunca de esta locura. Ya te lo dije alguna vez. Te dije que yo quiero morir loco; así de loco o más si tú quieres, pero morirme a tu lado. No lo olvides nunca. Aunque yo me voy a encargar de recordártelo todos los días de nuestra vida juntos –acerca su mano y, con cuidado de no interrumpir su sueño, retira el cabello que le cubre la mejilla y deja un beso leve en sus labios–. Ahorita descansa, mi amor, que estoy acá cerca velando tu sueño. Y voy a ver como hago para que nadie, nunca más, se atreva a causarte mal. Yo me incluyo que, por arrebatado, soy quien más te lastima".

Mientras Diego mantiene su monólogo con Marina, Rosalía, que lo siguió un rato antes para ver en qué o cómo lo puede ayudar, escucha desde el pasillo con la puerta entornada. No puede evitar que se le humedezcan los ojos al oír, de labios de su hermano, lo que nunca imaginó que él fuera capaz de expresar. Solo al rato, cuando advierte que va a salir, se enjuga las lágrimas y lo espera.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now